El sindicalismo argentino es un gigante con pies de barro
* Por Álvaro Abós. Este año puede dar una oportunidad para la siempre postergada renovación sindical. La propia dirigencia gremial si quiere salvar lo mejor de su rica tradición histórica, debería entenderlo así. El Gobierno debería pronunciarse sobre esos cambios.
Conocí los sindicatos cuando participé, a comienzos de los años sesenta, en la resistencia peronista: eran el santuario de los militantes. Después, recibido de abogado, ejercí diez años el derecho laboral. Con esa experiencia escribí ensayos y artículos sobre el tema, que fui dejando por la literatura, aunque en mi novela "Cinco balas para Augusto Vandor" (2005) revisté aquel mundo.
Siempre defendí el sistema sindical argentino, basado en el principio de un sindicato por rama de actividad.
La actual ley 23.551, muy reformada pero sustancialmente similar a la de 1946 que instauró aquel principio, distingue al sindicato "más representativo" como el único que puede firmar convenios colectivos obligatorios para todo el sector, y el único que puede recaudar la cuota sindical en la fuente: es decir, retenida por el empleador y girada el sindicato.
Aceptar este sistema me acarreó muchas críticas pues el mismo es considerado en medios intelectuales, profesionales y políticos -es decir, prácticamente en todos lados salvo en el mundo sindical-, poco democrático cuando no directamente fascista.
En mis intervenciones, argumenté que nuestra estructura sindical, aunque observada en algunos puntos por la OIT, nunca fue descalificada por esta organización de las Naciones Unidas, en la medida en que preservase la existencia de cuantos sindicatos surgieran del seno de los trabajadores -lo que se cumple en la Argentina- y que el sindicato "elegido" fuera realmente el más representativo. Otros países reconocen a todos los sindicatos similar personería para actuar y delegan la firma de los convenios a comisiones integradas por todos ellos, proporcionalmente a sus afiliados.
La discusión sobre uno y otro sistema puede ser infinita y ambas posturas alegan razones válidas. Pero puesto a reflexionar sobre nuestro caso, hubo un argumento que me convenció.
Los trabajadores argentinos, desde 1946, se manifestaron conformes con el sistema de sindicato único por rama.
En mi experiencia personal, en el trato diario con trabajadores de la base -mi tarea jurídicosindical consistía en asesorar a comisiones internas – comprendí cuál era el motivo de esa opción. Es cierto, había un fundamento político. Los trabajadores eran peronistas y el sindicato único por rama siempre fue una célula peronista. Pero la razón fundamental de la opción no era política sino estrictamente profesional. Los trabajadores, fuese cual fuese su ideología, comprenden intuitivamente esta verdad: la unidad del patrono lo fortalece, la fragmentación de los trabajadores los debilita.
Estas verdades perduran a pesar de los cambios históricos que ha vivido el movimiento obrero. Hacia 1955, los trabajadores sindicalizados en la Argentina eran cinco millones, sobre una población de veinte millones.
Hoy con una población de 40 millones, los afiliados no llegan a tres millones.
Se produjeron avances tecnológicos, creció el cuentapropismo y el trabajo en negro, hasta se ha llegado a hablar de la "muerte del trabajo".
El sindicalismo argentino 2011 se achicó y cambió. Es distinta la gravitación de unos sindicatos sobre otros . Los trabajadores industriales, metalúrgicos, textiles, metalmecánicos que hacían de la fábrica su lugar simbólico de identidad, han cedido el protagonismo a los gremios vinculados al transporte automotor -ya no ferroviario-, a la educación, a los servicios así como los que nuclean a los funcionarios del Estado.
Un grupo de trabajadores, sobre todo docentes y estatales, de los que fue líder natural el fallecido Germán Abdala, fundaron en 1991 la Central de Trabajadores de la Argentina, CTA, que postulaba la democracia sindical y la autonomía política, dos necesidades del movimiento obrero que la CGT ya no cumplía. La CTA ha ido creciendo a pesar de que el gobierno de los Kirchner, que en 2003 les prometió personería gremial, (es decir paridad de acción con la CGT), les ha cerrado el camino desde que ese gobierno optó por aliarse con la CGT.
En 2010, los afiliados a la CTA votaron sus autoridades. Con el apoyo de su histórico dirigente Víctor de Genaro, hoy retirado de la tarea gremial, prevaleció la corriente que levanta las banderas de la autonomía, dirigida ahora por Pablo Micheli.
El gobierno trató de manipular la elección porque intenta cooptar la CTA. El comicio, que fue largo y lleno de incidentes, y culminó con una división, tuvo una importancia remarcable. Con sus limitaciones y carencias, el proceso electoral de la CTA demostró que es posible pensar en una democracia sindical.
Estas experiencias complementan la idea desarrollada en este artículo: el sindicato único por rama tenía por condición que al mismo tiempo se practicase una estricta democracia sindical.
Esa práctica es indispensable tanto en la célula madre sindical, la comisión interna, o bien la empresa, y también en la filial o sindicato regional y finalmente en la central nacional.
Sólo la democracia interna impide que el sindicato de rama se convierta en privilegio y en cáscara vacía. Un ejemplo: a los empleados del subterráneo de Buenos Aires los representa la UTA, pero en la práctica, esos representantes son desconocidos por el personal , que elige sus propios delegados.
Es hora de que se estudie y proponga una profunda reforma sindical, tarea pendiente para el propio sindicalismo y para los partidos políticos. El gobierno, que pretende encarnar un supuesto "proyecto" debe pronunciarse sobre esos cambios en lugar de aceptar una alianza acrítica, puramente electoralista, con un movimiento obrero cuestionado por amplios sectores de la sociedad.
Hay mucho para corregir en el mundo sindical: la eternización en los cargos, la dificultad para realizar asambleas libres, el enriquecimiento personal de los dirigentes, la confusión entre sindicalismo y actividad empresaria, la metodología del "apriete" y la descalificación del adversario, las elecciones truchas con junta electoral adicta e imposibilidad de expresión para las voces disidentes del poder sindical.
La sociedad ha acuñado representaciones caricaturescas del mundo sindical: los pescetos, los gordos, el dirigente millonario que veranea en Niza y otros lugares comunes argentinos que desprestigian al sindicalismo.
2011 puede ser el año de la renovación sindical. El propio sindicalismo, si quiere salvar lo mejor de su rica tradición histórica, debería entenderlo así.