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El sueño de un mundo ordenado

Cristina Fernández de Kirchner hablaba en nombre de muchos cuando se despachó contra el "anarcocapitalismo financiero donde nadie controla a nadie".

Como tantas otras personas, la presidenta quisiera que la economía internacional funcionara de manera más "racional", según reglas claras, para "darle seguridad a la gente" y le escandaliza que los líderes de los países más ricos y poderosos hayan sido incapaces de garantizar un mínimo de orden en los a menudo caóticos mercados financieros del planeta. Tales sentimientos distan de ser nuevos.

Desde hace varios siglos, la nostalgia por la seguridad supuestamente típica de las sociedades preindustriales ha estado detrás de un sinfín de intentos de recuperarla instaurando regímenes autoritarios o ideando planes, por lo común quinquenales, con el propósito de hacer más previsible el futuro. Hasta ahora, todos han fracasado. Mal que les pese a mandatarios como Cristina, es imposible predecir con precisión lo que sucederá mañana en el ámbito económico, y por lo tanto político y social, mientras que el mediano y el largo plazos son terrenos más propicios para futurólogos imaginativos que para políticos y quienes los asesoran.

Aunque los problemas actuales que enfrenta la economía argentina parecen mucho más sencillos que los que están agitando a los dirigentes europeos, aquí también predomina la incertidumbre, de ahí la salida de capitales, los esfuerzos atropellados de la policía, gendarmes e inspectores impositivos por frenarla, y las medidas que está tomando el gobierno para reducir subsidios que favorecen a los usuarios de ciertos servicios públicos. Pues bien: si una presidenta que acaba de ser reelegida por una mayoría impactante y que, para más señas, no tiene que preocuparse por la oposición o por rivales internos, no puede regular la marcha de una economía relativamente pequeña, no es del todo sorprendente que tampoco atinen a hacerlo sus homólogos de otras latitudes. No les falta voluntad de actuar con contundencia. Tampoco son esclavos de prejuicios ideológicos, ya que saben muy bien que, de aplicarse las alternativas planteadas por los críticos más virulentos del sistema vigente, los resultados serían con toda probabilidad catastróficos.

Es que se sienten desbordados por circunstancias cambiantes que no están en condiciones de modificar, ya que tienen que ver con fenómenos como la transformación muy rápida de China en una gran potencia manufacturera, el endeudamiento exagerado que fue provocado en última instancia por el consumismo y un proceso de reestructuración socioeconómica que privilegia a una minoría capacitada y quienes ya cuentan con patrimonios abultados mientras que perjudica a una mayoría cada vez mayor.

Lo mismo que muchos dirigentes europeos, Cristina supone que regular los mercados financieros ayudaría a restaurar cierta tranquilidad. Puede que quienes piensan así estén en lo cierto, pero para funcionar el régimen que tienen en mente sería necesario que todos los países del mundo lo respaldaran. Caso contrario, los fondos especulativos que tanto le molestan migrarían desde sus reductos en Londres, Nueva York y Zürich hacia lugares más hospitalarios como Hong Kong, Singapur, Qatar y otros que aprovecharían una oportunidad para adquirir partes de un negocio sumamente rentable. Otro riesgo sería que los inversores reaccionaran negándose a arriesgarse, lo que causaría una sequía financiera que por cierto no beneficiaría a quienes están luchando por salir de la pobreza.

En efecto, el deseo manifiesto de la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy de obligar a los bancos a contribuir mucho más a costear los "rescates" de los países periféricos de la Eurozona que están en apuros, tuvo una repercusión negativa inmediata en los mercados. Si bien es comprensible que por motivos políticos dirigentes como ellos, y como Cristina, sumen sus voces al coro que está reclamando más previsibilidad, a esta altura se habrán dado cuenta de que el capitalismo es anárquico por naturaleza y que si lograran disciplinarlo correrían el riesgo de privarlo del dinamismo que ha hecho posible que una proporción significante de los habitantes del mundo disfrute de un nivel de prosperidad que hubiera asombrado a generaciones anteriores.