El vademecum de los pobres
*Por Juan F. Marguch. La voz de orden de la industria farmacéutica es producir remedios para quienes revistan en el sector ABC1 de la sociedad.
S egún un informe distribuido recientemente por la humanitaria ONG Médicos Sin Fronteras (MSF), más de ocho mil personas mueren por día en el mundo por enfermedades fácilmente curables.
"Hoy en día, en pleno siglo 21– afirma la benemérita institución–, existen enfermos que están fuera de las agendas de la investigación farmacéutica, de los gobiernos, de los medios y, por tanto, para la sociedad. Enfermos de malaria, leishmaniasis, sida, tuberculosis, Chagas y la enfermedad del sueño no poseen tratamiento adecuado y fallecen por falta de acceso a una cura que sí existe".
En la campaña de concientización que lleva adelante MSF, se realizó una exposición en la Plaza San Martín, de Buenos Aires, y se brindó información acerca de la problemática específica de nuestro país. La doctora Gemma Ortiz Genovese, responsable de MSF a nivel internacional para Enfermedades Olvidadas, advirtió que "los programas nacionales respecto a esas enfermedades son muy débiles y no llegan a los pacientes. Hace falta más investigación y desarrollo para nuevos medicamentos que sean menos costosos y más efectivos para estos males. El 90 por ciento del gasto mundial en la investigación médica es para el 10 por ciento de la población, que es la parte más rica. Por ejemplo, los niños con VIH no tienen muchas opciones para los medicamentos. La gente que padece estas enfermedades, que tienen cura, no tienen chances de sobrevivir porque el mundo se olvidó de ellos".
Denuncias como ésta abundan en la red, pero son innecesarias, porque los propios ejecutivos de las multinacionales farmacéuticas lo reconocen con brutal sinceridad.
Roy Vagelos, ex-directivo de Merck, una empresa que controla el 10 por ciento del mercado farmacéutico mundial, afirmó con innoble soltura que "una empresa con accionistas no puede equipar un laboratorio que se concentre en enfermedades del Tercer Mundo, porque iría a la quiebra."
Entre 1975 y 1997, las farmacéuticas lanzaron al mercado 1.233 nuevos medicamentos. Sólo el uno por ciento de ellos (¡13!) estaba diseñado específicamente para tratar enfermedades tropicales que se concentran en el Tercer Mundo y matan a millones de personas cada año. En cambio, se invierten unos 500 millones de dólares al año en Investigación y Desarrollo (I+D) en salud animal.
Es que la voz de orden de esa industria es producir remedios para quienes revistan en el sector ABC1 de la sociedad.
La investigación se concentra ahora en las llamadas "medicamentos de estilo de vida": productos contra la obesidad, la calvicie, las arrugas faciales, la impotencia, la frigidez, la eyaculación precoz, un mercado que mueve miles de millones de dólares al año. Y otros centenares de millones más se recogen en el mercado farmacéutico para animales de compañía. En este rubro, solamente en los Estados Unidos se rastrillan más de mil millones de dólares anuales. Ya existen específicos para tratar a perros que sufren de "ansiedad por separación", Alzheimer, artritis, demencia, alergias, cáncer y enfermedades periodontales.
Cada vez menos. El vademécum para pobres se reduce de año en año. Y esa reducción guarda relación directa con el avance de la tecnología médica pesada, cada vez más costosa e inaccesible para ellos. La I+D de una nueva molécula puede exigir inversiones que llegan hasta los 100 millones de dólares, una cifra irrecuperable si se tratara de un producto para prevenir o curar enfermedades tropicales, como la malaria, a pesar de que el agradecido George W. Bush impuso a la Organización Mundial del Comercio la extensión a 20 años de la vigencia de las patentes, lo que condena virtualmente a muerte a millones de desdichados que viven en África y contrajeron el VIH.
Si esta tendencia perversa se prolonga en el tiempo, los sectores de menores recursos sólo tendrán acceso a aspirinas, antitusígenos, bicabornato, eméticos, agua oxigenada, febrífugos, chofitol, árnica, yodo, alcohol, agua d’Alibur, dramamine (recomendable si se debe viajar en ómnibus de la Tamse), antibióticos de reducido espectro, y algunos otros específicos de bajo costo con patentes vencidas y terapéuticamente superados, y, será fundamental, mucho té de yuyos, además de enemas, cataplasmas y ventosas.
El poderío económico alcanzado por las multinacionales de los medicamentos –que desplazó del primer lugar de las estadísticas del comercio mundial a la industria de armamentos (un fervoroso de la homeopatía diría que ambas son industrias mortíferas)– puede inducir fácilmente a la opinión pública a creer, por caso, que las monodrogas son meros placebos y descartar su uso. La desgracia es que suelen serlo, porque no todos los que se dedican a su producción son hijos espirituales de Francisco de Asís.
Además, la ley de hierro del crecimiento capitalista impone el principio de que el poder económico acumulado debe ser sustentado y expandido mediante el poder político. Para ello han creado algunas de las mejores legiones de lobbistas de la historia. Y además, no por azar, las multinacionales nacionales son fuertes contribuyentes a las campañas de candidatos presidenciales que, curiosamente o no, una vez conquistado el poder gobiernan como nauseabundos corruptos.
En las elecciones presidenciales estadounidenses del año 2000, las multinacionales aportaron una cifra monstruosa: 26.600 millones de dólares, de los cuales el 70 por ciento ingresó en el Partido Republicano, que llevó a la Casa Blanca a George W. Bush, uno de los presidentes más corruptos en la historia de ese país.
En una nación sudamericana, algunos delincuentes metidos a productores y comercializadores de específicos medicinales fueron importantes contribuyentes para la campaña presidencial de un partido que se alzó con la victoria e inmediatamente se hundió en un fangal de corrupción a escala nacional (antes la practicaba a escala municipal y luego provincial). No puedo recordar ahora qué partido fue. Ni menos en qué país. No es que exista una relación de causa-efecto entre los intereses de las multinacionales de los medicamentos y la corrupción de los gobernantes. Si existiesen, sólo podrían ser coincidencias meramente subjetivas, faltaba más.