El retiro de Cristina, con objetivos múltiples
De los 40 países que firmaron la queja que han elevado en conjunto el viernes a la Organización Mundial de Comercio (OMC)...
... contra el control de importaciones que viene aplicando el gobierno argentino, más de la mitad es miembro del G20.
Es importante tomar en cuenta este dato, ya que en medio de las tribulaciones que tiene para resolver de aquí a las Pascuas la Presidenta en su retiro santacruceño y más allá de los juegos de guerra que seguramente está desplegando en la mesa de arena de la política interna, esta cuestión debería ser prioritaria para ella a nivel global. Por supuesto, que tiene mucho para meditar Cristina Fernández puertas para adentro: cómo levantar nuevamente su imagen si es que algo se ha perdido; qué hacer con el actual Gabinete de ministros; qué rol asignarle al trasvasamiento generacional que representa La Cámpora; cómo ridiculizar y a la vez darle juego político a Mauricio Macri; cómo neutralizar la escalada de Hugo Moyano; cuánto aire asignarle a Daniel Scioli; cómo zafar del caso Ciccone que apunta al vicepresidente Boudou y a ella misma por haberlo elegido; qué hacer con YPF; cómo demostrar que la política de Transportes no fue la responsable de los 51 muertos en la Estación Once, etcétera.
Si la Presidenta sigue encantada por pertenecer al club de los países poderosos, no podrá dejar de lado empezar a bosquejar una solución para este grave caso de las barreras al comercio internacional, que no es ni más ni menos que una secuela del grave problema que se le ha presentado a la economía por la falta de dólares, debido esencialmente a la fuga de capitales y al aumento de las importaciones, sobre todo, las de carácter energético.
El punto crítico para Cristina será cómo hacer para combinar los caminos que está buscando para ordenar el tablero de las internas en el poder con un ambiente más amigable hacia las empresas, que le aseguren a la Argentina un flujo de capitales externos que hoy no tiene, situación que ha llevado al Gobierno a ponerle trabas a las importaciones, lo que a su vez compromete el crecimiento y aleja a los inversores. Un círculo demasiado vicioso para un mundo que hoy tiene sobrante de capitales y que ha dejado de mirar a la Argentina. El modo de salir del lío en materia de comercio en el que se ha metido el país representa todo un desafío para el kirchnerismo. En lo intrínseco, se verá si es capaz de superar sus propias rigideces ideológicas y las del modelo en vigencia, que privilegian el mercado interno, la sustitución de importaciones, el vivir con lo nuestro y ahora, la tutela del comercio. Y en lo global, habrá que comprobar si puede combinar el problema de la falta de divisas con su adscripción a lo que el mundo dice deplorar, frente a naciones o bloques económicos que son linces y tampoco exudan santidad.
Muchos de esos países, con sus trampitas hipócritas, hablan de libre comercio y son tan o más proteccionistas que la Argentina, aunque ahora se han unido para ir en contra de la mosca blanca del grupo. ¿Por qué? ¿Complot internacional, alguna suerte de envidia quizás o simplemente el comienzo de un correctivo ejemplar para alguien que quiere pertenecer, pero que no cumple las reglas? Probablemente, si la Presidenta trata de enmarcar la situación en cualquiera de las dos primeras hipótesis, no estará poniendo el problema en su justo término. Su amiga Hillary Clinton, la jefa de la diplomacia estadounidense, bien podría explicarle que se entiende en el mundo por "reglas claras". Firmar y no cumplir es alterarlas. Barack Obama aplicó esa misma lógica, cuando retiró al país las preferencias de arancel cero para ingresar al mercado estadounidense por no pagar a por dos compañías de ese país juicios ganados por ellas en el Ciadi, que es el ámbito al que la Argentina accedió a acudir cuando firmó el Tratado Bilateral de Inversiones.
Este punto oscuro es, al fin y al cabo, el que los países le endilgan a la Argentina. Cómo explicar hacia afuera que la adrenalina por la coyuntura que cautiva desde siempre al kirchnerismo resulta ser en estas cuestiones su gran enemigo, aunque la sociedad argentina parece que entiende el estilo y hasta le gusta. De allí, el 54% de los votos que cosechó Cristina hace apenas cinco meses. Pero los demás países son otra cosa, conciben reglas más permanentes y castigan con dureza a quienes se salen del marco.
Ahora, si el Gobierno le transmite a la sociedad únicamente que la Argentina es una víctima de la situación, sin explicitar que, mientras el mundo va para otro lado, es el país el que ha decidido transitar otro camino y que estos son los riesgos estará cometiendo un pecado de omisión. Y más grave aún, si se intentan jugar de ahora en más explicaciones nacionalistas, emparentando el grave tirón de orejas con Malvinas o con la recuperación de YPF. Ya los primeros balbuceos del Gobierno han tomado el camino de la victimización, mirando más puertas hacia adentro que para afuera. El canciller Timerman rechazó toda "injerencia externa", mientras que la enviada argentina ante la OMC, Cecilia Nahón dijo que el documento leído en la OMC "estigmatiza" al país y que busca "presionar para que se revisen las legítimas políticas en curso".
En la misma línea, Boudou habló de "intencionalidad política", mientras que la ministra de Industria, Débora Giorgi, algo más técnica, señaló como Nahón la "profunda sorpresa y malestar" del Gobierno. Lo primero que hicieron los funcionarios fue desacreditar la reprimenda con los mismos argumentos que usó Timerman la semana pasada: "En 2011 la Argentina fue el país del G-20 que más aumentó sus importaciones s en términos relativos". Privilegiaron la reacción, pero nada dijeron de las desprolijidades que vino ejecutando el secretario de Comercio, Guillermo Moreno cuya acción fue la que dio origen al documento. El funcionario, quien no fue nombrado, estuvo omnipresente en la demanda: "Las empresas informaron de la recepción de llamadas telefónicas de funcionarios del Gobierno", dijeron los países. Como en otros casos, Moreno ha sido un mal ejecutor de las políticas que se le han encomendado, a las que les volvió a adicionar la impronta propia de su torpeza, capaz de meter un elefante en un bazar y barrer con todo, sin que le importen siquiera ni la cultura que los argentinos necesitan incorporar a su capital intelectual a partir de sus lecturas, ni parece que tampoco los convenios que firmó la Presidenta.
Las referencias a la importancia que tiene el G-20 no han sido para nada ociosas, ya que seguir estando allí adentro, codeándose con lo más granado el mundo es algo que la Presidenta no desea perder. Hasta algún funcionario ha revelado que hay que hacer en materia de política interna todo lo necesario para seguir conservando ese sillón. Cristina deberá verle las caras a sus pares en Los Cabos, al sur de la península de California, en México.
Allí, los países han decidido reunirse el 18 de junio para reflexionar acerca de los avances realizados y de las tareas que aún se deben concluir. La Argentina tendrá que decidir si desea atacar o explicar. Sus antecedentes como emisor sin freno de dinero o títulos o como defaulteador serial no ayudan a la defensa, justo ahora que está siendo señalado "como un miembro del G-20 (que) se ha comprometido a abstenerse de levantar nuevas barreras al comercio y la inversión".
La dureza del verbo "comprometer" lleva a revisar si el país se ha apartado de las promesas firmadas en materia de restricciones al comercio en las últimas tres cumbres. En junio de 2010, en Toronto (Canadá), suscribió un documento que renovaba por tres años, hasta finales de 2013, el compromiso de "abstenerse de levantar barreras o imponer nuevas barreras a la inversión o al comercio de bienes y servicios", mientras que explícitamente allí -como un atajo para retrotraer malas prácticas- los países tomaron la obligación de "rectificar las medidas que vayan surgiendo".
Luego, en noviembre del mismo año, en Seúl (Corea del Sur), la firma de la Presidenta se estampó sobre un texto que decía que los países miembros "vamos a abstenernos de introducir y se opondrán a las acciones proteccionistas en el comercio en todas sus formas", mientras que la Argentina prometió en un anexo de "compromisos políticos" conseguir como un objetivo de sustentabilidad que "el sector privado aumente la tasa de inversión y el potencial de exportación que incrementen la capacidad de resistencia a shocks desfavorables en materia comercial".
En la cumbre de Cannes (Francia), de noviembre de 2011, el país junto a los otros 18 (entre ellos, el poderoso G-7 más Rusia) y el bloque de la Unión Europea "reafirmaron" mantener el actual statu quo en materia de comercio hasta el final de 2013 y se "comprometieron" a "hacer retroceder cualquier nueva medida proteccionista" que pudiera haber aparecido, "incluyendo nuevas restricciones incompatibles con la OMC". Las autoridades se defienden y dicen que las medidas ejecutadas por Moreno "son compatibles con la OMC", pero es obvio que, desde la óptica de los países que pusieron el grito en el cielo, la Argentina incumplió todo lo que firmó. El nuevo round de México tendrá una particularidad para Cristina, ya que en Cannes, los ministros habían sido "instruidos" por los presidentes (CFK incluida) para que "debatan" los desafíos y oportunidades que presenta el sistema multilateral de transacciones de bienes y servicios en una economía globalizada y para que presenten un informe en la Cumbre de México.
Es justamente en esta materia en la que el país ha sido advertido, por lo que la diplomacia argentina tendrá mucho que trabajar para que no se note que hay una oveja descarriada en el Grupo y para que nadie le tire de las orejas a la Presidenta, al menos públicamente. En cuanto a las medidas comerciales que pueden aparecer ahora, si la Argentina no escucha el inusual reclamo masivo que hicieron los países ante la OMC, podría recibir el mismo trato de rechazo de sus exportaciones a los demás países.
Es importante tomar en cuenta este dato, ya que en medio de las tribulaciones que tiene para resolver de aquí a las Pascuas la Presidenta en su retiro santacruceño y más allá de los juegos de guerra que seguramente está desplegando en la mesa de arena de la política interna, esta cuestión debería ser prioritaria para ella a nivel global. Por supuesto, que tiene mucho para meditar Cristina Fernández puertas para adentro: cómo levantar nuevamente su imagen si es que algo se ha perdido; qué hacer con el actual Gabinete de ministros; qué rol asignarle al trasvasamiento generacional que representa La Cámpora; cómo ridiculizar y a la vez darle juego político a Mauricio Macri; cómo neutralizar la escalada de Hugo Moyano; cuánto aire asignarle a Daniel Scioli; cómo zafar del caso Ciccone que apunta al vicepresidente Boudou y a ella misma por haberlo elegido; qué hacer con YPF; cómo demostrar que la política de Transportes no fue la responsable de los 51 muertos en la Estación Once, etcétera.
Si la Presidenta sigue encantada por pertenecer al club de los países poderosos, no podrá dejar de lado empezar a bosquejar una solución para este grave caso de las barreras al comercio internacional, que no es ni más ni menos que una secuela del grave problema que se le ha presentado a la economía por la falta de dólares, debido esencialmente a la fuga de capitales y al aumento de las importaciones, sobre todo, las de carácter energético.
El punto crítico para Cristina será cómo hacer para combinar los caminos que está buscando para ordenar el tablero de las internas en el poder con un ambiente más amigable hacia las empresas, que le aseguren a la Argentina un flujo de capitales externos que hoy no tiene, situación que ha llevado al Gobierno a ponerle trabas a las importaciones, lo que a su vez compromete el crecimiento y aleja a los inversores. Un círculo demasiado vicioso para un mundo que hoy tiene sobrante de capitales y que ha dejado de mirar a la Argentina. El modo de salir del lío en materia de comercio en el que se ha metido el país representa todo un desafío para el kirchnerismo. En lo intrínseco, se verá si es capaz de superar sus propias rigideces ideológicas y las del modelo en vigencia, que privilegian el mercado interno, la sustitución de importaciones, el vivir con lo nuestro y ahora, la tutela del comercio. Y en lo global, habrá que comprobar si puede combinar el problema de la falta de divisas con su adscripción a lo que el mundo dice deplorar, frente a naciones o bloques económicos que son linces y tampoco exudan santidad.
Muchos de esos países, con sus trampitas hipócritas, hablan de libre comercio y son tan o más proteccionistas que la Argentina, aunque ahora se han unido para ir en contra de la mosca blanca del grupo. ¿Por qué? ¿Complot internacional, alguna suerte de envidia quizás o simplemente el comienzo de un correctivo ejemplar para alguien que quiere pertenecer, pero que no cumple las reglas? Probablemente, si la Presidenta trata de enmarcar la situación en cualquiera de las dos primeras hipótesis, no estará poniendo el problema en su justo término. Su amiga Hillary Clinton, la jefa de la diplomacia estadounidense, bien podría explicarle que se entiende en el mundo por "reglas claras". Firmar y no cumplir es alterarlas. Barack Obama aplicó esa misma lógica, cuando retiró al país las preferencias de arancel cero para ingresar al mercado estadounidense por no pagar a por dos compañías de ese país juicios ganados por ellas en el Ciadi, que es el ámbito al que la Argentina accedió a acudir cuando firmó el Tratado Bilateral de Inversiones.
Este punto oscuro es, al fin y al cabo, el que los países le endilgan a la Argentina. Cómo explicar hacia afuera que la adrenalina por la coyuntura que cautiva desde siempre al kirchnerismo resulta ser en estas cuestiones su gran enemigo, aunque la sociedad argentina parece que entiende el estilo y hasta le gusta. De allí, el 54% de los votos que cosechó Cristina hace apenas cinco meses. Pero los demás países son otra cosa, conciben reglas más permanentes y castigan con dureza a quienes se salen del marco.
Ahora, si el Gobierno le transmite a la sociedad únicamente que la Argentina es una víctima de la situación, sin explicitar que, mientras el mundo va para otro lado, es el país el que ha decidido transitar otro camino y que estos son los riesgos estará cometiendo un pecado de omisión. Y más grave aún, si se intentan jugar de ahora en más explicaciones nacionalistas, emparentando el grave tirón de orejas con Malvinas o con la recuperación de YPF. Ya los primeros balbuceos del Gobierno han tomado el camino de la victimización, mirando más puertas hacia adentro que para afuera. El canciller Timerman rechazó toda "injerencia externa", mientras que la enviada argentina ante la OMC, Cecilia Nahón dijo que el documento leído en la OMC "estigmatiza" al país y que busca "presionar para que se revisen las legítimas políticas en curso".
En la misma línea, Boudou habló de "intencionalidad política", mientras que la ministra de Industria, Débora Giorgi, algo más técnica, señaló como Nahón la "profunda sorpresa y malestar" del Gobierno. Lo primero que hicieron los funcionarios fue desacreditar la reprimenda con los mismos argumentos que usó Timerman la semana pasada: "En 2011 la Argentina fue el país del G-20 que más aumentó sus importaciones s en términos relativos". Privilegiaron la reacción, pero nada dijeron de las desprolijidades que vino ejecutando el secretario de Comercio, Guillermo Moreno cuya acción fue la que dio origen al documento. El funcionario, quien no fue nombrado, estuvo omnipresente en la demanda: "Las empresas informaron de la recepción de llamadas telefónicas de funcionarios del Gobierno", dijeron los países. Como en otros casos, Moreno ha sido un mal ejecutor de las políticas que se le han encomendado, a las que les volvió a adicionar la impronta propia de su torpeza, capaz de meter un elefante en un bazar y barrer con todo, sin que le importen siquiera ni la cultura que los argentinos necesitan incorporar a su capital intelectual a partir de sus lecturas, ni parece que tampoco los convenios que firmó la Presidenta.
Las referencias a la importancia que tiene el G-20 no han sido para nada ociosas, ya que seguir estando allí adentro, codeándose con lo más granado el mundo es algo que la Presidenta no desea perder. Hasta algún funcionario ha revelado que hay que hacer en materia de política interna todo lo necesario para seguir conservando ese sillón. Cristina deberá verle las caras a sus pares en Los Cabos, al sur de la península de California, en México.
Allí, los países han decidido reunirse el 18 de junio para reflexionar acerca de los avances realizados y de las tareas que aún se deben concluir. La Argentina tendrá que decidir si desea atacar o explicar. Sus antecedentes como emisor sin freno de dinero o títulos o como defaulteador serial no ayudan a la defensa, justo ahora que está siendo señalado "como un miembro del G-20 (que) se ha comprometido a abstenerse de levantar nuevas barreras al comercio y la inversión".
La dureza del verbo "comprometer" lleva a revisar si el país se ha apartado de las promesas firmadas en materia de restricciones al comercio en las últimas tres cumbres. En junio de 2010, en Toronto (Canadá), suscribió un documento que renovaba por tres años, hasta finales de 2013, el compromiso de "abstenerse de levantar barreras o imponer nuevas barreras a la inversión o al comercio de bienes y servicios", mientras que explícitamente allí -como un atajo para retrotraer malas prácticas- los países tomaron la obligación de "rectificar las medidas que vayan surgiendo".
Luego, en noviembre del mismo año, en Seúl (Corea del Sur), la firma de la Presidenta se estampó sobre un texto que decía que los países miembros "vamos a abstenernos de introducir y se opondrán a las acciones proteccionistas en el comercio en todas sus formas", mientras que la Argentina prometió en un anexo de "compromisos políticos" conseguir como un objetivo de sustentabilidad que "el sector privado aumente la tasa de inversión y el potencial de exportación que incrementen la capacidad de resistencia a shocks desfavorables en materia comercial".
En la cumbre de Cannes (Francia), de noviembre de 2011, el país junto a los otros 18 (entre ellos, el poderoso G-7 más Rusia) y el bloque de la Unión Europea "reafirmaron" mantener el actual statu quo en materia de comercio hasta el final de 2013 y se "comprometieron" a "hacer retroceder cualquier nueva medida proteccionista" que pudiera haber aparecido, "incluyendo nuevas restricciones incompatibles con la OMC". Las autoridades se defienden y dicen que las medidas ejecutadas por Moreno "son compatibles con la OMC", pero es obvio que, desde la óptica de los países que pusieron el grito en el cielo, la Argentina incumplió todo lo que firmó. El nuevo round de México tendrá una particularidad para Cristina, ya que en Cannes, los ministros habían sido "instruidos" por los presidentes (CFK incluida) para que "debatan" los desafíos y oportunidades que presenta el sistema multilateral de transacciones de bienes y servicios en una economía globalizada y para que presenten un informe en la Cumbre de México.
Es justamente en esta materia en la que el país ha sido advertido, por lo que la diplomacia argentina tendrá mucho que trabajar para que no se note que hay una oveja descarriada en el Grupo y para que nadie le tire de las orejas a la Presidenta, al menos públicamente. En cuanto a las medidas comerciales que pueden aparecer ahora, si la Argentina no escucha el inusual reclamo masivo que hicieron los países ante la OMC, podría recibir el mismo trato de rechazo de sus exportaciones a los demás países.