Escritos de un viejo indecente: el hombre de las 12 SUBE
Para no escandalizar (mas de la cuenta) a las lectoras, aclaramos que "Escritos de un viejo indecente" es el título del primer libro editado por Charles Bukowski. Lo que vas a leer a continuación es apto para todo público. Bien vale el informe encabezarlo con su recuerdo. Por Jorge D. Boimvaser.
* Por Jorge D. Boimvaser
info@boimvaser.com.ar
Septiembre del 2010. Comenzó a operar una sutil campaña de la Secretaría de Transporte que pronto se convirtió en una psicopateada social de poca monta. Campaña berreta si las hay, pero desconcertante. Supuestamente si no tenías tu plástico en poco tiempo, te caían encima las plagas de Egipto y cuanta desgracia ronde en la Tierra y en el Cosmos.
Los periodistas con algo de olfato y mucha intuición somos como esas serpientes que revolotean la lengua (que es su naríz oficial, por la que huelen a distancia y no la usan para decir tonterías como hacemos los humanos), sabemos que algo ronda en las inmediaciones aunque todavía no veamos de qué se trata.
¿Una historia parecida a esa campaña subliminal de la SUBE? Ahí va.
A mediados de los 8, desembarcaban en la Argentina las primeras cadenas de hipermercados. La gente salía a hacer turismo por esas enormes instalaciones, descuidaba a las criaturas creyéndose seguros, los pibes hacían su propio recorrido libre de las ataduras de los padres. Claro, metían los dedos en todos lados, jugaban con los electros, rompían todo lo que se podía romper y cuando aparecían los padres no se hacían cargo del famoso dicho "poniendo estaba la gansa". Las autoridades de esos híper no podían ordenar a los guardias de seguridad que reprimieran a las criaturas, tampoco advertir a los padres que se hicieran responsables de las roturas que generaban. ¿Qué sacaron de la galera? Una estrategia de acción sociológica importada de España. Hicieron correr el rumor que operaban en los grandes súper, bandas de criminales que secuestraban criaturas para sacarles los órganos y venderlos en el mercado negro del trasplante. En poco tiempo, los padres casi encadenaban a sus hijos junto a ellos por miedo a los famosos secuestros y abducciones.
La farsa fue exitosa, pero la leyenda de los secuestros y apariciones de los chicos sin hígado, orejas, tripas y otras partes del cuerpo se esparcieron por todas partes. Las historias espeluznantes que se contaron demostraron como se instala una leyenda popular sin el menor fundamento.
Ninguna comisaría en jurisdicción de las grandes cadenas, ningún juzgado, ningún hospital registraban denuncia alguna sobre éstos casos. Miles de historias revoloteaban diariamente pero si nadie denunciaba raptos, señal que no existió.
Varios periodistas que trabajamos en el tema quedamos desorientados, hasta que finalmente un "garganta profunda" contó la verdad del tema. Todavía algún distraído repite la historia de los secuestros de niños en los supermercados.
El inicio de la psicopateada social con la SUBE fue algo similar a aquella leyenda de los 80. Presuntamente, la banda magnética del plástico le otorgaba al Estado, a la CIA, al espionaje marciano y los poderes mundiales toda tu información. Desde cuántos orgasmos tenías en la semana hasta los cuernos que le hacías a tu pareja. Tu fortuna y el movimiento de fondos que hacías. Merced a la SUBE "ellos" sabían dónde estabas en cada momento. Ni el Gran Hermano te espiaba mejor que la SUBE. Y aquí no hay Hombres de Negro para rescatarte. Demasiado estúpido para ser cierto.
Recién se estaba instalando la historieta, cuando salí a adquirir todas las SUBE que pudiera. Al ser tarjeta pre paga, no estafo a nadie teniendo una docena de ellas. Los kioskeros que la ofrecían no estaban avisados de tomar muchas previsiones. Apelé a mis viejos documentos hechos trizas: La cédula de identidad y el DNI despedazados por el paso del tiempo.
"No entiendo la letra", me dijo un anciano al otorgármela. "Yo le dicto", le respondí. Los nombres más insólitos, desde Juan Weissmuller (Johnny W, el campeón mundial de natación, el primer Tarzán del cine) hasta Calvero, el sublime anciano que interpreta Charles Chaplin en su majestuoso film, Candilejas. La SUBE de oro le pertenece a Enrique Chinasky, "Henry", el alter ego de Charles Bukowski.
Rebeca de la B (B de Boimvaser, mi prima travesti), mi tía Sarita y hasta el abuelo Salomón figuran en el banco de datos del ex sillón del grisáceo sepia Juan Pablo Schiavi.
Y ahora el primer intríngulis descifrado de la leyenda. Ese banco de datos (portfolio en el argot comercial) puede costar –por derecha o izquierda, es indistinto-, desde 1000 millones de dólares, según afirma el investigador de fraudes financieros uruguayo, Ángel Murguerza. "Cuando supera cierta cifra, arriba de los 5 millones de datos de usuarios, es imposible mensurar un precio exacto. Los valores son relativos pero nunca bajan de esa cifra", le dice el especialista en detectar estafas financieros del otro lado del Río de la Plata.
La segunda pata de esta leyenda mentirosa, es que la SUBE funcionará para registrar los movimientos de las personas que reciben planes sociales. Si se les detecta los mismos movimientos periódicos, de ida y vuelta, todos los días, será la contraseña que esa gente consiguió trabajo y adiós subsidios.
Si es bueno o malo, saca tus propias conclusiones. Al menos es un síntoma que el gobierno precisa urgente hacer caja y aquel que sobre en el sistema, se lo borra automáticamente. No parece una forma de alentar lo que alguna vez se conoció como "cultura del trabajo".
Habrá alguna otra razón oculta tras la fantasmagórica –y berreta- campaña por el SUBE. Habiendo tanto dinero en juego, suponemos que debe existir un conjunto de motivos más que los aquí mencionados... solo que creer que todo este dispositivo es para meterse en tu cama cada noche, es demasiado.
¿Qué destino le di a mi docena de plásticos? La distribuí entre amigos que no podían hacer esas maratónicas colas bajo 40 grados de calor en pleno diciembre. Una crueldad que en los códigos que manejaba el ex Secretario de Transporte no valía tomar recaudo alguno.
Pedir un lugar en el Güines me produce pudor propio y hasta de país. Anda a explicarle a los gringos qué es la SUBE, quien fue Schiavi y que es el día a día en la Argentina.
Si te accidentas en un bondi y queres llevar tu caso a Tribunales, la SUBE no te salva el tema, Ya con boletos como prueba muchos tribunales dan vueltas y vueltas para acordar indemnizaciones. Lobby de abogados de grandes líneas de colectivo te joden la vida así como pueden desmagnetizar bandas de los plásticos y de las lectoras y si no figuras ahí difícil ganar una demanda.
Con ciertos amigos que comparten algunas de estas 12 tarjetas, cenamos cada tanto en una pescadería del Abasto. A los postres, juntamos los plásticos del SUBE, los barajamos como si fueran naipes, volvemos a dar y a cada cual le toca otra identidad.
Nunca sabemos cuando pasamos de ser Tarzán a ser Chaplin. Eso sí, al que le toca la SUBE de oro con el plástico terminado en 371, el Henry Chinasky (Charles Bukowski) de nuestra mesa, esa noche no paga.
info@boimvaser.com.ar
Septiembre del 2010. Comenzó a operar una sutil campaña de la Secretaría de Transporte que pronto se convirtió en una psicopateada social de poca monta. Campaña berreta si las hay, pero desconcertante. Supuestamente si no tenías tu plástico en poco tiempo, te caían encima las plagas de Egipto y cuanta desgracia ronde en la Tierra y en el Cosmos.
Los periodistas con algo de olfato y mucha intuición somos como esas serpientes que revolotean la lengua (que es su naríz oficial, por la que huelen a distancia y no la usan para decir tonterías como hacemos los humanos), sabemos que algo ronda en las inmediaciones aunque todavía no veamos de qué se trata.
¿Una historia parecida a esa campaña subliminal de la SUBE? Ahí va.
A mediados de los 8, desembarcaban en la Argentina las primeras cadenas de hipermercados. La gente salía a hacer turismo por esas enormes instalaciones, descuidaba a las criaturas creyéndose seguros, los pibes hacían su propio recorrido libre de las ataduras de los padres. Claro, metían los dedos en todos lados, jugaban con los electros, rompían todo lo que se podía romper y cuando aparecían los padres no se hacían cargo del famoso dicho "poniendo estaba la gansa". Las autoridades de esos híper no podían ordenar a los guardias de seguridad que reprimieran a las criaturas, tampoco advertir a los padres que se hicieran responsables de las roturas que generaban. ¿Qué sacaron de la galera? Una estrategia de acción sociológica importada de España. Hicieron correr el rumor que operaban en los grandes súper, bandas de criminales que secuestraban criaturas para sacarles los órganos y venderlos en el mercado negro del trasplante. En poco tiempo, los padres casi encadenaban a sus hijos junto a ellos por miedo a los famosos secuestros y abducciones.
La farsa fue exitosa, pero la leyenda de los secuestros y apariciones de los chicos sin hígado, orejas, tripas y otras partes del cuerpo se esparcieron por todas partes. Las historias espeluznantes que se contaron demostraron como se instala una leyenda popular sin el menor fundamento.
Ninguna comisaría en jurisdicción de las grandes cadenas, ningún juzgado, ningún hospital registraban denuncia alguna sobre éstos casos. Miles de historias revoloteaban diariamente pero si nadie denunciaba raptos, señal que no existió.
Varios periodistas que trabajamos en el tema quedamos desorientados, hasta que finalmente un "garganta profunda" contó la verdad del tema. Todavía algún distraído repite la historia de los secuestros de niños en los supermercados.
El inicio de la psicopateada social con la SUBE fue algo similar a aquella leyenda de los 80. Presuntamente, la banda magnética del plástico le otorgaba al Estado, a la CIA, al espionaje marciano y los poderes mundiales toda tu información. Desde cuántos orgasmos tenías en la semana hasta los cuernos que le hacías a tu pareja. Tu fortuna y el movimiento de fondos que hacías. Merced a la SUBE "ellos" sabían dónde estabas en cada momento. Ni el Gran Hermano te espiaba mejor que la SUBE. Y aquí no hay Hombres de Negro para rescatarte. Demasiado estúpido para ser cierto.
Recién se estaba instalando la historieta, cuando salí a adquirir todas las SUBE que pudiera. Al ser tarjeta pre paga, no estafo a nadie teniendo una docena de ellas. Los kioskeros que la ofrecían no estaban avisados de tomar muchas previsiones. Apelé a mis viejos documentos hechos trizas: La cédula de identidad y el DNI despedazados por el paso del tiempo.
"No entiendo la letra", me dijo un anciano al otorgármela. "Yo le dicto", le respondí. Los nombres más insólitos, desde Juan Weissmuller (Johnny W, el campeón mundial de natación, el primer Tarzán del cine) hasta Calvero, el sublime anciano que interpreta Charles Chaplin en su majestuoso film, Candilejas. La SUBE de oro le pertenece a Enrique Chinasky, "Henry", el alter ego de Charles Bukowski.
Rebeca de la B (B de Boimvaser, mi prima travesti), mi tía Sarita y hasta el abuelo Salomón figuran en el banco de datos del ex sillón del grisáceo sepia Juan Pablo Schiavi.
Y ahora el primer intríngulis descifrado de la leyenda. Ese banco de datos (portfolio en el argot comercial) puede costar –por derecha o izquierda, es indistinto-, desde 1000 millones de dólares, según afirma el investigador de fraudes financieros uruguayo, Ángel Murguerza. "Cuando supera cierta cifra, arriba de los 5 millones de datos de usuarios, es imposible mensurar un precio exacto. Los valores son relativos pero nunca bajan de esa cifra", le dice el especialista en detectar estafas financieros del otro lado del Río de la Plata.
La segunda pata de esta leyenda mentirosa, es que la SUBE funcionará para registrar los movimientos de las personas que reciben planes sociales. Si se les detecta los mismos movimientos periódicos, de ida y vuelta, todos los días, será la contraseña que esa gente consiguió trabajo y adiós subsidios.
Si es bueno o malo, saca tus propias conclusiones. Al menos es un síntoma que el gobierno precisa urgente hacer caja y aquel que sobre en el sistema, se lo borra automáticamente. No parece una forma de alentar lo que alguna vez se conoció como "cultura del trabajo".
Habrá alguna otra razón oculta tras la fantasmagórica –y berreta- campaña por el SUBE. Habiendo tanto dinero en juego, suponemos que debe existir un conjunto de motivos más que los aquí mencionados... solo que creer que todo este dispositivo es para meterse en tu cama cada noche, es demasiado.
¿Qué destino le di a mi docena de plásticos? La distribuí entre amigos que no podían hacer esas maratónicas colas bajo 40 grados de calor en pleno diciembre. Una crueldad que en los códigos que manejaba el ex Secretario de Transporte no valía tomar recaudo alguno.
Pedir un lugar en el Güines me produce pudor propio y hasta de país. Anda a explicarle a los gringos qué es la SUBE, quien fue Schiavi y que es el día a día en la Argentina.
Si te accidentas en un bondi y queres llevar tu caso a Tribunales, la SUBE no te salva el tema, Ya con boletos como prueba muchos tribunales dan vueltas y vueltas para acordar indemnizaciones. Lobby de abogados de grandes líneas de colectivo te joden la vida así como pueden desmagnetizar bandas de los plásticos y de las lectoras y si no figuras ahí difícil ganar una demanda.
Con ciertos amigos que comparten algunas de estas 12 tarjetas, cenamos cada tanto en una pescadería del Abasto. A los postres, juntamos los plásticos del SUBE, los barajamos como si fueran naipes, volvemos a dar y a cada cual le toca otra identidad.
Nunca sabemos cuando pasamos de ser Tarzán a ser Chaplin. Eso sí, al que le toca la SUBE de oro con el plástico terminado en 371, el Henry Chinasky (Charles Bukowski) de nuestra mesa, esa noche no paga.