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Empresarios 2011: el jugador que falta para el crecimiento

*Por Guillermo D`Andrea. Una vez más la incertidumbre vuelve a dominar el panorama del nuevo año eleccionario.

El Gobierno plantea profundizar el modelo aunque todavía no aclara de la mano de quién ni el contenido completo del mismo. El resto de los candidatos aun no oficializados "orejea" sus propuestas balanceando con sus posibilidades. Nadie parece querer mostrar su juego, someterlo a discusión. El temor a la demolición de propuestas y candidatos parece estar menos vinculado con el contraste de ideas y propuestas que con una mera lucha por conseguir el poder. Frente a este panorama de elección de personas más que de ideas, es casi natural que muchos votantes añoren la llegada de un líder, un caudillo que "ideas aparte", sea capaz de asumir el poder, sosegar a unos y otros. Y con los ánimos aquietados enderezar el rumbo del país en un mundo incierto pero que una vez más parece ofrecer oportunidades notables para la Argentina. Y sin embargo nuestra historia nos muestra que liderazgos del estilo han naufragado inevitablemente en una mezcla de corrupción, autoritarismo, autocracia y otras prácticas alejadas de la democracia y el buen gobierno.

Habiendo comprobado reiteradamente que el poder corrompe, y que el poder absoluto corrompe absolutamente, parecería que la Argentina no puede encontrar otro camino y tenemos que insistir en volver a probar la misma fórmula, aún reconociendo que el resultado final muy probablemente tendrá un sabor amargo.

La comparación con los vecinos a uno y otro lado es aún más inquietante. Tanto Uruguay como Brasil están gobernados por presidentes con antecedentes que serían inaceptables para buena parte de nuestro electorado, y para quienes el éxito de Chile de la mano de dos décadas de gobiernos socialistas es poco menos que inexplicable. Y resulta por demás sorprendente el sostenido progreso del Perú: un crecimiento inusitado lanzado por un presidente indigenista al que lo sucedió otro con un antecedente de fracaso comparable al gobierno de la Alianza. Difícilmente Lula da Silva, Dilma Roussef o José Pepe Mujica hubieran sido elegidos en Argentina, lo cual incluso permite pensar que es posible que Ricardo Alfonsín y Fernando de la Rua se hubieran retirado con razonable éxito en Chile o Uruguay. Lo más llamativo es que en cualquiera de estos países los presidentes se fotografían sonrientes con sus antecesores, mientras aquí los nuestros casi ni se saludan.

Y es que a diferencia de los vaivenes que sufrimos aquí, en todos estos países –para no ocuparnos de países en otras regiones con mejor trayectoria–, se puede observar un plan de crecimiento que se mantiene más allá de los cambios de administraciones. Y por lo visto la continuidad paga con notables logros de estabilidad y crecimiento a sociedades mucho menos bendecidas con riquezas naturales. Lo que prueba que no es la riqueza sino los acuerdos de gobierno lo que promueve el crecimiento armónico de los países, siendo Japón el ejemplo más claro.

Parecería que los argentinos damos por sentado que siendo un país rico, todos somos ricos y tenemos las mismas oportunidades, aunque desde hace décadas la realidad nos viene mostrando un consistente crecimiento de la pobreza que clama en las calles a veces con la manera imperiosa de los piquetes.

Un proceso de crecimiento requiere de previsibilidad, para lo cual es esencial la estabilidad económica, política y social. Y las condiciones globales, con crisis, amenaza de estancamiento de los primeros países, guerras e intervenciones armadas, auguran más incertidumbre que certezas. Más que nunca es necesario contar con acuerdos que al menos den estabilidad interna frente a los desafíos y oportunidades globales.

El actual proceso eleccionario nos muestra un nivel de fragmentación que difícilmente propicie esos acuerdos tan necesarios, pero esta fragmentación no es patrimonio únicamente de la clase política. El empresariado, el otro componente de nuestra clase dirigente, no muestra un cuadro más alentador. Es imprescindible que quienes manejan los recursos económicos del país tengan un horizonte lo más claro posible, que difícilmente surja con el estado de la actual clase política.

En 2003 el empresariado brasilero, sin distinción de cámaras, sectores o tendencias, lanzó un programa de planificación, una multiplicidad de talleres que dieron lugar a un documento: el Mapa de la Industria, que fue presentado al presidente Lula y ha sido uno de los pilares y guías de su desarrollo en años recientes. El Mapa permitió generar acuerdos entre sectores que hoy respaldan el impresionante crecimiento de Brasil y su fortalecida presencia global.

Es posible que nuestros empresarios, educados, ágiles, flexibles e inteligentes, sean capaces de sentarse juntos a una mesa y sentar las bases de acuerdos que tanto necesita la República.

Recuperar de este modo su rol activo en el destino del país, promover el trabajo que es la base natural de su actividad por sobre la especulación y con su inagotable iniciativa contribuir a mitigar las situaciones de injusticia social que nos abruman. Proponer un rumbo al menos como base de discusión, pues es sabido que cualquier plan es preferible a andar a la deriva, y ocupar el lugar que les corresponde, mostrando el coraje que cada día requiere emprender y dirigir. Y de paso recuperar su prestigio y la capacidad de influencia que les cabe como clase dirigente que es.