Murió Ricardo Barreda, de profesión odontólogo, oriundo de La Plata, hincha de Estudiantes de La Plata. El 15 de noviembre de 1992, mató a escopetazos a su suegra Elena Arreche, su mujer Gladys Mc Donald y a sus hijas Cecilia y Adriana, transformándose en aquel momento en un referente de los hoy llamados machirulos.
El jueves se conoció su fallecimiento, terminó sus días solo y muy maltrecho de salud. Solamente fue acompañado, por un sepulturero, que iba vestido de blanco y máscara, más que enterrador parecía un astronauta de la Nasa.
Tenía 83 años y vivía en un geriátrico que le había conseguido el PAMI, murió tal cual quiso: solo. Y no fue velado por la pandemia, según dichos de algún conocido nunca tuvo miedo de que nadie lo despidiera en su final.
Seguro que se encontrará en el más allá, con Yiya Murano, quien también murió en la más absoluta soledad, hubieran formaron un dúo de anécdotas imperdible.
Barreda era un hombre de poco hablar, lo entrevisté en una ocasión en Unidad 9 de La Plata, nunca se arrepintió de lo que hizo, pero sí me dijo que la única que no merecía morir era su hija Cecilia. “Fue de la que más recibí y a la que me menos le di…” , me dijo textualmente.
Hijo de un duro y machista Coronel del Ejército Argentino fue educado en el orden y autoridad castrense, relación que marcó a fuego su personalidad, según el Dr. Maldonado el psiquiatra que lo atendió en aquellos tiempos.
Fue un personaje siniestro: después de matar a su familia se fue al zoológico de La Plata a ver los animales le daba paz, invitó a su amante a comer una pizza y luego fueron a un hotel alojamiento a intimar.
Al volver a su casa, llamó a la policía y les contó que había encontrado cuatro bultos, trato de inventar que le habían entrado a su casa con fines de robo.
Poco rato después se quebró y contó que uso la escopeta Sarrasqueta que le había obsequiado su suegra. ¡Lindo regalo le hizo! Con ese arma culminaron sus días.
En el juicio donde fue condenado a prisión perpetua, uno de los integrantes de aquel tribunal entendía que era inimputable, y que debía estar internado, el resto se inclinó por condenarlo.
Hubo cosas que generaba Barreda en la calle que aún hoy me llaman la atención, era saludado cariñosamente por hombres que lo palmaban en la espalda y le pedían autógrafos, o camioneros que le gritaban al pasar: “¡Ídolo!”.
El inconsciente popular muestra con estas actitudes que lo hoy padecemos, hombres violentos, que no aceptan un NO, y terminan sus relaciones, como diciendo: no sos mía, no sos de nadie, prueba de lo que digo es que tenemos un femicidio cada treinta horas, una obra maestra del terror.
Pero Barreda sigue representado los anhelos de muchos hombres que muy por lo bajo soñaron con terminar con la vida de su mujer y sus suegras.
El divorcio es la solución más sencilla, habrá que pagar cuota alimentaria y dividir bienes, pero les aseguro, que la libertad no tiene precio, y la tranquilidad de conciencia es impagable… No se deje llevar por la locura de Barreda, quien terminó sus días más solo que Kung Fu…
Dejá tu comentario