Entre el poder y el deber
Por Jorge Riaboj* El autor destaca las ideas surgidas en la reunión de ministros de Agricultura del G20, en la cual se gestó un primer plan de acción tendiente a controlar la inflación de los precios en los mercados de alimentos, que se observa desde el año 2007. Asimismo subraya la confirmación del comercio como instrumento que garantiza la seguridad alimentaria.
No es un dato menor que Stefan Tangermann, ex Director de Agricultura de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, por sus siglas en inglés) decidiera elogiar las ideas y el acuerdo que emergieron de las deliberaciones de los Ministros de Agricultura del Grupo de los 20 (Asegurar la alimentación en mercados volátiles, Tribune del 11/7/2011).
Sobre todo, porque su mensaje también advierte a quienes son miembros de ese foro y controlan el 85% de la producción mundial de alimentos. Les anticipa que no podrán evitar, en los próximos meses, las decisiones que lleven a corregir los errores de política comercial, agrícola y ambiental que causaron el presente déficit de materias primas.
El mérito de los ministros es haber transformado una exuberante propuesta del presidente de Francia en un primer plan de acción global contra el proceso "agro-inflacionario" que enloquece, desde fines del 2007, al mercado mundial de alimentos.
Las deliberaciones en sí, realizadas el 22 y 23 de junio pasados, se concentraron en varias iniciativas de alto contenido práctico. Entre ellas, las que fueron concebidas para aumentar los rendimientos de la producción de trigo; para fortalecer la información y transparencia del mercado respecto de la producción, las existencias y otros factores que inciden sobre la disponibilidad real de materias primas agrícolas (con el fin de dar bases más racionales a la especulación financiera); para montar, con similar objetivo, un eficiente control remoto de cosechas y del clima; para crear un Consejo de alerta temprana sobre escasez y otros problemas de abastecimiento a ser conducido por autoridades con capacidad de decisión; para solicitar que el Programa Mundial de Alimentos establezca objetivos de emergencia destinado a constituir una reserva apropiada de alimentos y para lograr, además, un importante consenso acerca de la importancia de emplear instrumentos de mercado para el manejo de los riesgos. Durante las reuniones se confirmó, en la esfera de esta particular negociación, la importancia del comercio mundial como instrumento para garantizar la seguridad alimentaria ya que, en virtud de las restricciones a la exportación aplicadas por ciertos gobiernos, creadas en el marco de una fuerte caída de las existencias internacionales de alimentos que nació a fines de 2007 se potenciaron los focos de escasez, las corrientes especulativas y el aumento de precios de los bienes que integran los consumos alimentarios básicos de gran parte de la población mundial. Como resultado de esa miopía política, muchas naciones vieron agudizarse el problema del hambre y protagonizaron trágicos conflictos sociales.
Tales hechos derivaron, como era de esperar, en un debate global y amañado que nutrió de municiones reales y artificiales a las dirigencias que desde hace décadas vienen dando vida al proteccionismo y claman por insular a sus productores nacionales de la competencia extranjera para llegar no ya al utópico objetivo de la autosuficiencia, sino al desiderátum de la "soberanía alimentaria". El propio Tangermann se limita a decir que el comercio "puede desempeñar un papel" (en lugar de que "debe desempeñarlo") en la seguridad alimentaria, lo que da una idea de que ese papel estaría lejos de ser una función central y permanente, cuando hay economías como las de Japón, Corea, México, China, entre otros países de todas las regiones del mundo que dependen, forzosamente, del abastecimiento importado.
¿Cómo esperar que haya proveedores listos para garantizar y asumir funciones responsables y continuas en el ámbito de la seguridad alimentaria, si ciertos gobiernos entienden que los "graneros" tienen pocas razones para demandar un futuro previsible, en tanto otros hacen lo posible para enviarles las peores señales económicas? ¿En qué universo racional el productor debe cumplir sus funciones cuando no hay incentivos ciertos o éstos no son promisorios?.
Son alternativas que explican por qué las deliberaciones de París perdieron dimensión y tono muscular al abordarse los aspectos medulares de la presente inseguridad alimentaria internacional.
En el debate flotó la sensación de que pocos miembros del G20 estaban preparados para lograr entendimientos comunes acerca de la crisis agro-inflacionaria global. Como, por ejemplo, la noción de comprender la urgencia de acabar a breve plazo con la producción subsidiada de las materias primas que sustentan la elaboración de biocombustibles. O sobre qué bases se podrían acordar disciplinas más estrictas para eliminar las injustificables restricciones a la exportación de alimentos, que no nacieron sustentadas en una genuina escasez doméstica de los exportadores, como se observa en los casos de algunos "graneros del mundo" que las siguen aplicando por temor, inercia o mera incompetencia. O la cuestión referida a cómo evitar el empleo de insumos energéticos que son incompatibles con la noción de reducir las emisiones que deterioran el clima (como sucede con el maíz que hoy se usa masivamente para elaborar biocombustibles y registra un dramático aumento de precios).
Algunos especialistas ajenos al debate también se preguntan acerca de los motivos que llevaron a proponer la existencia de disciplinas internacionales más estrictas para impedir la existencia de restricciones a la exportación cuando todavía no fueron invocados, en lo que va de la crisis, aquellas normas que ya existen en la OMC.
Los "graneros del mundo" también deben preguntarse si es lógico limitar su papel a demandar mayores oportunidades de acceso a los mercados y la eliminación de subsidios, cuando a la hora de la verdad muchos se desentendieron de las obligaciones y responsabilidades que supone definir al comercio como una herramienta confiable de la seguridad alimentaria del planeta.
Sin duda estos son tiempos en que vale la pena escuchar con atención al profesor Tangermann, aunque a veces sus opiniones se encuentren teñidas de algunas bacterias del éter parisino.