El sodero de mi vida: amigos y psicólogos por un sifón
Son el único servicio que se sigue vendiendo puerta a puerta y por ello, sus clientes son sobre todo amigos. Escuchan confidencias, dan consejos y hasta saben de las infidelidades de sus clientes.
A pesar de la inseguridad y los avances de la tecnología, ser sodero es de esos trabajos vintage que, aunque cada vez se ven menos, mantienen los valores y costumbres con los cuales se forjaron: el buen trato y camaradería con el cliente.
Hoy en día, se estima que quedan cuatro mil soderos, es decir fábricas formales y emprendimientos personales, a quienes se les suman los repartidores, informa Clarín. Una buena fábrica puede tener un promedio de 1.250 clientes para cada repartidor por semana
Entre las historias de confesiones, consejos, ayudas y asados entre clientes y vendedores hay anécdotas como la de Claudio Fiori, quien lleva 15 años en el rubro y por el trabajo, donó sangre para un cliente, otro le ofreció su casa en Brasil para las vacaciones, y otra se le puso a llorar porque su pareja había suspendido el casamiento por mensaje de texto.
"Te encontrás con gente que quiere hablar; a veces llegás y el cliente está mal. Muchos nos ven más a nosotros que a sus familiares. Somos psicólogos", asegura.
Hoy en día, los soderos son el único servicio que se sigue vendiendo puerta a puerta. Ellos saben todo lo que pasa en el barrio y de las casas a las que entran.
"Es muy importante la ‘charla’ que se da con el cliente más allá de la compra; eso estrecha la relación y la confianza. No lo vemos como una pérdida de tiempo. Son dos minutos en los que se recuerda algo que ocurrió en la última visita. Los vendedores más exitosos son lo que desarrollan este vínculo y hacen muy difícil que los clientes los cambien", cuenta Darritchon, Gerente general de El Jumillano.
En algunos barrios de Capital, son los únicos que tienen la entrada permitida cuando no están los dueños y si hay un robo se sospecha de cualquiera menos de ellos.
"Hasta ahora ninguno de nosotros se mandó alguna macana. Pero creo que uno no podría ensuciar al resto. La gente nos conoce hace años y confía", dice Ariel Aibar, el amigo del chino.
Hoy en día, se estima que quedan cuatro mil soderos, es decir fábricas formales y emprendimientos personales, a quienes se les suman los repartidores, informa Clarín. Una buena fábrica puede tener un promedio de 1.250 clientes para cada repartidor por semana
Entre las historias de confesiones, consejos, ayudas y asados entre clientes y vendedores hay anécdotas como la de Claudio Fiori, quien lleva 15 años en el rubro y por el trabajo, donó sangre para un cliente, otro le ofreció su casa en Brasil para las vacaciones, y otra se le puso a llorar porque su pareja había suspendido el casamiento por mensaje de texto.
"Te encontrás con gente que quiere hablar; a veces llegás y el cliente está mal. Muchos nos ven más a nosotros que a sus familiares. Somos psicólogos", asegura.
Hoy en día, los soderos son el único servicio que se sigue vendiendo puerta a puerta. Ellos saben todo lo que pasa en el barrio y de las casas a las que entran.
"Es muy importante la ‘charla’ que se da con el cliente más allá de la compra; eso estrecha la relación y la confianza. No lo vemos como una pérdida de tiempo. Son dos minutos en los que se recuerda algo que ocurrió en la última visita. Los vendedores más exitosos son lo que desarrollan este vínculo y hacen muy difícil que los clientes los cambien", cuenta Darritchon, Gerente general de El Jumillano.
En algunos barrios de Capital, son los únicos que tienen la entrada permitida cuando no están los dueños y si hay un robo se sospecha de cualquiera menos de ellos.
"Hasta ahora ninguno de nosotros se mandó alguna macana. Pero creo que uno no podría ensuciar al resto. La gente nos conoce hace años y confía", dice Ariel Aibar, el amigo del chino.