El trabajo de los jueces
* Por Víctor Corvalán. Es obvio que toda declaración, hecha por quien tiene responsabilidades en la función pública, contiene perspectivas ideológicas, que suelen mostrarse a veces con claridad, como nos parece ver en las que hiciera el Ministro decano de la Corte Suprema de Justicia de Tucumán.
Es obvio que toda declaración, hecha por quien tiene responsabilidades en la función pública, contiene perspectivas ideológicas, que suelen mostrarse a veces con claridad, como nos parece ver en las que hiciera el Ministro decano de la Corte Suprema de Justicia de Tucumán. En una entrevista periodística, afirmó que la baja en la producción que advertía en el Poder Judicial de su provincia obedecía al mayoritario ingreso de mujeres, que pretendían tener su tarde libre. Tales expresiones, que luego se vio obligado a retirar, previo pedir disculpas públicamente, habían motivado la intervención del INADI por considerarlas discriminatorias y sexistas. No es el caso agregar más críticas a las formuladas, sino ir un poco más allá de la cuestión de género, para analizar la visión que muchos tienen del trabajo de los jueces.
En todos los poderes judiciales, deben existir jueces comprometidos con sus funciones y también lamentablemente otros vagos y corruptos, en tanto cobran un sueldo y no rinden lo que se espera de ellos. Pero es obvio que no se distinguen por cuestiones de sexo. Las lamentables expresiones del ministro tucumano, en realidad parten de dos premisas, que son las que pretendemos analizar. En primer lugar, la concepción economicista que tiene al Poder Judicial como si fuera una fábrica de chacinados, donde es posible medir su producción de embutidos. Ello implica una peligrosa idea, que termina exigiéndole a los jueces y funcionarios, la producción de importantes números de resoluciones o sentencias, para satisfacer supuestas informaciones pretendidamente estadísticas o por lo menos con esos fines. Así, a fin de año un buen juez, lo será el que dictó más cantidad de ¡resoluciones o sentencias! Por ese camino, no importa la calidad de la sentencia en orden a contenidos, fundamentos jurídicos, análisis medulosos de las causas y respeto por los principios constitucionales, sino que interesa la cantidad de fallos que en un año se dicten.
Los jueces tienen por fun ción genérica, la de resolver los conflictos que se procesan en sus estrados, pero es evidente que lo importante es la calidad del servicio que brindan, escuchando directamente a las partes en audiencias orales y luego meditando, estudiando y argumentando seriamente para fundar sus decisiones esperada por las partes. Desde este punto de vista, los ministros de las cortes no deberían posar sus miradas tanto en los niveles de producción de sentencias, sino en la calidad de las mismas, porque es evidente que a mayor cantidad es seguro disminuye aquella.
La otra reflexión crítica que me parece atinado formular, se relaciona con la pregunta ¿cuánto tiempo debe dedicarse al trabajo en tribunales? Acaso el ministro tucumano pretenda que un juez ocupe todo el día en su función, que se pase desde las 8 de la mañana hasta las 20 horas dedicado a su actividad judicial. Si ello es así, es probable que sean más los varones que las mujeres, dispuestos a pasar tanto tiempo en la función pública. No estamos en condiciones de asegurar tal extremo, pero no parece saludable que una persona, cualquiera sea su sexo, pase tanto tiempo dedicada a trabajar. Estar tantas horas fuera del hogar, obsesionado por tener al día su despacho, puede constituir un síntoma de problemas en la personalidad de quien considera que su única forma de realización se encuentra en el ejercicio de esa función, por importante que sea. Esa obsesión por trabajar puede esconder la necesidad de ocupar el tiempo, de manera que no se tenga compromiso alguno en otros ámbitos, donde en realidad debería asumirse.
Desde este punto de vista, la mujer, cuando es madre, no tiene dudas en colocar como corresponde al trabajo en una correcta escala de prioridades. Lejos de ser objeto de críticas, tal actitud debería merecer el mayor de los elogios, ya que no se puede negar que nuestro futuro como país depende de los que hoy son niños y su salud y educación dependen en primer lugar del contacto que tengan con sus padres. Por el contrario, los varones deberían asumir su paternidad con el mismo compromiso que sus mujeres y equilibrar ambos los tiempos del trabajo con los de su familia. Incluso en el caso en que no existan hijos, también es bueno el necesario y prudente equilibrio. Es que para poder ser un buen juez, primero se debe ser un buen hombre o una buena mujer, y ello difícilmente se logre cuando trabajar más que un sacrificio es una obsesión.
No veo meritorio tanto compromiso con la fábrica de sentencias, de manera que si fuera cierto que en Tucumán las mujeres, bajaron el nivel de producción, lejos de preocuparnos debe hacernos pensar que el análisis de la calidad institucional tiene necesidad de otras miradas. En definitiva, más allá de la cuestión de género, nos preocupa una visión del Poder Judicial donde el procesamiento de conflictos se equipara a cualquier producto industrial, de allí que se reclame mayor producción y para ello mayor dedicación horaria. Ello sin valorar a los buenos jueces (que con seguridad existen en Tucumán), quienes sean varones o mujeres tienen derecho a equilibrar sus tiempos laborales con los de su formación, de su esparcimiento, de su actividad física y fundamentalmente con su insustituible condición de padres de familia, si así lo fueran.
Seguramente, tal como ocurre en general en todo el país, en Tucumán, el Poder Judicial no da abasto para satisfacer la necesidad que la población reclama por la cantidad de conflictos que ingresan (tema que ameritaría un comentario aparte). En todo caso, aumentar el número de jueces para optimizar el servicio y no recargar el trabajo de los actuales. A ningún juez se le puede exigir que en su función haga cumplir la Constitución Nacional, si antes no se le respeta su propia dignidad personal.