En defensa de agosto
Se está ya en el último tercio de un mes de tradicional mala fama entre los supersticiosos de extendida parte del mundo.
A agosto se le atribuyen contaminaciones de naturaleza maligna que no podrían conjurarse mediante las prevenciones habituales y requieren -así afirman los adeptos de cierta medicina no ortodoxa- "tratamientos" sólo posibles en los dominios del esoterismo.
De tal modo, se está yendo ya un mes al que mejor sería no exacerbar y evitar así cualquiera de sus reacciones destructivas cuando parece que ya sobrevendrán las jornadas de otro mes de signo opuesto, al que se asignan los más extraordinarios poderes de reconstrucción y renacimiento.
En la Argentina hay zonas en que es costumbre beber una infusión de caña -la criollísima bebida alcohólica- con hojas de coca, cada primer día de agosto, como supuesto infalible antídoto contra las "emanaciones" negativas, propias del funesto mes. En realidad, contra la muerte. Quien ha bebido la pócima mágica puede contar con la seguridad de estar vivo por un año más, de acuerdo con la ingenua creencia.
Pero todo ello es una fantasía en la que sólo puede verse la necesidad humana de procurarse alguna seguridad contra la incertidumbre, sobre todo la muerte, que universalmente se reconoce como el seguro fin de todo proyecto de este mundo.
Pero se trata nada más que de una superstición, y ni siquiera eso: más de uno de esos consumidores de caña con hojas de coca de primero de agosto no cree en las garantías ofrecidas por el rito, que, sin embargo, oficia cada año como siguiendo una práctica folclórica que lo hace sentir auténtico habitante de su región.
Nadie en su sano juicio podría creer que tan simple "droga" pudiera bastar para ahuyentar la muerte, esa experiencia límite que llega a todos en el día y la hora que nadie podría precisar con anterioridad. No sólo que no puede confiarse en semejante influencia de una simple costumbre sino que, además, tampoco puede trasladarse la presunta eficacia ni siquiera contra la mala suerte en general. Ni la privada ni la colectiva.
Lo cierto es que agosto, si algo trae, trae de todo, y no necesariamente lo mismo para todos, como lo prueba el hecho de que en el octavo mes hay nueva vida y muerte, hay triunfos y derrotas, hay curación y enfermedad, hay ilusión y desesperanza, hay decepción y optimismo.
No se sabe que convenga evitar agosto como tiempo para sellar negocios de envergadura, ni para materializar proyectos personales de importancia, como podrían serlo el casamiento, la elección de la carrera o algún viaje soñado durante toda la vida. Ningún ejército, que se sepa, procuraría estar lejos de agosto para atacar una posición enemiga de especial significación en el diseño general de una campaña bélica. Y para quedarse con un caso cercano en tiempo y lugar, no por haber sido jornada de agosto, se dejó de establecer el 14 como fecha de los últimos comicios; que fueron también las primeras elecciones primarias de la Argentina. Y, siguiendo este hilo, no por aquella superstición deberá temerse que las consecuencias de estos comicios sean preanuncio inequívoco de desdicha para la nación y la provincia.
Los acontecimientos -una gran parte de ellos- son hijos de la acción humana, productos de una red no siempre perceptible en totalidad, pero nunca fatalidades debidas, por ejemplo, a la presunta malsana atmósfera de agosto.