El sueño del líder fuerte
Son cada vez más los que, frustrados por la incapacidad evidente de los dirigentes europeos para solucionar el problema planteado por la virtual bancarrota de Grecia, dicen creer que todo sería más fácil si el Viejo Continente contara con líderes auténticos.
Comparan a Angela Merkel con Helmut Kohl, Helmut Schmidt y Konrad Adenauer, a Nicolas Sarkozy con Charles de Gaulle y a Silvio Berlusconi con virtualmente cualquier antecesor para llegar a la conclusión de que en el fondo la crisis se debe a las deficiencias de los políticos actuales. Se trata de una ilusión, una cíclica que siempre asoma cuando las dificultades parecen insuperables y muchos sienten nostalgia por los dirigentes supuestamente más fuertes de tiempos ya idos. Si bien es legítimo atribuir la sensación de impotencia que se ha difundido no sólo en Europa sino también Estados Unidos a la falta de liderazgo, sucede que en ambas orillas del Atlántico el sistema político está estructurado de tal modo que ninguna persona, por brillante y decisiva que fuera, estaría en condiciones de concretar las reformas que, sería de suponer, servirían para que los países desarrollados disfrutaran de una nueva etapa de crecimiento rápido y empleo casi pleno que, de acuerdo común, significaría el regreso de la normalidad.
A diferencia de Kohl y De Gaulle, para nombrar a dos políticos que suelen figurar en la lista de presuntos gigantes de otros tiempos, Merkel, Sarkozy y los demás no pueden concentrarse sólo en los problemas de sus propios países sino que también tienen que buscar soluciones para la Eurozona, cuando no de la Unión Europea, en su conjunto. Si procuraran actuar con la firmeza de líderes nacionales del pasado reciente, chocarían enseguida contra la resistencia de sus pares de otros países que se quejarían de lo que tomarían por un intento alemán por crear un "cuarto Reich" o de la propensión francesa a creer que Europa le pertenece. Por ser la Unión Europea una confederación nada cohesionada de países de lenguas, costumbres, tradiciones legales y situaciones económicas llamativamente heterogéneas, la posibilidad de que un día surja un "líder fuerte" con la autoridad necesaria para gobernarla es sumamente escasa. Mal que bien, hasta que Europa logre ocupar el mismo lugar en la imaginación de los europeos que los países que la conforman, seguirá manejada por comités y burocracias que con frecuencia se enfrentarán con los gobiernos nacionales elegidos. Se habla mucho del "déficit democrático" de Europa, del hecho innegable de que los grupos poderosos enquistados en las estructuras que se han improvisado que a menudo ordenan cambios que inciden en la vida diaria de centenares de millones de personas distan de ser representativos, pero dadas las circunstancias una Unión Europea democrática no sería viable.
Criticar a los políticos europeos por no haber reaccionado inmediatamente con contundencia frente a las crisis de Grecia, Portugal e Irlanda, de tal modo eliminando el riesgo de contagio de España e Italia, es muy fácil y muy tentador, pero por desgracia ni siquiera el estadista más completo estaría en condiciones de solucionar los problemas ocasionados por el endeudamiento excesivo, el envejecimiento rápido de poblaciones enteras y la diferencia entre la productividad de los alemanes y holandeses por un lado y los griegos, portugueses y españoles por el otro. El gran error que cometieron consistió en suponer que pueblos tan diversos podrían fusionarse para que funcionara una unión monetaria como la Eurozona. Luego de haber aprovechado durante años los beneficios de tasas de interés y el crédito barato resultante apropiados para Alemania y sus vecinos, los europeos del sur se han visto obligados a mostrarse capaces de devolver el dinero que les fue prestado, de ahí los ajustes que, de concretarse, condenarían a sectores muy amplios a la pobreza permanente. Para sorpresa de nadie, están multiplicándose las protestas contra los programas de austeridad que se han puesto en marcha. Aunque la alternativa, es decir, una serie de defaults, sería con toda probabilidad todavía peor para quienes quieren aferrarse al statu quo, a esta altura parecería que muchos preferirían un salto al vacío que tener que resignarse a un futuro signado por la estrechez generalizada.