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El rutinario oficio de la barbarie

La violencia desencadenada el domingo último en el estadio de River y sus adyacencias pertenece al ritual del insanablemente enfermo fútbol argentino, que requiere urgentes soluciones.

Los efectivos antidisturbios de la Policía Federal llegaron tarde. Los 2.200 agentes contratados para garantizar la seguridad de jugadores y espectadores advirtieron tardíamente que la realidad ardía por los cuatro costados. Las dotaciones del Cuerpo de Bomberos de la Capital Federal tampoco reaccionaron a tiempo para sofocar una tarde de horror y violencia.

En cambio, la presidenta de la República actuó demasiado veloz cuando ordenó que el segundo encuentro entre River Plate y Belgrano de Córdoba se disputara en el estadio Monumental con presencia de público. Quizá no contó con la experiencia de Néstor Kirchner para moverse en el turbulento mundo del fútbol. Años atrás, éste había impulsado la sanción de una ley que esterilizó la legislación de quiebras y salvó al Racing Club de sus amores.

Tampoco dispuso la Presidenta de la "sabiduría" de su jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, quien, mientras los vándalos destruían el club y locales comerciales en la Capital Federal y miles de hinchas de Belgrano no podían abandonar el estadio por temor a ser atacados por los barrabravas locales, festejaba el triunfo del intendente Eduardo Accastello en Villa María.

Todo estaba servido para el oficio de barbarie, que desde hace más de dos décadas precede y sucede a todo encuentro de fútbol revestido de alguna trascendencia, sea un clásico o una final.
Lo del domingo último en el barrio porteño de Núñez no es nuevo y es claro que no será el último episodio de esa barbarie. Porque, como pontifica el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, Julio Grondona, "todo pasa". Hay detenidos, pero los barrabravas siempre recobran rápidamente su libertad, gracias a políticos y sindicalistas que los usan como fuerzas de choque.
La repetida película que todo el país vio el domingo contiene varios cuadros de la Argentina real, algunos de los cuales requieren urgente corrección por parte de las autoridades. La vida de los clubes –como la de cualquier entidad, empresa u organismo– debe desarrollarse sin injerencia del Estado, para que persistan allí los mecanismos de democracia y transparencia en sus actos y en el manejo económico-financiero.

Y urge erradicar la violencia de los barrabravas, más allá de las proclamas de ocasión y la protección que les brindan políticos, gremialistas y jueces benevolentes.

Quizá el dato más positivo en este panorama del fútbol argentino sea el ascenso de tres cuadros del interior –Belgrano, Atlético Rafaela y Unión de Santa Fe– y el descenso de tres equipos porteños –River Plate, Huracán y Quilmes–. No es orgullo provinciano, sino una demostración de que la Argentina real no concluye en los límites del Gran Buenos Aires, como sugirieron algunos periodistas cuando el sábado anunciaron el arribo de miles de hinchas de Belgrano "a la República Argentina", en un significativo lapsus.