DOLAR
OFICIAL $816.08
COMPRA
$875.65
VENTA
BLUE $1.18
COMPRA
$1.20
VENTA

El uso de la violencia en Cuba

* Por Gustavo Chopitea. La violencia –como perverso instrumento de gobierno– está siendo utilizada en Cuba como mecanismo para tratar de silenciar el disenso social. Desde el corazón del Estado, de manera sistemática y estratégica.

Los arrestos, las torturas y las golpizas, así como los insultos y toda suerte de presiones sociales contra los disidentes, son las herramientas más habituales. Esto parece haberse transformado ya –como apunta el periodista independiente cubano Juan González Febles– en simplemente una variante más del conocido "terrorismo de Estado".

Para el Partido Comunista de Cuba, esas técnicas son consideradas hipócritamente como algunas de sus herramientas de "gobernabilidad". No obstante son, más bien, una forma perversa de imponer una suerte de "apartheid" ideológico.

En algunos casos, estos métodos crueles terminan con la muerte de quienes los sufren. Sin ir más lejos, las de Orlando Zapata Tamayo en febrero del año pasado y de Juan Wilfredo Soto García en mayo del 2011, a manos de efectivos policiales del Ministerio del Interior y de la Policía de Seguridad del Estado, así lo testimonian. Pese al esfuerzo constante –organizado desde La Habana– por tratar de silenciar la difusión de este tipo de noticias trágicas.

Desde el propio podio del frustrante reciente VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, el ahora presidente designado, el general Raúl Castro Ruz, insólitamente dio "carta blanca a la violencia de policías y de bandas parapoliciales" contra los movimientos civiles contestatarios que, pese a todo, se animan a enfrentan al régimen. Violencia que se manifiesta en la propia vía pública. Con frecuencia, esto se intenta "justificar" con la frase de corte netamente fascista: "Las calles (y las plazas) son de los revolucionarios". De nadie más. ¿Suena conocido?

Con frecuencia, los golpes de los patoteros oficiales apuntan a las cabezas, en procura de no dejar huellas demasiado visibles. Pero el daño se produce y los efectos colaterales son graves.

Los llamados "escraches", mecanismo totalitario al que nos hemos tenido que acostumbrar, son práctica habitual en Cuba. Allí está su origen. Desde allí se exporta la idea. El último de ellos lo sufrió José Daniel Ferrer, un ex prisionero e integrante del Grupo de los 75, recién excarcelado. Presumiblemente por su decisión de no exiliarse sino de permanecer en Cuba.

Pese a las presiones de algunos prelados de la Iglesia Católica, como el cardenal Ortega.

Frente a su casa, emplazada en la localidad de Palmarito de Cuato, en el este de la Isla, se organizó recientemente una "reunión de repudio". Esto es: un vulgar "escrache" durante el cual Ferrer fue vejado y golpeado por una turba aparentemente dirigida y coordinada por los oficiales policiales de la Seguridad del Estado con jurisdicción en la zona.

Se trata de perseguir, acosar y humillar infame y públicamente a quienes piensan distinto y se animan a decirlo en público. Para intimidarlos, deprimirlos, aislarlos, demonizarlos y así apartarlos de la sociedad a la que pertenecen.

Nadie en el gobierno es responsable por lo que sucede. "La gente en la calle" lo es, en todo caso. El "pueblo" innominado, entonces.

Para el también periodista independiente cubano Jorge Olivera Castillo, lo cierto es que "una suprema paliza o un extenuante abucheo frente a la casa, ambos protagonizados por 'el pueblo enardecido', salen mucho más baratos que un proceso judicial seguido de una condena por desacato" o por presunta propaganda en favor de los "enemigos" del régimen. Y es más económico y menos riesgoso que mantener encarcelados a 15.000 enemigos políticos, como ocurriera en la década de los 60. Se trata, en síntesis, de "acallar la contrarrevolución". Con palos y golpes, por cierto, desde la más inhumana brutalidad.

Eso es "mantener el orden", sostienen los funcionarios y personeros del gobierno cubano. Con "mano dura", quizás. Y así ha sido dispuesto por decisión de una elite que desde hace medio siglo –se dice desde el Partido Comunista de Cuba– es la autodefinida depositaria de los intereses de todos, de las vidas de los adultos y de los sueños de los jóvenes. Del poder sin límites.

Aun a costa de la aberrante postergación del pueblo cubano y de la división y hasta destrucción de una nación. Cuba está descapitalizada, tiene una productividad increíblemente baja y padece de un colosal atraso tecnológico. Ponerla de pie no resultará una tarea sencilla. Pero las razones de lo sucedido estarán siempre claras.

(*) Analista Internacional del Grupo Agenda Internacional

GUSTAVO CHOPITEA (*)