Enfermedades, frialdad y duros momentos: la infancia de Jorge Lanata, quien se enteró a los 55 años que es adoptado
El periodista contó sus primeros años de vida en "56, cuarenta años de periodismo y algo de vida personal", su nuevo libro.
El periodista Jorge Lanata nació en Mar del Plata pero se crió en Sarandí, partido de Avellaneda, zona Sur del conurbano bonaerense. Se trata este de un barrio mayoritariamente obrero, de vecinos "acostumbrados a laburar", como alguna vez el periodista definió a su propia familia. "Es la parte pobre de Avellaneda", dijo también alguna vez.
Ernesto, su papá, por ejemplo, pudo recibirse de dentista recién siendo adulto, pero debió resignar el trabajo para empezar a cuidar a la mamá de Jorge, que en ese entonces tenía seis años: allí fue cuando a María Angélica Álvarez le diagnosticaron un tumor cerebral.
"Casi no tengo recuerdos de ella bien, es decir, sana". Tampoco pudo escucharla, ya que una operación en abril de 1968 lesionó el centro del habla y le dejó hasta su muerte en 2004 con la mitad del cuerpo paralizado.
Desde que tiene memoria, Lanata tuvo que lidiar con esa situación, la cual "marcó mi vida y la de mis padres", según su propio testimonio. Así y todo, María Angélica, quien usaba silla de ruedas, se hacía entender: A partir de un "sí" o un "no" se comenzaba. Y, entre lo que pudo enseñarle a Jorge, estaba el sentido del humor: "A pesar de todo era una mina que se reía", reconoce el periodista, quien pronto tuvo que dejar la casa de sus padres para ir a vivir con Nélida, la tía materna y solterona; es que fue ella quien lo crió.
Por mucho tiempo experimentó, Jorge, una sensación de abandono, de bronca, de rabia, de impotencia... Y de temor: "¿Me pasará a mí?", cuenta que se preguntó más de una vez.
¿Y qué hay de su padre, Ernesto? Según se supo, mantuvo una unión inquebrantable con su esposa y Jorge respeta esa postura, pese a que el vínculo con su padre no respondió a aquella lógica. Lo define sin filtro: "Mi viejo era un cabrón, un tipo que estaba mal de la cabeza". Habla de él como alguien violento que no llegaba a ejercer la furia física pero que la proyectaba a los gritos.
En la casa de sus "viejos", a la que Jorge acudía seguido al principio y "cada tanto" después, no se celebraban los cumpleaños. No existían los paseos. Pero sí hubo una cena excepcional en una pizzería de Sarandí: padre e hijo (de diez u once años) apenas conversaron entre bocado y bocado. Hubo una promesa, que aseguraba que las cosas cambiarían "cuando mamá mejore", pero eso nunca sucedió.
La primera experiencia de Lanata en el periodismo fue como redactor en el informativo de una radio. Debido a sus 14 años de edad, el contrato lo tuvo que firmar su padre. Unos veinte años después, un cáncer de huesos le produjo la muerte, en el invierno de 1989. Poco antes de su hora final, el padre se reconcilió con el hijo.
Hasta hace unos meses Jorge Lanata pensó que su vínculo -o su "necesidad"- con el periodismo estaba íntimamente ligado con la enfermedad de su madre. Ella no podía hablar, él quería preguntar. Y hubo infinidad de preguntas, pero que recién a los 55 años supieron de una respuesta puntual.
"Mis preguntas intuían un secreto que busqué sin proponérmelo, casi toda mi vida", relata el periodista en su libro "56, cuarenta años de periodismo y algo de vida personal".
¿Cuál es el secreto en cuestión? "Soy adoptado. Lo sé desde hace pocos meses".
La casa con patio y jardín en Sarandí. Las señas y las risas de su mamá. Los gritos y la distancia de su papá. El amor de su tía solterona. La necesidad de ser periodista incluso antes de convertirse en hombre. Quizás todo eso adquiera ahora un nuevo sentido.
Sólo Lanata lo sabe.
Es que hay cuestiones que sólo le pertenecen a él, tanto en su formulación como en su respuesta.