Enfermos del poder
El desbocado afán de perpetuación en altos cargos se ha convertido en una grave patología de nuestro sistema político.
Son tantas las señales del deterioro y retroceso institucional que padece la Argentina que por momentos cuesta reparar detenidamente en cada una de ellas y comprender la amenaza que encierran para nuestra democracia.
Una de esas señales es el enfermizo y desbocado afán de perpetuación en el poder del que hacen gala varios de nuestros hombres políticos, que no dudan en enmendar y reenmendar constituciones provinciales para erigirse en cuasi monarcas mediante la reelección o la re-reelección. Otro tanto ocurre con algunos cargos legislativos.
Por ejemplo, suele reducirse el enfrentamiento entre el senador nacional por San Juan, César Gioja, y su hermano, el gobernador de esa provincia, José Luis, a una pintoresca pelea familiar por la gobernación, con muchos ribetes de sainete.
El senador Gioja considera que hace tiempo que merece la gobernación, pero el gobernador Gioja está convencido de que lo mejor para él, y suponemos que también para su provincia, es proceder a su re-reelección para acceder a un tercer período al frente del poder ejecutivo provincial, para el cual deberá promover la reforma de la Constitución local.
La confrontación se hizo pública, los hermanos cruzaron acusaciones y el gobernador lloró en público, pero lo que subyace es la convicción de que San Juan les pertenece a ambos.
Otro caso singular es el de Formosa, donde el gobernador Gildo Insfrán buscará este año su quinto mandato consecutivo. Si llegara a ganar y a concluir su hipotético nuevo período, superaría el récord de Adolfo Rodríguez Saá, quien gobernó San Luis desde 1983 hasta fines de 2001, cuando asumió por muy pocos días la presidencia de la Nación, en medio de la recordada crisis institucional.
Otro caso de esta patología en la cual ciertas provincias son la prolongación de sus gobernadores es el del tucumano José Alperovich, quien, merced a una cláusula transitoria añadida a la Constitución, logró que su segundo mandato al frente del Ejecutivo provincial fuese considerado el primero y así poder aspirar a ser elegido para un tercer período consecutivo.
También han anunciado o sugerido que buscarán ser reelegidos este año Luis Beder Herrera (PJ-La Rioja), Jorge Sapag (MPN-Neuquén), Daniel Peralta (PJ-Santa Cruz), Fabiana Ríos (ARI-Tierra del Fuego), Sergio Urribarri (PJ-Entre Ríos), Maurice Closs (PJ-Misiones), Jorge Capitanich (PJ-Chaco), Juan Manuel Urtubey (PJ-Salta) y Daniel Scioli (PJ-Buenos Aires).
La obsesión reeleccionista no se agota en los gobernadores. Basta con analizar el elenco de intendentes del Gran Buenos Aires para advertir la cantidad de años que algunos de ellos llevan en el poder. Empezando por el de Vicente López, Enrique García, que está al frente de la comuna desde 1987, hasta los peronistas Julio Pereyra (Florencio Varela), Hugo Curto (Tres de Febrero) o Raúl Othacehé (Merlo), quienes gobiernan desde 1991 en forma ininterrumpida.
La enfermedad de la reelección hace que quienes la padecen olviden graves ofensas y depongan acendrados odios.
El ex presidente Carlos Menem, quien impulsó la última reforma constitucional para lograr su reelección -y luego vio frustrado su intento de una segunda reelección-, no ha dudado en pactar con el kirchnerismo riojano para poder renovar su banca de senador nacional en octubre. Tal vez su necesidad de mantener los fueros que lo preservarán de una eventual condena en el juicio por el contrabando de armas del Ejército a Croacia y Ecuador, en el que se encuentra acusado, ha pesado más que las humillaciones que le infligió Néstor Kirchner.
Sin ir más lejos, Néstor Kirchner concibió una peculiar modalidad de reelección por interpósita persona -su esposa- con la idea de ser reelegido una vez que ella terminara su mandato, para que a su vez ella lo relevara en un cuarto mandato. Es que en la patología reeleccionista suele abundar el nepotismo.
Juan Bautista Alberdi consideraba acertadamente que detrás de todo intento reeleccionista en un cargo público ejecutivo se oculta la voluntad del gobernante de perpetuarse en el poder.
El impedimento de la reelección inmediata, que sólo conservan unas pocas provincias, como Mendoza, Santa Fe y Río Negro, morigera para muchos especialistas la tendencia al personalismo y al caudillismo. Como hemos visto, son excepciones.
Las democracias se caracterizan por la constante renovación de sus planteles de dirigentes, autoridades y representantes. Y en el caso de que varios hayan sido eficaces y exitosos en sus gestiones, eso no significa que no haya otros que puedan superarlos. La constante repetición de unos pocos en la cima del poder termina por asfixiar a quienes deberían reemplazarlos. Y eso es lo que buscan los enfermos del poder.