¿Es lógica nuestra mirada crítica de la escuela argentina en una sociedad con tantas dificultades para crecer?
Por Gustavo Iaies. ¿Hay muchas cosas que funcionan mejor que la escuela?
Salía caminando de una escuela del conurbano bonaerense, después de haberme chocado nuevamente con algunas dificultades, y la directora me explicó lo difícil que era trabajar en esas condiciones. Pero más allá de las explicaciones, le digo que creo que hay que mejorar los aprendizajes de los alumnos, contenerlos para que no abandonen la escuela, darles un marco ordenado de diálogo, de conductas, entre otras razones. Parece necesario reafirmarse en los objetivos, volver a plantear metas.
Al salir, miro el barrio, veo papás sentados en los cordones de las calles, madres que les ceban mate, una sensación de mucha precariedad en las calles, de pérdida de objetivos.
Me quedo pensando en el afuera y el adentro, me pregunto por mi mirada crítica de la escuela, a veces, de una institución que “la pelea” en un país que se debate por encontrar un rumbo, que tiene dificultades para construir consensos, que no logra ordenar una mirada de futuro. Adentro de la escuela el destino es confuso, pero lo hay, la idea de que los chicos deberían seguir viniendo y aprender, parece más o menos clara.
¿Es lógica nuestra mirada crítica de la escuela argentina en una sociedad con tantas dificultades para crecer. ¿Hay muchas cosas que funcionan mejor que la escuela?
Por supuesto que hay elementos para mejorar, transformaciones que realizar, necesitamos dar mejores respuestas a nuestros problemas, pero más allá de todo, necesitamos pararnos y pensar cómo cambiar, seguimos empujando rutinas en una realidad mediocre, en un país con grandes dificultades para mejorar, incluso para imaginar un camino posible.
Probablemente haya llegado el momento de reconocer el punto en el que estamos parados, no estamos bien, necesitamos trabajar con energía en un cambio, pero sin dejar de valorizar las muchas cosas con las que contamos y el contexto en el que las desarrollamos.
Tenemos más alumnos en la escuela, eso no es poco, ha disminuido la repitencia, llegan más chicos y chicas hasta el final de la secundaria aunque todavía falte mucho, y las mejoras en los aprendizajes son insignificantes, donde existen.
¿Está todo mal? Algunas cosas sí, pero otras no tanto. Necesitamos ordenar el camino con metas claras, posibles, con esfuerzos de mejora. No podemos plantear como excusa el contexto, aunque lo reconozcamos, no escudarnos en que existen dificultades.
Dejemos de llorar por nuestros dramas, no justifiquemos nuestras dificultades de mejora, vamos a plantearnos metas claras, a enamorarnos de tener un proyecto de mejora. Focalizar nuestras metas es tener claro lo que queremos lograr, que los alumnos estén en la escuela y aprendan más.
Y eso debe hacerlo cada escuela, cada colectivo docente debe construir sus objetivos, sus modos de trabajar, de vincularse con la comunidad. Y asumir los resultados de los cambios propuestos. Y contra esos resultados no hay que deprimirse, hay que fijarse en los problemas y trabajar para mejorarlos, como una rutina.
Ubicar dónde estamos nos ayuda, saber adónde vamos, lo hace mucho más, le da sentido a tener un proyecto, a enamorarnos de un destino. La escuela puede hacerlo, y todos podemos ayudarla.
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