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El verdadero pecado de Hebe

*Por Jorge Fernández Díaz. Hebe se ha construido, en partes iguales, entre la heroicidad humanitaria y el autoritarismo verbal.

 Durante más de tres décadas me ha ganado el corazón con su dolorosa lucha y me ha espantado con sus desafortunadas sentencias políticas. Pero al verla en persona, después de muchísimo tiempo, los reparos se derritieron en un instante y el cariño me doblegó. Fue en el camerino que le habían destinado a Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro. Estábamos juntos charlando sobre literatura cuando Hebe llegó para hacerle firmar un petitorio. Su presencia, dura y frágil a un mismo tiempo, no fue amenazante sino extrañamente dulce, y me llamó la atención mi propia e involuntaria veneración hacia esa figura luminosa, y a la vez tan controversial. Lo que más me impactó ese día, sin embargo, fue una frase que dejó caer: "La Presidenta nos pidió que no hiciéramos nada, y entonces vine a escuchar. Me voy a ir en medio de la exposición; no entiendan eso como un gesto crítico. Tengo que llegar temprano a La Plata y me avisaron que había mucho tránsito en la ruta".

Sólo muchas horas después empecé a procesar el raro sentimiento que me producía aquella primera línea: "La Presidenta nos pidió que no hiciéramos nada". Pronto reconocí lo que me incomodaba: nunca hasta entonces la indomable Hebe de Bonafini se había manifestado subordinada a un jefe político. Nunca nadie había podido darle órdenes. Con la llegada del kirchnerismo, las Madres de Plaza de Mayo, que no se casaban con nadie y que estaban por encima de los partidos y sus intereses, aceptaron con fervor una jefatura operativa e ideológica.

Ese hecho conduce a un tema complejo: a los kirchneristas les cuesta mucho aceptar que ellos se han convertido en la encarnación misma del poder. Claro, no quieren perderse el doble prestigio de haberlo conquistado y de presentarse, a su vez, como gladiadores contra un pérfido poder ajeno, que en este caso no es la sinarquía internacional sino las "corporaciones".

¿Pero, de qué hablamos cuando hablamos de corporaciones? El oficialismo, a estas alturas, no podría recitar en voz alta una lista de empresas ni de hombres poderosos que acechen o perjudiquen al Gobierno. Apenas pueden decir que las fuerzas del campo, y un tanto menguadas, sobreviven en el horizonte opositor, pero sin más peso que el electoral.

De manera que en ese desierto, los medios emergen como el enemigo deseado, el blanco perfecto al que apuntan los propagandistas, que han dejado de hostigar e investigar a los demás por la simple razón de que aquéllos se han encuadrado o ya no molestan. Las multinacionales están mansas, las nacionales son quejosas pero seguidistas, los altos ejecutivos son "puestos a parir" en oficinas públicas donde Moreno les dice lo que pueden o no hacer. Y si uno escarba bien y no se deja impresionar por declaraciones epidérmicas, se dará cuenta incluso de que Cristina Kirchner será, como en 2007, la candidata del establishment.

Los hombres de negocios no le tienen mucha simpatía personal, pero saben que con ella al menos están garantizadas las ganancias de estos años. El establishment, ya saben, es ese colectivo lleno de gente altruista que siempre apuesta sobre seguro. Se parece, visto de cerca, al peronismo, que por supuesto permanece encolumnado detrás de la "causa nacional y popular" junto con sus poderosísimas expresiones feudales y sindicales.

Pero el Estado narra, como escribe Ricardo Piglia: "Cuando se ejerce el poder político se está siempre imponiendo una manera de contar la realidad". Y siempre conviene crear un enemigo, aunque sea fantasmal, porque cohesiona a la tropa y mantiene la moral militante en alto. Los medios son, en esta coyuntura, los enemigos apocalípticos por vencer, la madre de todos los males de la patria.

Ese relato, curiosamente, choca contra otro: la mayor virtud que acólitos y adversarios le reconocen a Néstor Kirchner es justamente su capacidad para ganar y colonizar el poder, acumular más y más, arrebatárselo a sus adversarios y conservarlo para lograr de ese modo que "la política subordine a todos los otros factores y no al revés", como reza la biblia kirchnerista. Es verdad. Los Kirchner lograron que casi todos los otros actores económicos y sociales se subordinaran a su modelo. ¿Quiénes son entonces los grandes y tan temidos antagonistas de este proyecto "revolucionario"? ¿Dos o tres diarios, alguna revista, un canal de televisión y otro de cable, y ciertas emisoras de AM y FM? Los neosetentistas comandan el más poderoso gobierno de la historia democrática, y mientras tanto niegan ser parte del poder aunque obviamente lo constituyen y lo gozan.

Y el poder narra, como dice Piglia, pero también enloda. En el poder late lo peor: la ambición desenfrenada, la acumulación personal, la permanente necesidad de adulación, la corrupción y el verticalismo. Desbrozando la maraña del caso Shocklender, quizás un solo pecado se le podría imputar a Hebe, que no parece haberse enriquecido de manera espuria. Y ese pecado es, justamente, haber renunciado a comandar una organización ecuménica y haberse entregado al poder. No es la única: periodistas, intelectuales y dirigentes sociales hasta no hace mucho independientes cayeron en la misma tentación. El que se acuesta con el poder, manchado se levanta.