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En el camino de la integración latinoamericana

*Por Alejandro Mareco. A 20 años de la creación del Mercosur, cada vez resulta más evidente que sólo una verdadera integración regional nos dará la oportunidad de un mejor porvenir.

"América latina es hoy el lugar más estimulante del mundo. Por primera vez en 500 años hay movimientos hacia una verdadera independencia y separación del mundo imperial; se están integrando países que históricamente han estado separados. Esta integración es un prerrequisito para la independencia". Las palabras son del pensador estadounidense Noam Chomsky y valen para enmarcar hoy la trascendencia de aquel impulso inicial del Mercosur, de cuya creación se acaban de cumplir 20 años.

El Mercosur fue imaginado y firmado para dar origen a una entidad que en principio atendió más que nada a la integración desde el punto de vista comercial, y en este sentido dio sus pasos iniciales entre los barquinazos y las realidades diferentes y coincidentes de los socios originales (Argentina, Brasil Uruguay y Paraguay).

Pero el derrotero de la historia sudamericana y las crisis que estallaron tras el reino neoliberal de finales del siglo 20 hicieron que en la incipiente marcha por el siglo 21, la integración alcanzara un vuelo político que hasta entonces no había tenido. Aquí, en Argentina, al cabo de desencantos y extrañas fantasías desmoronadas, buena parte de las miradas comenzaron a despojarse y a avizorar el viejo sentido del destino regional.

El Mercosur comenzó a tener un sentido de realismo elemental en el proceso globalizador al que por ahora asistimos pero del que, si tenemos intención de formar parte activa, no nos queda más alternativa que la integración regional. Es la manera de potenciar las negociaciones con otros bloques y la solidez política en este mundo en el que se arrasa con los débiles.

Este siglo, que aún transita en sus albores, lleva en su vientre una proyección concreta del destino americano original, aquel que la desintegración hizo que muchas veces viéramos como pedazos extraviados de una unidad. Luego del Mercosur, en la región dimos otro salto en la integración con la Unión Sudamericana (Unasur), un encuentro que hasta aquí ha demostrado que no sólo se trata de declamar la unidad, sino que es posible tomar decisiones concretas para funcionar como un bloque político, histórico y cultural frente al mundo.

América tiene hoy una potencia natural que atrae los ojos del mundo. Sus recursos son objeto de codicia, como siempre, pero, en muchos sentidos, son más decisivos que nunca. Los hidrocarburos y las reservas de agua potable son bienes clave sobre los que necesariamente habrá que dar una estrategia común en un mundo cada vez más industrializado y sediento.

Pero el universo americano también tiene para proponer algo diferente a la humanidad. "Entre tantas cosas que están en juego, si uno las mira de una manera muy global, muy genérica, el mundo está confrontado con el problema de tener que encontrar una solución de compatibilizar la tecnología con el humanismo. Los anglosajones son excelentes en tecnología, pero no saben para qué. Los latinoamericanos, si elevamos nuestra capacidad tecnológica, tendremos una capacidad decisiva de ser una presencia humanista de la que el mundo necesita desesperadamente para que la vida tenga sentido", decía hace tres años el brasileño Helio Jaguaribe, uno de pensadores más importante de América.

En esta tierra de mixturas, de sangres fundidas, cabe una versión diferente de las cosas. La sangre americana es una sangre nueva que fluye con ansias de porvenir.