En Punta del Este, los brasileños no tienen tope a la hora de gastar
* Por Loreley Gaffoglio. Veranean en grupo y están dispuestos a pagar altísimos precios en hospedaje y comida.
"Picotean" todo el día y dejan el doble de propina que los porteños. Conocen lo que es bueno y hace tiempo que toman vinos y champagnes argentinos. Tienen debilidad por los mariscos, el pulpo y la merluza negra, y adoran el magret de pato y los cortes "raros" de carne, como el ojo de bife. Están dispuestos a pagar altísimos precios en tiempos de Ré veillon, y por eso los argentinos más acomodados este año les cedieron sus casas, sus barcos y hasta su personal doméstico. Un nuevo estilo de vida, empujado por brasileños de muy alto poder adquisitivo, se impuso claramente en el Este. Y los observadores de este enclave dicen que ya no hay vuelta atrás: en 2010, Uruguay recibió un 43 por ciento más de turistas de Brasil.
Fueron 115.000 visitantes, de los cuales cerca de 50.000 arribaron sólo en diciembre, lo que representa un 18% más en comparación con el mismo mes del año anterior. Pero en ese malón llegaron, por un lado, los millonarios paulistas, cariocas y gaúchos dispuestos a hacer saltar la banca de los casinos y ocupar las suites de US$ 13.000 la noche. A algunos se los reconoce por la jactancia de la bandera siempre exhibida de su país. Sus cortas estadas en el Conrad, su piel poco bronceada y las largas mesas con clericó de champagne con las que, incluso, pueden convidar espontáneamente a algún transeúnte, si surgió gran empatía.
Estereotipo desactualizado
Están también los que prefirieron instalarse en las mejores chacras y casas esteñas y copar las reservas de exclusivos restaurantes como La Bourgogne, Los Negros o el resto del hotel Fasano, el nuevo emprendimiento que los cobija en un entorno bucólico y glamoroso, y donde también construyen sus casas en piedra y madera. "Los argentinos tienen un estereotipo muy desactualizado sobre el brasileño de dinero: los que llegan aquí hace tiempo que dejaron de ser estridentes o de vivir en el barrio Beverly Hills. Son ultrasofisticados, tanto o más que los argentinos. Además, son más jóvenes, conocen bien las marcas y los productos y, cuando los encuentran, gastan sin miramientos", según los describió Miguel Schapire, que hasta ayer convivió con gran parte de ellos en su posada Le Club, con acceso directo al mar de La Barra. Gabriela Agnoletto tiene 26 años; es de Santa Catarina y el 27 de diciembre, cuando llegó, recibió un regalo especial: su novio, Martín Weege, un poderoso empresario textil, que en su país se mueve con dos custodios y auto blindado, le alquiló una casa frente al mar de Manantiales lo suficientemente amplia para instalarse con sus amigos: diez en total.
Lo populoso de esa comitiva obedece a una razón de tradición cultural: si algo los diferencia de los argentinos con similares ingresos, es el espíritu gregario que ellos profesan para las vacaciones. "Al brasileño le gusta divertirse y compartir", cuentan. Weege pagó US$ 40.000 por esas amplias comodidades frente al mar y otros US$ 3000 a la intermediaria Terramar. Ante todo, la seguridad "Este es de los pocos lugares seguros para pasar las vacaciones tranquilos en Sudamérica", cuenta a La Nacion, y se excusa por no aparecer en las fotos. "Si a un lugar agreste y bello como éste le sumás seguridad, para cualquier brasileño esto es el paraíso", afirma, sobre su primera experiencia en el balneario, que piensa repetir en carnaval. El Sunrise II, un yate de 18 metros de eslora, permanece todo el año en el puerto de Punta del Este. Se usa solamente unos días en enero, cuando sus dueños, de Porto Alegre, deciden visitar el Este con amigos.
En sus travesías a Solanas y a la isla Gorriti, la exigencia es sólo una: "Que haya chipirones, buenos quesos franceses, porque el caviar ruso lo traen ellos", deslizan los marineros del puerto. "Desde hace ya dos años, los brasileños empezaron a comprar departamentos que superan el millón de dólares, como los de Yoo, decorados por Philippe Starck. Pero ahora se animan a invertir fuerte lejos de la Punta, y han llegado hasta La Barra y Manantiales", afirma Clarice Iepfren, una coterránea que conoce bien sus ritos. Habla de sobremesas que se extienden hasta el amanecer, coronadas casi siempre por improvisadas fiestas con bailes en las casas.
"Son sumamente alegres desde que amanecen, a media mañana. Y no hay excusa meteorológica que les impida practicar deportes y mostrarse en forma. Pueden cometer excesos, pero al otro día los ves pedaleando en sus mountain bikes ", comentan quienes sirven de personal shoppers . Un nuevo servicio que empieza a corporizarse aquí, en el Este.
Fueron 115.000 visitantes, de los cuales cerca de 50.000 arribaron sólo en diciembre, lo que representa un 18% más en comparación con el mismo mes del año anterior. Pero en ese malón llegaron, por un lado, los millonarios paulistas, cariocas y gaúchos dispuestos a hacer saltar la banca de los casinos y ocupar las suites de US$ 13.000 la noche. A algunos se los reconoce por la jactancia de la bandera siempre exhibida de su país. Sus cortas estadas en el Conrad, su piel poco bronceada y las largas mesas con clericó de champagne con las que, incluso, pueden convidar espontáneamente a algún transeúnte, si surgió gran empatía.
Estereotipo desactualizado
Están también los que prefirieron instalarse en las mejores chacras y casas esteñas y copar las reservas de exclusivos restaurantes como La Bourgogne, Los Negros o el resto del hotel Fasano, el nuevo emprendimiento que los cobija en un entorno bucólico y glamoroso, y donde también construyen sus casas en piedra y madera. "Los argentinos tienen un estereotipo muy desactualizado sobre el brasileño de dinero: los que llegan aquí hace tiempo que dejaron de ser estridentes o de vivir en el barrio Beverly Hills. Son ultrasofisticados, tanto o más que los argentinos. Además, son más jóvenes, conocen bien las marcas y los productos y, cuando los encuentran, gastan sin miramientos", según los describió Miguel Schapire, que hasta ayer convivió con gran parte de ellos en su posada Le Club, con acceso directo al mar de La Barra. Gabriela Agnoletto tiene 26 años; es de Santa Catarina y el 27 de diciembre, cuando llegó, recibió un regalo especial: su novio, Martín Weege, un poderoso empresario textil, que en su país se mueve con dos custodios y auto blindado, le alquiló una casa frente al mar de Manantiales lo suficientemente amplia para instalarse con sus amigos: diez en total.
Lo populoso de esa comitiva obedece a una razón de tradición cultural: si algo los diferencia de los argentinos con similares ingresos, es el espíritu gregario que ellos profesan para las vacaciones. "Al brasileño le gusta divertirse y compartir", cuentan. Weege pagó US$ 40.000 por esas amplias comodidades frente al mar y otros US$ 3000 a la intermediaria Terramar. Ante todo, la seguridad "Este es de los pocos lugares seguros para pasar las vacaciones tranquilos en Sudamérica", cuenta a La Nacion, y se excusa por no aparecer en las fotos. "Si a un lugar agreste y bello como éste le sumás seguridad, para cualquier brasileño esto es el paraíso", afirma, sobre su primera experiencia en el balneario, que piensa repetir en carnaval. El Sunrise II, un yate de 18 metros de eslora, permanece todo el año en el puerto de Punta del Este. Se usa solamente unos días en enero, cuando sus dueños, de Porto Alegre, deciden visitar el Este con amigos.
En sus travesías a Solanas y a la isla Gorriti, la exigencia es sólo una: "Que haya chipirones, buenos quesos franceses, porque el caviar ruso lo traen ellos", deslizan los marineros del puerto. "Desde hace ya dos años, los brasileños empezaron a comprar departamentos que superan el millón de dólares, como los de Yoo, decorados por Philippe Starck. Pero ahora se animan a invertir fuerte lejos de la Punta, y han llegado hasta La Barra y Manantiales", afirma Clarice Iepfren, una coterránea que conoce bien sus ritos. Habla de sobremesas que se extienden hasta el amanecer, coronadas casi siempre por improvisadas fiestas con bailes en las casas.
"Son sumamente alegres desde que amanecen, a media mañana. Y no hay excusa meteorológica que les impida practicar deportes y mostrarse en forma. Pueden cometer excesos, pero al otro día los ves pedaleando en sus mountain bikes ", comentan quienes sirven de personal shoppers . Un nuevo servicio que empieza a corporizarse aquí, en el Este.