Elizabeth Taylor: adiós a la ultima estrella de Hollywood
* Por Marcelo Stiletano. Su belleza y su turbulenta vida amorosa serán tan recordadas como su precoz talento y su vulnerabilidad en pantalla.
Mucho antes de que algunas notorias figuras femeninas de nuestro tiempo, ayudadas por una inédita maquinaria de marketing y publicidad, construyeran sus respectivas carreras a partir de una mezcla de glamour, apariciones rutilantes en la pantalla y ruidosos escándalos fuera de ella, Elizabeth Taylor le había enseñado al mundo todo lo que no debe faltar para ser considerada una estrella en el más amplio sentido de la palabra.
Su vida se apagó en la madrugada de ayer, a los 79 años, en el hospital Cedars Sinai, de Los Angeles.
Las complicaciones cardíacas que precipitaron el final -luego de dos meses de internación- cerraron una asombrosa sucesión de achaques, dolencias, enfermedades y conflictos, que la tuvieron como protagonista. Para alcanzar por mérito propio un lugar de reconocimiento mundial que supo conservar hasta el final había logrado sobreponerse a todos ellos: las más serias amenazas a su salud y otros agitados avatares de su complicada vida privada, siempre expuesta al máximo.
Entre ellos sobresalió una serie -difícil de igualar- de ocho matrimonios, casi siempre marcados por el signo de la frustración, que muchas veces llegaron a opacar por completo a una carrera que a menudo la llevaba a aceptar papeles y compromisos que estaban muy por debajo de sus condiciones.
Detrás de ese muestrario de adversidades físicas y emocionales estaba una de las mujeres más hermosas del cine de todos los tiempos y, con toda seguridad, el rostro más bello que entregó Hollywood en su época dorada, gracias sobre todo al magnetismo que irradiaban sus ojos, de una increíble tonalidad violeta.
A pesar de que su nombre siempre se asoció a las publicaciones consagradas a ventilar indiscreciones, la crítica más exigente tomó en serio en los momentos decisivos el talento interpretativo de Taylor. No costó descubrir en ella su talento para encarar con la mayor naturalidad y sin complejo alguno la compleja transición que la llevó de ser una destacada y precoz actriz infantil -descubierta por un cazatalentos y contratada por los estudios Universal cuando sólo tenía nueve años- a introducirse muy rápidamente en papeles maduros y más comprometidos.
Por entonces, la muchacha nacida en Hampstead Heath (Londres) el 27 de febrero de 1932 como Elizabeth Rosamond Taylor ya estaba viviendo en los Estados Unidos, la tierra natal de sus padres, quienes se habían instalado en la capital británica para llevar adelante una galería de arte hasta que decidieron regresar y establecerse en Los Angeles cuando la Segunda Guerra Mundial ya era una amenaza concreta para la familia.
Con los años -y la considerable ayuda de algún cronista poco mesurado-, Taylor recordaría con algún remordimiento a un padre buen mozo, emprendedor y afecto a algunos excesos por culpa de la bebida y a una madre bastante manipuladora, empeñada a toda costa en llevar a Hollywood a la pequeña Liz, apodo que la futura estrella jamás recibió con agrado.