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El yoga, ¿será para mí?

Mi médico de cabecera cuando me vio llegar con la pata al hombro, con mirada ominosa, me mandó a yoga, dando a entender que mi próximo paso era la silla de ruedas.

Tan alegremente motivada me lancé por Buenos Aires buscando alguien que diera yoga "no religioso" porque la idea era sólo acomodar los huesos

Una vez mas mi amiga Alicia, corrió en mi auxilio y me mandó a un espléndido centro donde ella misma se había formado. Hablé, pedí turno, y me decidí. La noche anterior preparé mis útiles con la devoción que nunca puse en la escuela donde apenas me amenazaban con la silla eléctrica. A la mañana cuando salí había comenzado a llover y por supuesto, víctima (como todos) de la desconfianza meteorológica estaba sin paraguas... me empapé, pero marchaba hacia la salud así que con alegría me tomé un taxi.

Mirando mi libretita le di la dirección. ¡Ay, me había tocado un taxista de "esos"! A los gritos me preguntó:

- ¡A esa calle ¿!entre cuál y cuál!?

- No sé señor -contesté con mansedumbre. Pero él no estaba dispuesto a moderarse.

- ¿¡Y cómo toma un taxi sin saber entre que calles va!? ¿¡No ve que la numeración cambia!? Me silencié mientras él seguía gritando

- ¡Hay que ser irresponsable para tomar un taxi así! Más silencio, pero algo me hervía por dentro y bajé el vidrio de la ventanilla. Ahí pensé que me iba a pegar. ¿¡Cómo baja el vidrio no saben que la pueden saltar y sacarle todo!? Y yo no los voy a correr, y usted a su edad...

Esa fue una puñalada trapera pero una vez mas no contesté nada. Como corresponde me paseó y me cobró una fortuna Volvió a gritarme por el cambio. Y finalmente me bajé y ni siquiera le di un portazo.

El centro es un lugar luminoso de sonrisas amables y paredes claras. De la profesora, y mis dos compañeras, emanaba una profunda paz. Puse mi toallita en el suelo y me concentré en la clase.

Los ejercicios maravillosos pero la palabra de la profe no se limitaban al ejercicio sino que, en los momentos de descanso, decía continuamente "quietas por fuera, quietas por dentro". Era claramente una indicación hacia la paz.

Pero cuando cerraba los ojos, me aparecía la cara del taxista y yo, por fin olvidada de todos mis modales y convicciones sobre la convivencia  gritando como una fiera: ¡Escucháme hijo de una re mil, si no conocés la ciudad para qué manejas un taxi pelotudo! ¡No me jodas con que me van a asaltar si vos me estas robando! ¡Más irresponsable será tu abuela! La escena culminaba con un feroz portazo reivindicador donde le agarraba los dedos de la mano. Todos (por lo de vieja).

 

Cada  vez que había un pequeña relajación y mientras la profe llamaba a aquietarse por dentro, mi película seguía con más y más ira. Lo imaginé tratando de hacer un trámite en Movistar, enloqueciéndose con esa voz que dice: si quiere hablar con Dios marque el... (Y hasta capaz que te den con Dios pero con un gerente, nunca).

Lo imaginé atrapado por un corte de piquetes, en pleno verano, secándose al sol, como la yerba de ayer. Y cuando la meditación alcanzaba su parte mas intensa,  lo veía como el Padre Grassi entrando al pabellón 31. Terminé la clase agotada de tanta venganza imaginada y con un descubrimiento: no se trata de que soy una gorda apacible. Se trata de que, si me paro un minuto a pensar, ¡mato! Sí, quizás necesito yoga. Ommmmmmmmmm...