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El reparto

*Por Sergio Suppo. La designación de las candidaturas del PJ es el resultado de una negociación con el poder central, que puso y sacó dirigentes hasta donde pudo.

La Presidenta le pidió una mujer en la fórmula y José Manuel de la Sota no terminó de complacerla. El gobernador aspiraba a sentar a unos ochos legisladores propios en las bancas del próximo ciclo de gobierno y, al parecer, tendrá que conformarse con mucho menos.

Los viejos amigos del can-didato, aquellos que lo siguen desde hace casi 40 años, fueron desviados y en el mejor de los casos encomendados a buscar su lugar en sus departamentos del interior.

Una lista única en la esquiva ciudad de Córdoba, tal como se encaminaban las cosas, expresa muchas cosas, menos la unidad. Afuera del intrincado armado para la elección municipal quedaba nada menos que la ex esposa de De la Sota, la concejala Olga Riutort.

La resolución del reparto de cargos en el peronismo cordobés regala varias lecturas. Una de ellas excede al partido en el gobierno y dibuja una caricatura de la propia provincia.

La designación de las candidaturas es el resultado de una negociación con el poder central, que puso y sacó dirigentes hasta donde pudo. No fue una cuestión de afinidad partidaria lo que permitió este juego.

Es la debilidad que De la Sota siente que tiene respecto del kirchnerismo, en tanto gobierno de turno con posibilidades de continuar. Dime cuánto me debes y te diré cuánto poder tendré sobre ti.

Cuando, al comienzo de esta semana, De la Sota termine la última y por tanto decisiva ronda de tiras y aflojes, podrá intuir cuánta fuerza tendrá para llegar a la Gobernación por tercera vez en su quinto intento en 24 años.

Al estilo de Víctor Brizuela, desde lo alto de una cierta veteranía, una vez que calibre sus posibilidades, maquillará sus debilidades con sus viejas artes de prestidigitador y saldrá a la pelea convencido de que todavía puede, de que es el mejor dirigente para los cordobeses.

Esos juegos de verdad y engaño ya empezaron en el verano, cuando sus voceros redactaban comunicados negando una candidatura a gobernador que el propio De la Sota paseaba por los pueblos del interior imitándose a sí mismo. Más: es candidato desde que puso a Schiaretti en su lugar sabiendo que éste no tenía derecho a la reelección por haber sido su vicegobernador.

En esta campaña, De la Sota no será ni tan kirchnerista como lo pretendían en la Casa Rosada ni tan peronista disidente como lo impulsaba el gobernador Juan Schiaretti y se lo dictaban sus propios gustos de dirigente pragmático, que siempre se sintió cómodo entre conservadores, sin perder jamás el paso para acomodarse a los cambios de viento.

De la Sota será un poco de cada cosa, sin resignar jamás la voluntad de ser él mismo, un dirigente que siempre se sintió con derecho a ser presidente y que vive esta postulación como un paso irremediable hacia ese viejo objetivo.

Es candidato, además, porque es el jefe de una fila partidaria que no generó muchas más variantes que él mismo.

De la Sota es tan influyente en la política de Córdoba que hasta su rival más encarnizado se le parece en eso de cambiar según las circunstancias. Luis Juez fue tan kirchnerista como antikirchnerista, de la misma manera en que ahora es medianamente opositor.

Juez estuvo pendiente de las últimas horas de De la Sota y del peronismo; no hay otro candidato en condiciones de beneficiarse de los posibles errores en el reparto de cargos que debió hacer su adversario para conformar a propios y extraños.

Propios y extraños no es, en este caso, un lugar común. De-lasotistas y schiariettistas (una variante suplementaria de los primeros) sienten como ajeno al kirchnerismo, una especie de intrusos en una casa que manejan desde los tiempos dinosaúricos en que desplazaron del mando a Raúl Bercovich Rodríguez, allá por 1986 y 1987.

Les pasó lo mismo a los delasotistas con los menemistas, a quienes enfrentaron hasta amigarse y sentirse conformes con las ideas de "modernidad y liberalismo" que encarnaban. Las comillas son opcionales, a gusto del lector. Pero con los kirchneristas, no hay caso. Les resultan hostiles y agresivos, con algunas excepciones, como el declinante ministro Julio De Vido, con el que se podía hablar de cosas más entretenidas que las ideologías desplegadas en las nuevas banderas.

Una mujer, otra mujer. Por eso cuando hace algunas semanas, Cristina le dijo a De la Sota que le gustaría verlo con una compañera de vice, le estaba notificando dos cosas: quería el segundo cargo de la provincia para los K y optaba por Carolina Scotto.

Cristina nunca terminó de creer que el rechazo de la rectora de la Universidad Nacional de Córdoba era definitivo respecto de unirse a De la Sota. Eso no quita el compromiso que Scotto tiene con el gobierno K, al que seguirá respaldando con todos los medios propagandís-ticos con que cuenta, sin negarse, tal vez, a postularse a un cargo legislativo nacional en una lista alternativa al peronismo. Pero eso ocurrirá en octubre, no en agosto, cuando se juegue la elección provincial.

La fanaticada K puede ser feliz. La Universidad nunca había sido una barricada partidaria tan sólida en favor de un gobierno nacional como ahora.

Luego de varios enjuagues en los que intervinieron el secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Carlos Zannini, y el operador de todos los gobiernos desde Carlos Menem, Juan Carlos Mazzón, De la Sota encontró una mujer que de kirchnerista tiene poco, de conocida menos, pero que conforma la exigencia de género que le tiró Cristina.

Si todo sigue como se decía, la intendenta de Laboulaye, Alicia Pregno, secundará a De la Sota. Llega desde el corazón de la pampa sojera que jaqueó a Cristina para olvidarse luego; así será mientras el precio del poroto siga hacia arriba. Pregno, conocida en su departamento e ignorada por el resto de los cordobeses, le ganó la pulseada a otros tres intendentes que quisieron y no pudieron: el villa-mariente Eduardo Accastello, Fabian Francioni (Leones) y Martín

Llaryora (San Francisco), que en la última semana parece haberse ido a la banquina al recibir al gobernador salteño Juan Manuel Urtubey.

Accastello llegó a sugerir a su esposa, la diputada Nora Bedano, pero parece que no hubo caso. Bedano tal vez sea una de los cuatro o cinco legisladores que tenga el kirchnerismo en la Legislatura. Ese grupo de bancas habría sido el punto para bajar la aspiración K de tener un vicegobernador.

El mismo problema capital. Más doméstica, pero más inquietante respecto de las necesidades de De la Sota, es la encerrona capitalina, donde como hace cuatro años, su ex esposa no fue compensada con su reclamo de ser la única candidata peronista a la Intendencia.

De la Sota y Schiaretti se vienen cruzando culpas sin acertar a darle el gusto a Riutort ni tampoco a encontrar un sustituto que la saque de la cancha.

Hace cuatro años, De la Sota le puso al ministro de Salud, Roberto Chuit, que le ganó en la interna pero en las elecciones generales Riutort, por fuera del peronismo, sacó tantos votos como el postulante oficial. Chuit se fue de Córdoba y la ex esposa de De la Sota ahora va por lo mismo con Héctor Campana como postulante oficial del peronismo.

Schiaretti siempre deploró aquella ocurrencia de De la Sota. De la Sota deplora ahora que Schiaretti haya colocado a Campana. Pero el gobernador insiste en que fue el candidato a sucederlo el que lo obligó a buscar un postulante a intendente por su resistencia a bancar la postulación de Riutort.

Esta historia circular podría seguir girando al infinito, sin descubrir que se está repitiendo.

En 2007, varios miles de votos de Riutort se fueron a Juez. Ahora, en una elección desdoblaba, De la Sota asume el riesgo de que una parte del peronismo se co-rra al juecismo, descontento por volver a tener un candidato a intendente que no salió de su vientre.

Todo parece igual. Hace cuatro años, la Intendencia se peleaba lejos del peronismo. Ahora puede pasar lo mismo; y el que se llamaba Daniel Giacomino puede llamarse Ramón Mestre.

Se sabe. No se puede conformar a todo el mundo. Es la otra cara del placer que provoca repart ir.