El sobrino del pediatra de la ORT Alberto Cirulnik también lo denunció por abuso sexual
Tenía 10 años cuando su padre murió en un accidente. El médico se convirtió en su figura masculina más importante.
Cuando habla del abuso sexual del que asegura haber sido víctima por parte del pediatra Alberto Cirulnik, que durante tres décadas trabajó en la escuela comunitaria judía ORT, Gabriel no se cansa de repetir: "Siento que no solo me lo hizo a mí, se lo hizo a mi papá".
Este hombre de 44 años que aparenta ser mucho más joven fue alumno del colegio, pero estaba unido al médico por otras razones: su padre y su victimario eran primos hermanos e íntimos amigos. "La mamá de mi papá y la de Alberto eran hermanas, y ellos se criaron juntos, en las mismas casas, en la zona de Parque Centenario", explica.
Salidas de fin de semana , vacaciones, celebraciones de Pesaj y Rosh Hashana... Los primos sumaban siempre a una tercera pareja , los padres de Darío Schvartz, querellante en la causa que Cirulnik tiene en la justicia por abuso sexual y corrupción de menores.
Cuando Gabriel tenía 10 años, su papá murió en un accidente de auto y fue su tío Alberto el encargado de comunicárselo. A partir de entonces, ocupó en su vida el lugar de figura masculina, la persona en la que que confiaba su mamá, una viuda joven con tres hijos varones .
Cirulnik no tardó demasiado en empezar a avanzar sobre él, según su relato. "Yo demoré mucho en desarrollarme, y eso preocupaba a mi mamá, que me mandaba seguido al consultorio que él tenía en la cuadra de la ORT, al fondo de la casa de sus padres en la calle Yatay. Yo iba a almorzar ahí- era lo de la tía de mi papá- por lo menos dos veces por semana . El consultorio -que estaba al fondo- era horrible, oscuro, siniestro, lo mismo que el que tenía en la sede de Montañeses, en el cuarto piso", recuerda.
Un chico "con problemas"
Gabriel, a los ojos de los adultos de la época, tenía dos "problemas": no le gustaba jugar al fútbol y estaba siempre con nenas. Además, desarrolló muy tarde y era bajo para su edad, de aspecto aniñado. "Así, Alberto -con su tono siempre seductor y mezclando consejos que estaban buenos para la vida- empezó a abusar de mí verbal y físicamente. Verbalmente, preguntándome si tenía fantasías con amiguitos, si había estado con ellos, si los había tocado. Yo le decía que no, pero me presionaba, me decía: 'Vamos Gaby que somos pocos y nos conocemos mucho'", agrega.
Se sentía acorralado por su tío y, como no sabía cómo evitar esa situación, le contestaba lo que él quería escuchar: "¿Viste cuando a un detenido le dicen que si confiesa un crimen lo van a dejar ir a la casa y termina confesando algo que no hizo para que lo dejen en paz? Bueno, a mí me pasaba lo mismo. Sentía mucha incomodidad, quería que dejara de preguntarme cosas. Entonces le dije que sí. Pero a partir de ahí fue peor porque preguntó más detalles: 'Decime, qué hiciste con ese chico, ¿y cómo era?'. Yo no sabía nada de eso, no tenía ganas de estar todavía con nadie, ni con chicos ni con chicas", alega.
Se sentía acorralado por su tío y no sabía cómo evitar esa situación.
Más allá del abuso verbal, estaba el físico: "Me quiso bajar los pantalones y yo no quería. Me tocaba el pene y me hacía cosquillas A cualquiera le provoca placer eso. Me dio vuelta y me acariciaba. Yo tenía una erección y me daba vergüenza. 'No te preocupes', me tranquilizaba", detalla.
Como no había violencia, era su tío y además médico, Gabriel creía que eso formaba parte de la "revisación necesaria" para verificar que su desarrollo era normal. "Además, te daba confianza... -explica-. Siempre con ese tono... hacía esas preguntas, te hacía extender el brazo para tocarte los ganglios. Seguramente las mismas cosas se las hizo a todos los chicos. Si no hay más denunciantes, es porque es muy difícil para un varón admitirlo", reflexiona Gabriel.
Débil y solo
Gabriel sentía que la escuela era una tortura. Sus compañeros lo hostigaban. "Me pegaban, me cargaban porque era amanerado y porque era chiquito, uno me insultó. Tenía miedo de ir a natación, no podía sentarme donde quería en el aula porque me amenazaban. Comía solo. Una vez un chico me meó encima. La coordinadora intervino para mandarme a la psicóloga. Una compañera me dijo que los que tenían que ir al psicólogo eran los que me acosaban y no yo, pero nadie lo comprendía. Yo me encerraba en el baño y lloraba ", se angustia aún hoy.
No podía recurrir a su madre, que estaba a cargo de una familia y llevaba todavía el duelo por su marido. "No quería sumarle problemas", se justifica.
Cirulnik aprovechaba la debilidad y el aislamiento de Gabriel, pero no intervenía para protegerlo. Paradójicamente, para escapar del bullying de sus pares, a veces se refugiaba en su consultorio de la ORT.
Cuando se empezó a definir su sexualidad, Gabriel, angustiado, le preguntó a su tío cuándo iba a dejar de pensar en chicos. Él, lejos de tranquilizarlo, lo traumatizó aún más: "Ya se te va a pasar, tenés que apoyar a una mujer, se la tenés que hacer sentir. Porque el sexo con hombres es una porquería. Un hombre y una mujer hacen uno y dos hombres no hacen uno", le contestó. "Empecé a creer que yo era una porquería, me hacía sentir mal. Él me había estimulado a tener fantasías con hombres y ahora me decía que era algo malo", analiza.
Cuando Gabriel se desarrolló, a los 15 años, Cirulnik dejó de interesarse por él. O tal vez fue porque apareció una nueva figura masculina en su vida: el marido de su madre. "De esto me estoy dando cuenta ahora. Dejé de ser un nene y dejó de abusar de mí. Y surgió otro hombre en escena, además" sintetiza.
El sexo con hombres es una porquería, le contestó.
Pasó el tiempo y Gabriel pensó que tal vez fuera momento de revelarle a su madre lo que había sufrido. Ella lo escuchó y quiso que opinara su esposo. "Aún como adulto me daba vergüenza contarlo", aclara. Los dos le restaron importancia y pensaron que tal vez fuera todo una impresión errónea de Gabriel.
Pero poco después, en una conversación con su mamá, la madre de Darío Schvartz -otra de las víctimas- le comentó que su hijo estaba dispuesto a denunciar a Cirulnik, que ella y su marido habían encarado al médico por el abuso que les había revelado. Ya instalado en Estados Unidos adonde emigró en 2004, Gabriel se enteró que el médico estaba preparando una denuncia por calumnias e injurias contra los Schvartz y que podían perder todo lo que tenían.
Tiempo de hablar
Entonces, en 2010, decidió declarar en la causa. Su testimonio fue fundamental, pero no quiso ir más allá y acompañar a Darío en una denuncia penal. "Hacía un año que estaba en New York. Me había mudado desde Los Ángeles, estaba solo y lo que menos necesitaba era sumar un problema. Me hacía mal recordar. Quería seguir con mi vida", argumenta.
Sin embargo, había leído el testimonio de Leandro Koch, otra de los denunciantes de Cirulnik: le había hecho las mismas preguntas sobre la masturbación y sobre las fantasías con otros varones... Aunque lo perturbaba, todavía no había llegado su momento de hablar.
"Soy muy familiero. Incluso antes de declarar por primera vez en la causa de calumnias e injurias, hablé con mi mamá, con mi tía. Uno puede cortar con un amigo, pero en este caso... Los hijos de Cirulnik me borraron a mí y a mis hermanos de Facebook. Tenía miedo de la reacción de los hermanos de él, de mis parientes de Israel. Con uno de sus hermanos hablé dos veces y me dijo que me creía, pero que la única forma de que los familiares soportaran la situación es que se pusieran en el lugar de víctimas de una falsa acusación. Mi mamá llegó a juntarse con él y con la mujer... Y Alberto quiso hablar conmigo", continúa.
Durante demasiados años quiso enterrar lo que le había hecho su tío.
Gabriel vive en Nueva York y trabaja como docente, haciendo honor a una vocación que lleva en la sangre. Sus abuelos llegaron a la Argentina como profesores para las colonias judías; su abuela fue docente durante 48 años del Scholem Aleijem.
Vino a Buenos Aires para pasar las fiestas con sus seres queridos y para denunciar penalmente a su tío por abuso sexual. Tal vez para él sean épocas de sanación, porque algunos de sus excompañeros de la ORT le escribieron pidiéndole disculpas por el sufrimiento al que lo sometieron con el bullying.
Dice que durante demasiados años quiso enterrar lo que le había hecho su tío; creyó que lo había dejado atrás a pesar de las secuelas psicológicas que reconoce. "Uno piensa que sí, pero no es así porque ahora vuelve a saltar todo, como saltó antes. No me puedo engañar, esto siempre vuelve", concluye.
Cuando se le pregunta cuál cree que debe ser el destino de Cirulnik, dice que no sabe. "Cárcel, tratamiento... ¿Cómo se explica que todavía me importe lo que le pase?", se interroga en un fallido. Y se corrige: "Lo que me pase, quise decir. Todavía pienso quién de la familia me dejará de hablar después de la denuncia".
Y vuelve con una idea que le da fuerza: "¡Pero hacerle eso a mi papá, a su primo, a su amigo de toda la vida! Siento que se lo hizo a él, que ya no estaba y no podía defenderme... ".
(Fuente: TN)