Ella no tiene lavarropas
Voy a emular a mi amigo y mentor Valentín Muro (tengo un mentor cuarenta años menor que yo, que conste) y en lugar de su formato habitual esta semana nos presentamos en modo miscelánea.
Sue Grafton
En el Viejo Smoking de la semana pasada (¡50!) anoté con tono austero y bibliográfico que Sue Grafton falleció en 2017, antes de terminar su famoso Alfabeto del Crimen. Lo puse así, en seco, como si fuera Wikipedia. Pero la verdad es que todavía no me repongo del golpe que me dio esa noticia. Yo amo a Sue Grafton. Leí más de una vez todos sus libros, los leo para descansar, por ejemplo de alguna novela de Murakami. A quien, dicho sea de paso, tomé odio por todo lo que me ha hecho sufrir.
Amo a los personajes: a Rosie, la dueña húngara del restaurante al que Kinsey va siempre, que sirve lo que ella quiere y no lo que el cliente pide. Sus recetas vienen cargadas de ominosos secretos. Amo a Henry Pitts y todos sus hermanos que andan alrededor de los 90 años, son felices y viven como si el mundo les perteneciera. Nell, la mayor, ordena la alacena por orden alfabético y no por el tipo de producto. William, el que le sigue a Henry, es hipocondríaco en un nivel tan refinado que requiere imaginación y adora los funerales. Amo el filoso sentido del humor de Kinsey, su pasión por los autos y los recuerdos de su infancia, que pasó en un trailer criada por una tía.
Llegué hasta la X. Esperaba los dos últimos tomos (la versión pocket demora más) y nunca conté con la posibilidad de que Grafton muriera. Cómo diantres me hizo eso.
Misterios domésticos
En esta nueva situación de retiro (no me gusta la palabra técnica, así que no la uso) ha cambiado, como es lógico, la relación de cada uno con su propia casa, se hizo más íntima. Ahora descubre cierto enchufe cuya existencia ignoraba, observa los picaportes y sobre todo los contornos de los picaportes que necesitan detergente con urgencia, encuentra ropa que creía perdida y también pierde cosas de la manera más inexplicable. Pierde medias, varios pares. Rápida sospecha sobre el lavadero, siglos atrás. Difícil de comprobar, pero las medias no están. Seinfeld dijo una vez que se las devora el lavarropas, puede ser. Pero también desaparecen lavadas a mano. (Ella no tiene lavarropas.) También se pierden las cucharitas, con alevosía. Queda una sola si hay suerte. Rápida sospecha sobre un uso desaprensivo de la bolsa de residuos. Otro gran misterio –quedan exentas las personas que aman el orden enérgicamente– es el universo que se forma, al parecer surgido de la nada, en la mesa de luz. La austera disposición previa, lámpara, teléfono, pañuelos de papel, hoy es una robusta población de objetos que incluye libretas, lápices y bolígrafos, la cinta metálica de un medicamento (no pregunten), un protector labial, un par de recortes nunca revisados, post-its con números de teléfono que no tuve la precaución de aclarar a quien pertenecen, una botella (chica) de agua mineral y más objetos triviales que parecen reproducirse por generación espontánea. No llega a la gravedad de ordenar un placard pero poner orden en la mesa de luz tampoco promete ser una tarea menor.
The Rolling Stones
Después de ocho años los Rolling Stones sacaron un nuevo single: Living in a Ghost Town. El tema estaba en proceso desde un año atrás pero ante esta situación el grupo tuvo una inmediata reacción, dio unos toques a la letra y realizó esta increíblemente ambiciosa producción. El director del video, Joe Connor, cuenta cómo lo hicieron bajo las restricciones actuales. La banda se grabó a sí misma; Connor mientras tanto convocó a sus amigos, una red de fotógrafos que fue conociendo en sus múltiples viajes por el mundo. Cada fotógrafo se ocupó de su propia ciudad, con las debidas medidas de seguridad y protección propias de cada país. Organizaron los horarios, primeras horas de la mañana, y desde Los Ángeles, Toronto, Londres, Oslo, Ciudad del Cabo, Margate y Osaka los fotógrafos grabaron el mismo fin de semana y enviaron el material a Connor. Él y su productor Fred Bonham Carter junto con el equipo de post producción lograron editar el material a toda velocidad en la cocina de su casa.
El resultado es éste: ciudades de aterradora belleza mostradas a toda luz en absoluta soledad. El uso del ojo de pescado, dice Connor, es más que un recurso estético: es también una manera de abarcar el espacio con la menor exposición posible. Los juegos gráficos de velocidad y encierro, salpicadas de súbitas postales de infausta quietud transmiten la idea de una suspensión del tiempo, nostalgias del pasado, sospechas del futuro.
Ellos cantan, nada más. No hay luces ni trajes. Es un trabajo de colaboración, amistad, sensibilidad y talento. Ya han visto el video más de 5 millones de personas.
Soy un fantasma
Que vive en una ciudad fantasma
No voy a ninguna parte
Estoy solo acá, encerrado,
Con tanto tiempo para perder y
Solo miro mi teléfono
Art Buchwald
Me imagino que nadie menor de cierta edad (avanzada) tendrá idea de quién fue Art Buchwald. Periodista, columnista, básicamente un humorista irresistible. Sus columnas salían publicadas en el Washington Post y, sindicadas, en otras 500 publicaciones. Su fuerte era satirizar el gobierno. Por ejemplo: “Si uno ataca el establishment el tiempo suficiente, con la dureza suficiente, van a terminar por incluirlo como miembro”. “El mundo es una sátira. Lo único que se puede hacer es registrarlo”. Y la mejor: “El humor es la mejor venganza”. Podría llenar páginas y páginas con sus agudezas pero ya lo hizo él mismo: publicó libros y obtuvo el premio Pulitzer.
En la década del 80 un día se organizó una lujosa comida para homenajear a quien entonces era el directivo principal de la Paramount Pictures. No recuerdo su nombre, disculpen. Todos quienes eran Alguien en la industria estaban invitados. También Art Buchwald. A la hora de los brindis, cuando le tocó el turno a él, levantó su copa y dijo: “Me gustaría decir lo que pienso acerca de (no recuerdo su nombre), pero temo encontrarme mañana con la cabeza de un caballo en mi cama”. La carcajada fue unánime, pero había una herida de lanza detrás de la broma.
Años atrás Buchwald había presentado la idea de un guión a la Paramount; algo bastante común entre escritores y guionistas. Recibió, como todos los demás, un pago simbólico, una suerte de arancel, de 5000 dólares por la sola entrega del material. Pero la idea de Buchwald era nada menos que la génesis del guión que luego se convirtió en la película Coming to America, también llamada Un príncipe en Nueva York. La película, protagonizada por Eddie Murphy, recaudó 288 millones de dólares (1988) y la Paramount entendía que nada le debía a Buchwald gracias a una artimaña contable llamada “net profit” (no me pregunten).
Por fin Art Buchwald inició juicio a la Paramount, lo ganó y arreglaron en 900.000 dólares. Personalmente, creo que de todas maneras merecía más. Recordé este episodio porque ahora, 32 años más tarde, la Paramount está a punto de estrenar una secuela de aquella divertida película que también esta vez protagonizará Eddie Murphy, junto con Arsenio Hall y Wesley Snipes.
Jack Nicholson
En un largo reportaje que Jack Nicholson dio hace tiempo a la revista Vanity Fair salió el tema de su tormentosa relación con Anjelica Huston. Nunca se casaron porque ella no quiso. Para qué, decía, si todo el mundo se divorcia. Como él había afirmado antes que no mentía a las mujeres le preguntaron si alguna vez le había mentido a Anjelika Huston. “¡Por supuesto que le mentí! Es a la otra a la que le decía la verdad. Solamente se le miente a dos personas en la vida: a tu novia y a la policía”.
Odio
Disculpen. Hoy no odio nada ni a nadie porque estoy de muy buen humor. Bueno, un poco a Murakami.
Margaret Mead
El doctor Ira Byock, miembro de la Academia Americana de Medicina Paliativa, contó que tiempo atrás un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba ella que era el primer signo de civilización en una cultura. El estudiante esperaba que Mead hablara de ollas de barro, quizás algún arma. Margaret Mead pensó un momento y luego dijo: “Un fémur curado”.
“En la selva ningún animal sobrevive a una pierna rota el tiempo suficiente para que el hueso sane. Un fémur roto que se ha curado es señal de que alguien se ha tomado el tiempo para quedarse con el caído, ha vendado su herida, lo llevó a un lugar seguro y lo ayudó a recuperarse. La primera señal de la civilización es la compasión, que puede verse en un fémur curado”.
De eso se trata. Compasión y tiempo para cuidar al herido.
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