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El relato del horror: cómo fueron las horas que pasó Santiago López Menéndez secuestrado

El joven argentino secuestrado en Nigeria revivió algunos de los detalles de la estadía con sus captores. Miles de anécdotas, una sola historia.

El horror que le tocó vivir a Santiago López Menéndez en Nigeria no tiene explicación posible. Él, sin embargo, logró ponerlo en palabras y realizar un relato pormenorizado de cómo fueron esas 62 horas que pasó bajo las órdenes de sus captores. Sus miedos, sus anécdotas y -aunque parezca mentira- hasta las fotos que le quedaron de esa terrible experiencia.

Todo empezó el miércoles 24 a la mañana. El desayuno cotidiano que mantenía con Alita, su novia, desde que ambos se fueron a vivir a Nigeria por el contrato laboral de Santiago con la empresa Flour Mills, se rompió con un llamado de su madre: "¿Están bien?", le preguntó. En su celular había aparecido una llamada perdida de su hijo "el Rata" a las 3.30 de la mañana (7.30 hora Nigeria). Él asegura que nunca la llamó.

Santiago y Alejandra Perkins vivían en el mismo campo donde él realizaba sus trabajos de ingeniero agrónomo. Todas las mañanas, Alita lo acompañaba a trabajar para no quedarse sola en la casa, pero ese día decidió quedarse a descansar, así que Santiago fue a trabajar solo. Al momento del secuestro se encontraba con 15 empleados más haciendo el sembrado de maíz y soja, cuando escucharon tiros, revuelo y vieron acercarse a dos motos con tres personas cada una. A punta de los dos fusiles que portaban, lo subieron a su propia camioneta Hilux y se lo llevaron.

En un principio creyó que sus captores eran musulmanes que lo llevaban para el norte, a la frontera con Libia para ajusticiarlo. Sin embargo, inmediatamente se dio cuenta que lo único que buscaban era dinero. Le costó mucho hacerles entender que no era norteamericano. "Argentina, South America", intentó explicarles, pero ellos se volvieron locos. "Argentina, Messi, Tevez, fútbol" y ahí sí, uno entendió Messi. Todos se relajaron.

La relación con sus captores era extraña. Varios de ellos se le acercaban para darle charla, compartir sus vidas, contarle de sus familias, sus hijos. Uno de ellos hasta le insistió en que vieran una película juntos. Sin embargo, había uno que era muy duro. Su nombre era Abu Akar, quien en un momento amenazó con abusar sexualmente de él.

Santiago calcula que caminaron entre 120 y 150 kilómetros en la selva, monte adentro. En varios momentos tuvo muchísimo miedo. El peor, cuenta, fue cuando ya le habían dicho que lo liberaban. En la espera de que lo dejaran irse, la caminata se hizo aún más eterna. "Ya tiene el rescate. Me limpian acá y no me encuentran nunca más", relató ya a salvo en Argentina.

Hubo otros momentos en los que la realidad lo superó. "Es loco, pero la primera noche pensaba: 'Una foto de acá sería espectacular'. Era bárbaro. El cielo todo estrellado en medio del bosque". Cuenta que vio cosas maravillosas: playas de arenas blancas, manadas de monos, los mejores cielos del mundo.

Finalmente, gracias a la intervención de su hermano Jorge -que viajó desde Sierra Leona- y de la empresa que lo contrató en Nigeria, las negociaciones fueron posibles, se realizó el pago y Santiago fue liberado. Las anécdotas, sin embargo, no terminan. Antes de irse, sus captores se sacaron fotos con él. A ellos les quedaron de recuerdo las selfies de despedida.

Lo liberaron en un camino a la orden de "run, run" ("corre, corre"). Santiago no dudó. Corrió. Con miedo de que volvieran, con miedo de que aparecieran otros. "Lo único que me faltaba era que me volvieran a secuestrar", cuenta entre risas. Como cuenta todo, como realizó este relato. Sobrevivió al horror, aguantó dos días, se quebró recién al tercero cuando habló con su mamá.

Pero Santiago, por suerte, sigue siendo Santiago. La señal que esperaba en la selva llegó y hoy está a salvo. "Nunca se sabe, el espíritu de aventura está intacto", según él mismo dice.