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Enfermedades que condenan

El impacto del rechazo social y la discriminación percibida por las personas que sufren algún tipo de patología adictiva.

Por Luciana Arnedo

luciana.arnedo@gmail.com

Algunas enfermedades son mal vistas socialmente. Comúnmente las personas en general manifiestan más repudio por los enfermos con trastornos psíquicos que por las personas con discapacidades físicas.

La persona enferma queda distanciada del resto de la población; manifiesta sentirse condenada por otras personas de su alrededor. Muchas veces el enfermo incluso se siente afrentado y desamparado por sus propios familiares y amigos.

El ciudadano corriente denigra a las personas con problemas de adicción y las entiende como a personas de las que deben desprenderse. Pondré como ejemplo la drogadicción: el drogadicto es concebido por una fracción considerable de la sociedad como un vago, un delincuente, un vicioso, etc.

De ésta manera concibe la sociedad al enfermo, condenándolo, y su condena se hace inexorable para él. Existe una asociación espontánea entre el grado de rechazo percibido y la baja calidad de vida de la persona enferma.

El adicto que se compromete con un tratamiento de rehabilitación es estigmatizado por la sociedad. ¿Se habrán enterado las personas corrientes que la drogadicción no es una enfermedad de contagio? Parecería que la persona adicta es grandiosa en su etapa de consumo y ocultamiento, pasando a ser una lacra cuando denuncia su problema y decide afrontarlo.

Esta percepción se ve todavía más agravada cuando el paciente está desempleado. Sus limitaciones laborales y sociales son cada vez mayores, la discriminación y la humillación repercuten en el día a día. El enfermo está mezclado en una lucha contra la propia adicción, en el trabajo de vislumbrar los motivos que desencadenaron la misma -la adicción es el síntoma de un trastorno de fondo- y en el estigma social que recae sobre su consciencia.

Cuántos que estamos de este lado, del lado bueno, sano y limpio, acaso, no estamos comprometidos en algún tipo de abuso...

Es muy frecuente que el alcohol, por ejemplo, esté presente en cualquier acción humana: fiesta de fin de año, fiesta de cumpleaños, un asado, un casamiento, una reunión con amigos, una cita, etc. En cualquier compromiso en donde están en juego nuestros sentimientos nos sujetamos a esa copa que nos da el coraje para encarar la situación.

Otras adicciones: somníferos, ansiolíticos, antidepresivos, tranquilizantes -bajo prescripción médica obtenida por algún medio indebido-. La nicotina, el exceso de trabajo, los atracones de comida, la vigorexia, la obesidad, la sexualidad libre acorde al hedonismo, la anorexia, etc., etc., cuántos síntomas/secretos conviven frente a nuestros ojos que no dejamos ver.

Sin embargo al drogadicto se lo asocia a una estructura perversa aludiendo oscuridad, promiscuidad, delito, etc. etc. De esta manera encasillamos y/o estigmatizamos a una persona mentalmente enferma, alguien que está privado de su libertad -una persona dependiente no posee libertad-.

Las personas adictas no se asocian a la droga como quien se adscribe a un partido político, a un club, a un empleo, etc. Realizamos un prejuicio retorcido sin saber sobre la enfermedad ni conocer a la persona. Qué poco dispuestos, a veces, somos a distinguir los problemas...

Lo que no está a la vista es difícil reconocerlo; la gente se conmueve ante cualquier incapacidad física; la gente disfruta viendo las heridas...

Las actitudes sociales de rechazo hacia las personas enfermas aumentan el riesgo de marginación. Hay un desconocimiento social acerca de las patologías adictivas. Las personas con problemas de adicción buscan evitar el dolor y el sufrimiento experimentando sensaciones placenteras. Estas conductas compulsivas e irrefrenables muchas veces terminan con la muerte.

Las personas con problemas de adicción -al juego, a las drogas, al alcohol, a la comida, etc., etc.- trabajan para eliminar todos sus síntomas, para maniatar su adicción - pues la enfermedad no desaparece jamás-. Trabajan para ser dueños de su destino y poner fin a su condena.

Ningún enfermo adquiere una adicción de forma casual o se vuelve adicto de la noche a la mañana. El acto adictivo da respuesta a la ansiedad y al malestar que acompaña al adicto.

Volviendo la espalda a un enfermo estamos negando una realidad que nos concierne a todos. Existe un malestar o falta de sentido social a los cuales apunta esta cultura actual de la exigencia, el destiempo, la prisa y el egocentrismo.

El estado debe atender este problema desde la raíz, la adicción no es un problema individual, es un problema social. Se necesitan campañas preventivas: "Prevenir es mejor que curar". Es necesario que se contextualice en el marco de una política nacional para contrarrestar el constante y acelerado incremento en los últimos años del consumo de drogas.

La comunicación es un factor primordial para concientizar sobre la problemática de las adicciones como un hecho transversal al que nadie está ajeno. "Las adicciones no discriminan"...