El turno de España
Para decepción de algunos y alivio de otros, hace un par de semanas Cristina pareció decidida a asumir una actitud levemente menos agresiva frente al Reino Unido.
pero, acaso sin proponérselo, en seguida su gobierno se las arregló para provocar un conflicto aún más amargo con otro país europeo, España.
Sin embargo, a diferencia de los socialistas de José Luis Rodríguez Zapatero que tendían a privilegiar los lazos diplomáticos por encima de los comerciales, los conservadores de Mariano Rajoy se han mostrado más que dispuestos a defender con vigor excepcional los intereses de los inversores españoles en nuestro país, razón por la que han reaccionado con tanta virulencia frente la campaña de hostigamiento que los kirchneristas están librando contra YPF con el propósito indisimulado de facilitar su reestatización. Mientras que un vocero del gobierno de Rajoy, el ministro de Industria José Manuel Soria, advirtió que "traerá consecuencias" cualquier "gesto de hostilidad en cualquier parte del mundo contra empresas españolas", otro, el secretario de Estado para la Unión Europea, Iñigo Méndez de Vigo, afirmó que de concretarse la nacionalización de YPF la Argentina se vería convertida en "un apestado internacional" porque, nos recordó, "romper las reglas del juego tiene un coste".
No es sólo cuestión de la postura previsible de un gobierno de derecha que por motivos ideológicos se siente alarmado por lo que toma por un brote de chavismo en el Cono Sur. Dirigentes españoles de todas las tendencias políticas comparten la indignación de los líderes del Partido Popular frente a la forma en que los kirchneristas están procurando apropiarse de la petrolera. La retórica xenófoba empleada por ciertos gobernadores provinciales y la participación en las negociaciones de personajes procedentes de La Cámpora que parecen creerse protagonistas de una epopeya revolucionaria, además de la sensación de que los representantes del gobierno de Cristina han hecho suyo el estilo prepotente del secretario de Comercio Guillermo Moreno, han provocado tanto malestar que muchos españoles dan por descontado que sería absurdo seguir hablando de una "relación especial" entre Madrid y Buenos Aires. Por lo demás, nadie ha olvidado que hace diez años, cuando le tocó a la Argentina precipitarse en una crisis económica tremenda, España fue uno de los escasos países que intentaron ayudarla.
Tanto aquí como en otras partes del mundo se ha difundido la impresión de que el gobierno de Cristina cree que España, cuando no la Unión Europea en su conjunto, se ha debilitado hasta tal punto que le convendría aprovechar lo que a su juicio es una oportunidad acaso irrepetible. Sería un planteo sumamente arriesgado. Aunque resultara cierto que los países periféricos de Europa están por experimentar un período prolongado de estancamiento y turbulencia social, la UE seguirá siendo una gran potencia económica y financiera por mucho tiempo más, razón por la que no sería de nuestro interés adquirir la reputación de ser un país hostil y oportunista. Tampoco lo sería subestimar la influencia de España cuando de la relación de la UE con los países de América Latina se trata. De llegar los españoles a la conclusión de que la Argentina está en manos de populistas belicosos parecidos a los gobernantes de Venezuela, Ecuador y Bolivia, y que por lo tanto no hay más alternativa que la de mantenerla financiera y económicamente aislada, contarían con el respaldo de todos los países integrantes de la UE, además de Estados Unidos y el Japón. ¿Es lo que quiere Cristina? Es posible, pero en tal caso debería pensar en las consecuencias más probables, de las que una sería un boicot internacional del sector energético local que, como es notorio, necesitará inversiones enormes para recuperarse eventualmente de los perjuicios ocasionados por casi nueve años de insensatez kirchnerista. Si la presidenta cree que la nacionalización de YPF ayudará a superar el déficit energético que ya nos está costando anualmente 10.000 millones de dólares, está cometiendo un error garrafal. De ocurrírsele dejarla en manos de funcionarios provinciales, sindicalistas o, lo que sería peor aún, militantes jóvenes de La Cámpora, YPF no tardaría en reeditar la hazaña de otros tiempos, cuando logró ser la única empresa petrolera significante del planeta que perdía dinero.