El sabor del saber
*Por Por Claudia Liliana Perlo. "Terminan las vacaciones de invierno y comienzan nuevamente las clases". Esta sola expresión tan frecuentemente evocada por estos días en los medios y entre padres y maestros, pareciera apesadumbrar los pasos, aletargar los latidos y hasta poner en este invierno gris la piel.
El reinicio escolar no provoca entusiasmo alguno entre los púberes que cargan las mochilas en sus espaldas para volver a recorrer el camino ineludible de la obligatoriedad escolar.
Cuando me refiero al entusiasmo, aludo a esa luz que se refleja en el rostro de los niños cuando llegan a una plaza; vislumbran desde lejos los juegos, la arena y salen corriendo eufóricos y alborotados, sin ver que se llevan por delante, llegando con los corazones agitados al encuentro con sus pares, que aunque desconocidos, garantizan el éxito del juego causado por el sentimiento compartido.
Esa motivación afectiva, que provoca el impulso eufórico inicial donde todo se pone en movimiento -indispensable éste para el aprendizaje- no es el sentimiento colectivo de los jóvenes alumnos en este período de reinicio.
Sin embargo, recordemos que no fue así en los comienzos de esta maravillosa aventura que supone la construcción del conocimiento.
Me pregunto de manera inquietante: ¿qué extraña pasión habrán sentido los griegos, en lo más profundo de su alma, bajo qué inspiración del olimpo pudieron definir a eso que sentían como filo (amor) y sofía (sabiduría)? Este dichoso vocablo no pudo ser el resultado de una ecuación o un teorema, tampoco pudo ser creado sólo a través de la lógica razón. Seguramente algo grandioso sintieron en sus tripas y sus entrañas que llegó hasta lo profundo de su corazón, cuando enunciaron con tamaño significante ese excelso sentimiento.
¿Cuál es la forma de conocer que les ofreció esa exaltación por el saber, que atravesaba amorosamente sus corazones hasta llegar a sus cerebros?
En nuestro contexto escolar escuchamos recurrentemente en los discursos de padres y maestros hablar sobre los problemas de motivación, apatía, desidia por lo escolar y la falta de hábitos de estudio por parte de los alumnos.
¿Cuándo fue que el amor al conocimiento se nos hizo hábito y la rutina de estudiar corrosionó la pasión que teníamos por el saber?
¿En qué momento nos desvinculamos de la pasión por explorar y aprender? Quizás el atragantamiento enciclopédico quitó el sabor de nuestra boca. Engullendo tratados, enciclopedias, manuales, libros de texto, guías de estudio, fichas y fotocopias de libros. Esto es, si de estudiar se trata.
Contrariamente si aprender es la cuestión, necesitamos tomar coraje para recordar y recuperar los orígenes del aprendizaje como un proceso vivencial, esencial y existencial de estar en este mundo.
Para ello se requiere dar un fuerte viraje a nuestro rumbo recuperando la emoción (e-motion = movimiento), que supone la aventura de aprender de todo lo que nos rodea: los árboles, el viento, la poesía, el teatro, la personas, el cielo, grafitis, leyendas, historias contadas y por contar, la tierra, el miedo, la felicidad, la vida, currículum de amplio espectro.
Aventurarnos en este proceso nos conduce a continuar preguntándonos:
¿Qué características tienen los encuentros y espacios que diseñamos para aprender, que no logran provocar ese sentimiento excitado en los niños, en los jóvenes, en los adultos en el nivel superior, y quizás ni en nosotros mismos? ¿En qué medida esos encuentros tienen por recurso la sorpresa, la duda, la intriga, la curiosidad, la tensión creativa, el suspenso, provocando el insomnio por la pregunta?
¿Qué grado de afectación tienen en las personas, los espacios que nuestra sociedad ha diseñado para aprender?
¿De qué manera esto nos pasa a nosotros como docentes, o no nos pasa?
Estoy convencida que la transformación educativa actual, no es cognitiva, sino afectiva.
La afectividad es la conexión profunda con nosotros mismos, con los otros y con todo lo que nos rodea en el universo. Cuando estamos desafectados, cuando algo no nos importa o interesa es porque hemos perdido la conexión con la red que nos vincula y entrama, el resultado inevitable es la perdida de sentido y en la educación formal, la exclusión del sistema. Esto es la repitencia, que año a año vivencian nuestros alumnos, dolor de cabeza de los padres, tema central en la sala de profesores y problema de investigación favorito de los investigadores.
Si lo que "pasa" en la escuela no interesa, entusiasma y provoca, algo más serio "acontece" (¡y no pasa!) que necesitamos revisar. Hoy los celulares, la computadora, el i-pod y el Facebook, ayer la televisión, antes las inolvidables tardes de potrero y pelota. Parece que hace tiempo que los educadores tenemos detractores, que no podemos dejar de ver como competidores de aquella inspiración divina que en el aula no podemos provocar. ¿Hasta qué punto nuestros alumnos, aún los que parecen estar adentro del sistema, no están por fuera de este maravilloso proceso de aprender?
Necesitamos buscar una re-conexión, para que lo que acontezca en la escuela no sea algo que "pase" en nuestra vida sin más, sin emoción, como tal vez pasaron "el cloroplasto", "los números primos", "el análisis morfológico" y "los silogismos". Que no se aflija el lector si
alguna de estas definiciones no recuerda.
Invito a los adultos, educadores todos, padres y docentes de profesión que como niños eufóricos en la plaza, apostemos a la búsqueda del sentido compartido para garantizar el juego de aprender y recuperar en nuestra boca y en la de cada joven el sabor del saber.