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¿Es verdad que la Presidente aún puede cambiar?

*Por Mariano Grondona. Con el título "La Presidenta aún puede cambiar", Abel Posse publicó el último miércoles en La Nación un artículo bienintencionado e inteligente.

Es el suyo un artículo "bienintencionado" porque Posse desea, como tantos otros argentinos de buena voluntad, que la Presidenta acierte de ahora en adelante. Lo suyo es también "inteligente" porque Posse enumera con precisión las razones objetivas por las cuales la Presidenta, si las atendiera, aún podría reencaminar su gobierno en dirección de una gestión exitosa en beneficio del país y de ella misma, abandonando el electoralismo de corto plazo, la adicción inflacionaria, la clausura de la economía con la creciente irritación que ella provoca en nuestros principales socios externos y generando al fin el aliento de las inversiones para detener la fuga de capitales que nubla nuestro desarrollo económico.

Pero hemos dicho que Posse enumera en su artículo las razones objetivas que inducirían a la Presidenta a cambiar si las atendiera. La pregunta que hay que hacer después de leerlo es si la Presidenta mantiene su espíritu abierto ante el poder persuasivo de aquellas razones o si habitan su espíritu razones subjetivas que apuntan en dirección contraria. Si entendemos por "presidentes normales" aquellos jefes de Estado latinoamericanos como los brasileños Cardoso, Lula o Rousseff, los uruguayos Sanguinetti, Lacalle o Mujica, los peruanos Alan García u Ollanta Humala y otros comparables de nuestro continente que han reunido las dos características de gobernar con sentido común , sin distorsiones ideológicas, y de no pretender además la reelección indefinida , ¿deberíamos incluir en esta lista de notables conductores regionales a la presidenta argentina? Dicho de otro modo, ¿no chocan las "razones objetivas" a las que apela acertadamente Posse, que mueven a todos los presidentes latinoamericanos excepto esos viajeros al fracaso que son los "chavistas", con las razones subjetivas que inspiran a Cristina?

"SON LOS VALORES, AMIGO"

Bill Clinton apeló a ese sentido común del que estamos hablando al referirnos a los presidentes latinoamericanos exitosos, cuando pronunció su famosa frase: "Es la economía, estúpido" en plena campaña electoral. Es que su mensaje indirecto era que las teorías, las ideologías, deben ceder su lugar a las intuiciones más simples, al alcance de todos. Lo que ha venido a decirle Posse a Cristina es que alentar las inversiones y dejar de lado explicaciones ideológicas quizás atractivas en pequeños círculos, pero alejadas del sentido común tal vez sea menos sofisticado, pero es más efectivo cuando se trata del desarrollo de las naciones. Cristina proviene, empero, de otra escuela del pensamiento político; aquella a la que aludió Néstor Kirchner cuando dijo al asumir el poder que no había llegado a la Casa Rosada para dejar en la puerta sus ideales. Sin atender a este origen ideológico, que Cristina compartió con Néstor, es imposible calibrar con justeza cuál podría ser su reacción ante la irrupción del sentido común que le dice que, si quiere gobernar bien de ahora en adelante, es necesario que deje de lado los ideales épicos de su juventud militante.

Cuando Néstor Kirchner decidió formar La Cámpora para nutrirse de una oleada de entusiasmo juvenil, empezó por acudir a la agrupación Hijos para encontrar en ella el núcleo duro, implacable, de sus seguidores, tal como lo señala Laura Di Marco en su admirable best seller titulado precisamente La Cámpora .

En ese momento pudo pensarse que el ex presidente, sin ser él mismo un fanático, apelaba como si lo hubiera aconsejado Maquiavelo a la energía más intensa que encontró a mano. Hoy que Néstor ya no está, ¿hay que extender esta conjetura "maquiavélica" en dirección de su heredera política, o Cristina, al rodearse ahora casi exclusivamente de los jóvenes camporistas, a quienes trata como a sus propios hijos junto a Máximo, no está dejando atrás la conjetura "táctica" que rodeaba a su antecesor para revelar en cambio, ya sin interferencias que atenúen su poder, su propio sistema de valores. ¿" Son sus valores, amigo" , podríamos decirle entonces a Posse, parafraseando a Clinton, para interpretar a esta Cristina ya sin Néstor? Si esto es así, es improbable que la Presidenta deje de lado el sentido épico que tiene a sus ojos este sistema de valores, que eleva a lo más alto su autoestima, en favor del sentido común al que apela la "razón objetiva" de Abel Posse.

MONTONEROS DESARMADOS

Cuando Néstor y Cristina Kirchner mostraron de golpe, al llegar al poder, su inclinación por el relato montonero y su drástica animadversión por los militares, cortando de este modo la tendencia pacificadora que habían desarrollado Alfonsín y Menem, pudo pensarse que lo suyo era sólo un giro calculado por sus previsibles efectos políticos, pero ya sin Néstor y a nueve años de 2003, ¿no podríamos interpretar ahora que los esposos Kirchner, si bien no se jugaron por la subversión en los años setenta, nunca abandonaron en su fuero interno la ideología montonera de la que se habían sentido tan cerca en sus años mozos? Ahora esta ideología vuelve al ruedo con Cristina y La Cámpora. Vuelve pero, eso sí, modificada .

En los años setenta, los Montoneros intentaron la toma del poder mediante la lucha armada. Cuando rodearon al presidente Cámpora entre marzo y mayo de 1973, casi lo obtuvieron, pero el viejo Perón, que había aprendido tanto en el exilio, los echó de la Plaza de Mayo. Aquí se produjo la modificación ideológica de la que hablamos. En lugar de los Montoneros armados , que fueron derrotados por las Fuerzas Armadas, surgieron entonces los Montoneros desarmados , que hasta ahora están triunfando. A ellos pertenecen Cristina, Máximo y La Cámpora. El paso de la lucha armada a la lucha ideológica trajo consigo dos consecuencias notables. Una, que éste fue uno de los casos excepcionales de la historia en que los vencedores, en vez de ser quienes cuentan el relato de sus hazañas, perdieron el relato, inexplicablemente, a manos de sus derrotados. No ya los derechos humanos como tales, que deberían merecer un respeto universal, sino la causa de los derechos humanos "a la argentina" fue utilizada entre nosotros con inversa eficacia para repudiar exclusivamente a los militares y no a los igualmente sangrientos Montoneros, de modo tal que, mientras casi mil militares siguen hoy presos sin sentencia, sus antiguos vencidos han ascendido a la cima del poder.

Estamos gobernados, pues, por una ideología que se acerca significativamente a la teoría renovadora del gran comunista italiano Antonio Gramsci, quien hizo ver a los marxistas italianos que el poder no vendría, como suponían Marx y Lenin, por la rebelión de las masas obreras, sino por la conquista ideológica, cultural, de las clases medias ya que Gramsci dijo: "Venceremos si convertimos a los hijos de Agnelli". Si Cristina figura a la cabeza de esta profunda renovación ideológica entre nosotros, ¿será sensible a los argumentos razonables que le ha hecho llegar Abel Posse? Esto no es imposible, y el empeño del autor de la nota que estamos comentando ha de ser por eso alabado, pero con la condición de que advirtamos que lo que le está pidiendo a la Presidenta no es simplemente un cambio de políticas, una rectificación meramente "práctica", sino nada menos que la conversión de sus creencias más hondas, de sus valores más arraigados, alejándose de la épica ideológica que comparte con los jóvenes de La Cámpora. Esto es altamente improbable. Aun así, es necesario intentarlo.