El tiempo sin ideología
*Por Aníbal Faccendini. Agustín de Hipona decía que el tiempo era distensión y nos señalaba que el pasado era lo que sucedió, el presente lo que pasaba y el futuro lo que sucedería. En definitiva el tiempo por definición es para...
Agustín de Hipona decía que el tiempo era distensión y nos señalaba que el pasado era lo que sucedió, el presente lo que pasaba y el futuro lo que sucedería. En definitiva el tiempo por definición es para los finitos. La eternidad no tiene historia. Lo absoluto no requiere del tiempo y el espacio. La historia es para lo que porta pasado, presente y futuro.
El tiempo, al decir de Bauman, deviene en histórico cuando se le imprime creatividad e imaginación para proyectarse más allá de lo meramente cotidiano. La ideología es la pauta que le pone grandiosidad al tiempo. Esta a su vez requiere de una memoria, que secuestre del pasado lo que necesita para ser. Sin memoria no hay ideología.
Se han olvidado. Hacía tiempo les habían hecho una encuesta sobre la situación del país. La dictadura militar parecía eterna. No recordaban lo que habían dicho en los años '78 y '79. Es que habían alabado al gobierno militar, tanto en su situación política, social y económica.
Hugo Vezzetti, en "Pasado y presente", recurre a un trabajo de Guillermo O´Donnel sobre una encuesta realizada en esos años. En 1982 les vuelve a realizar a esas mismas personas el mismo cuestionario. Los encuestados no sólo negaban haber alabado al gobierno militar sino que directamente se colocaban en las antípodas, como si siempre hubieran estado en esa posición ideológica. La derrota de Malvinas, la crisis económica, las movilizaciones y las atrocidades a los derechos humanos marcaron la ruptura. Pero no dejaba de ser llamativo cómo la gente se olvidaba, y lo más grave era analizar cómo tramitaban el pasaje de una postura a otra: sin escalas, no había metabolización alguna, porque al decir de Vezzetti padecían de "amnesia patológica". Al no haber ideología de alta entidad, no hay pensamientos que rectificar y cambiar. Se cambia lo que existe, no al lleno de lo vacío.
Hacía frío, el sol escaseaba, pero estaba. El 16 de junio de 1955 las palabras se congelaron, pero ya no de frío sino por la violencia. Venían del cielo a arrebatar almas. Aviones bombardeaban al gobierno constitucional. Atacaban a la democracia. Muchas personas fueron asesinadas. La impunidad decretó la amemorización y la desideologización. Todavía estas muertes buscan a los autores de estos asesinatos de lesa humanidad.
Esta masacre sin castigo fue posible, entre muchas causas, por quitar toda ideología que requiera de memoria. Imposición realizada por los victimarios. Theodor Adorno señala que es el victimario y no la víctima quien siempre plantea la buena memoria del olvido, el perdón y la reconciliación.
La ideología, en sentido lato, es el conjunto de representaciones, significados y percepciones que responden y constituyen creencias. Es el recetario conductual inmediato y mediato ante un fenómeno externo. Al estar tan inserto en nuestro pensamiento, es el que regula nuestro actuar en la realidad.
Podemos detectar pensamientos pasatistas o de baja entidad, y los de profunda entidad que serían las ideologías. Los de baja entidad son los pensamientos que no requiere de la posteridad. No necesitan de futuro. Consumen solamente el presente. En cambio las de profunda entidad se encaminan hacia lo que va a suceder. Postergan el presente por la trascendencia. Superan el cuerpo y encaran al tiempo. Buscan en definitiva seducir la eternidad o parte de ella.
Es lo efímero lo que llena a los pensamientos pasatistas. Lo vacío inunda los cuerpos y jerarquiza los objetos. Este sistema de pensamientos establece un estatuto conductual excesivamente inestable para el funcionamiento social. Es decir, se agota en cada acto y en un presente continuo. Importa entonces quién realiza el acto y no en qué consiste el acto. Se dilapida así la objetividad del hecho para pasar a la subjetividad del mismo. Lo importante es quién lo realiza y no qué es lo que realiza.
La modernidad se divorcia del medioevo a partir de plantear el análisis de acto en sí y someterlo a distintas evaluaciones. De suyo, sin tener en consideración quién ejecutaba el acto, fuera un noble, un burgués o un plebeyo. El avance de las ciencias sociales, del derecho y aún de las ciencias naturales, se debió a la objetivación del acto. Es lo que garantizaría la circulación de derechos y bienes. En el feudalismo el protagonista de un hecho delictual, si era poderoso, por portación de poder "purificaba la situación". Lo subjetivo invadía todo el hecho. La apropiación que el Estado moderno hizo de ese poder del señor feudal permitió que el acto recuperara su propia identidad. Así un hecho será bueno o malo, justificado o no, independientemente de quién lo realice. No se focalizaría más sobre el sujeto, sino en lo hecho. Entonces debería ser que un acto o hecho será delito o no, ético o inmoral, leal o traidor, independientemente de quién lo realice. Sea el autor amigo o enemigo, poderoso o plebeyo.
Cesare Beccaría escribió en 1763 en Milán "De los delitos y de las penas". Connotaba un derecho penal de acto y dejar el derecho penal de autor. Esto es, ante un mismo delito se debe aplicar igual pena. No importaba la portación de clase o título nobiliario. Se empezaba a focalizar la materialidad del hecho o acto.
Este avance de considerar un hecho bajo distintas evaluaciones, sin declinar ante quien lo realiza, demandó de grandes ideologías firmes, contundentes y no fanáticas, pues antes era el rey el que ejecutaba e interpretaba el hecho, disponiendo si un acto era bueno o malo. No había libre interpretación y análisis sobre el hecho.
Las ideologías son un dispositivo social de suma utilidad, porque el actuar de una persona ideologizada se vuelve previsible. Al ser previsible genera confianza si se coincide, y si no se coincide la confianza se desplazará hacia un conflicto conocido. En cualquiera de los dos casos, de distintas maneras y profundidades navega la confianza. O, dicho de otra manera, ciertos grados de certidumbre.
Cuando no hay ideología, no hay previsibilidad de conductas, porque no se sabe el proyecto de acciones del otro. Al no haber previsibilidad no hay confianza.
Las ideologías son una elección, pero más una necesidad del bien común. Con las ideologías los niveles de lealtad se fortalecen y se rompe con la impunidad de las traiciones. La palabra logra mayor perdurabilidad en el tiempo y su circulación es más estable, logrando así más certezas.
La peor de las situaciones sociales es la desideologización, la falta de convicciones y proyecciones conductuales, que tornan imprevisibles las relaciones en la comunidad.