¿Es tan débil nuestra democracia?
*Por Mario Fiore. El Gobierno dice que los medios atentan contra las instituciones por publicar denuncias de fraude. La oposición teme por la República. Pero la gente demuestra con su voto que los dirigentes están sobreactuando.
Si, según la particular visión que tiene el Gobierno sobre la prensa, hay hoy medios de comunicación buenos para la democracia y otros que son malos para ésta, entonces la libertad de expresión es forzosamente relativa porque sólo para unos es dable naturalmente y en cambio para otros es objetable ya que ponen en riesgo nada menos que el sistema de gobierno del país.
Esta conclusión se desprende, muy sencillamente, de la acusación que realizó el martes el ministro del Interior, Florencio Randazzo, cuando sostuvo que los diarios Clarín y La Nación -a los que tildó de "hegemónicos y monopólicos" a pesar de poseer decenas de competidores en el mercado- tienen actitudes "atentatorias contra la democracia" por publicar notas sobre las denuncias de irregularidades que opositores y jueces federales realizaron sobre el acto eleccionario del domingo 14 de agosto.
En rigor, Randazzo los acusó de tergiversar y omitir información con el fin avieso de poner en duda un proceso electoral en el que participaron 20 millones de argentinos.
La acusación de Randazzo no fue un exabrupto. El ministro había anticipado que daría una conferencia de prensa para anunciar los resultados del escrutinio definitivo de las primarias y en ella buscaría "masacrar a los medios", por eso proyectó imágenes de las tapas y artículos de La Nación y Clarín de las semanas posteriores al 14 de agosto para graficar sus temerarias acusaciones -contra estos dos diarios- de desestabilizar la democracia por poner el micrófono a opositores y jueces que advirtieron errores en el proceso electoral.
Para Randazzo -sin desapegarnos de sus declaraciones textuales- la oposición se prestó a un circo que montaron estos dos diarios. No fue ella la que descubrió las irregularidades y se la acercó a los jueces y a los periodistas. Los opositores en sí no revisten significado alguno, sólo son títeres de los medios "hegemónicos". Esta idea no es nueva en el oficialismo, sino que viene ahondándose desde hace tres años. Para el kirchnerismo, la oposición son los medios no los partidos políticos no oficialistas ni sus dirigentes.
Es llamativo cómo Randazzo, para refutar las "operaciones" de los medios críticos al Gobierno, toma el discurso que a la oposición no le dio ningún resultado en las últimas elecciones: ése que dice que la República está en peligro si hay concentración de poder en manos del kirchnerismo. Tanto para la oposición como ahora el Gobierno -personificado en Randazzo- la democracia argentina es débil, a pesar de que hace casi 28 años que tiene plena vigencia y que la gente asiste a las urnas gustosa para ejercer su principal derecho ciudadano.
Hay en todo esto una confusión, producto de un mal diagnóstico o quizás haya una premeditada puesta en marcha de mecanismos mentirosos. Así como la oposición dice que hay riesgo para nuestras instituciones si Cristina Fernández arrasa de nuevo en las urnas el 23 de octubre (trabajando sobre el temor de la gente para poder retener bancas en el Congreso), el Gobierno da a los medios de comunicación un poder excesivo que las mismas urnas ya indicaron que no tienen.
Agarrándose de las más viejas teorías de la comunicación, ésas que tuvieron su auge en los años ?20, el kirchnerismo sostiene el vetusto veredicto de que los medios manejan las mentes de los sujetos funcionando como agujas hipodérmicas -inyecciones- que inoculan ideas en las subjetividades; por lo tanto tienen un devastador poder de manipulación.
¿Es tan débil nuestra democracia que un medio periodístico no puede permitirse dudar de la transparencia de un resultado electoral? Si las pruebas que se aportaron para sostener que hubo irregularidades no fueran consistentes, ¿por qué un diario no puede dar cuenta de ellas? Randazzo dijo que el problema es que estos medios faltaron a la verdad y se tergiversaron hechos sobre un tema con el que no debería jugarse.
Pero cuando acudió a una nota del diario La Nación, en la que se daba cuenta de que a pesar de los problemas que hubo por la falta de experiencia de las autoridades de mesa éstas no iban a ser cambiadas para el próximo 23 de octubre, el ministro se agarró de la bajada de la nota -donde había una error conceptual ya que se atribuía responsabilidad al Gobierno- pero se negó a leer el contenido del artículo donde en su mismo arranque estaba claro que la responsabilidad en la designación de las autoridades de mesa es de la Justicia. El ministro hizo eso que el kirchnerismo critica de los medios y que por otro lado alienta en programas periodísticos oficialistas como 6,7,8.
El kirchnerismo está convencido de que ciertos sectores de la prensa buscan deslegitimar la victoria de Cristina Fernández, como si ésta hubiera sido ajustada y no por 38 puntos de diferencia. Su paranoia lo lleva a construir un discurso del miedo y cerrarse a atender las sugerencias que la misma Cámara Electoral viene haciendo de mejorar el sistema electoral para evitar que cuando un ganador se imponga ajustadamente, las tradicionales denuncias de irregularidades y fraude no terminen decantando en una crisis real.
El Gobierno nacional viene avanzando sobre la demonización de los medios de comunicación sin ningún remordimiento. Para ello recurrió primero a la intervención de la prensa en los años de la última dictadura que le permitió renombrar al golpe de Estado de 1976 como cívico-mediático-militar. Actualmente, para cuestionar las líneas editoriales de los medios "enemigos" se los acusa de intentar menoscabar el sistema democrático. La pregunta que se hicieron los periodistas presentes en la conferencia del ministro Randazzo -entre ellos, quien escribe esta nota- es ¿ahora qué más?
El kirchnerismo parece decidido a agitar la violencia contra la prensa que lo critica y por ello divide entre periodismo bueno y periodismo malo. Así, pone en duda la libertad de expresión ya que no realiza un juicio ético sobre el accionar de algunos medios sino que directamente los acusa de cometer un delito gravísimo. Aunque, paradójicamente, no acude a los tribunales a realizar una denuncia de esta índole porque sabe que su exageración, su desmesura, es un paso más en una estrategia de domesticación de la palabra impresa.