El reeleccionismo invadió la política
*Por Natalio R. Botana. La sucesión presidencial ha sido generalmente problemática en nuestro país. El peronismo la torna implacable.
Desde hace más de ochenta años, nuestra política no se entiende bien con la sucesión de un presidente a otro, de acuerdo con lo que prescriben la Constitución y las leyes electorales. Después de 1930, el siglo transcurrió al ritmo de golpes de Estado que derrocaban presidentes electos y de personalismos adictos al reeleccionismo .
En el radicalismo esta secuencia dejó heridas. Hay que remontarse al año 1928, cuando, una vez cumplido su mandato constitucional de seis años, Marcelo T. De Alvear entregó los símbolos del mando a Hipólito Yrigoyen. De allí en más, los golpes y turbulencias de la democracia inaugurada en 1983 hicieron lo suyo . Yrigoyen fue violentamente destituido en 1930, Arturo Frondizi en 1962 y Arturo Illia en 1966. Más cerca en el tiempo, Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa no pudieron completar sus mandatos presidenciales de seis y cuatro años respectivamente.
En el peronismo se añade otra tonalidad teñida por el reeleccionismo . Tal fue, en efecto, uno de los cometidos de la reforma constitucional de 1949, que instauró el reeleccionismo indefinido del presidente y habilitó a Juan D. Perón, electo en 1946, a sucederse a sí mismo en 1952.
El golpe de 1955 cortó ese proyecto de larga permanencia en poder, pero no suprimió en el peronismo aquella fundante concepción personalista . Liderazgos fuertes para conducir, según los valores predominantes en diferentes etapas, programas y transformaciones socioeconómicas.
Cuando el peronismo pudo abrir el cepo de la proscripción y Perón desplazó en pocos meses a Cámpora, la sucesión quedó encapsulada -primer antecedente- en un esquema matrimonial ; a su muerte lo sucedió su esposa, integrante en 1973 de la fórmula presidencial. Como sabemos, esa experiencia, inmersa en el terror recíproco, desembocó en una violencia aún más devastadora con el golpe de 1976.
En el momento en que despuntó en 1983 el régimen democrático, la experiencia en materia de sucesión era a todas luces lamentable . No había, en rigor, punto de apoyo en el pasado que nos permitiera llevar a buen puerto ese complejo trámite. Quedaron no obstante en suspenso residuos persistentes que impulsaron al peronismo a poner en escena dos nuevos argumentos reeleccionistas .
El primero fue el de Carlos Menem entre 1989 y 1999. Diez años y medio en la presidencia no impidieron que, a finales de la década del noventa, intentara una segunda reelección, frustrada de inmediato por carecer de apoyo parlamentario.
Luego del interregno de De la Rúa, el peronismo volvió a la presidencia y, si bien Eduardo Duhalde abandonó el poder anticipadamente, pudo hacer las veces de gran elector para imponer por escaso margen la candidatura de Néstor Kirchner en 2003 .
Esa victoria fue el preámbulo de otro proyecto reeleccionista , actualmente en plena florescencia, que se fraguó en un matrimonio muy diferente al de Perón e Isabel Martínez; en aquél había verticalismo; en el de los Kirchner, horizontalidad .
El engranaje funcionó bien en 2007 y su resistencia habrá de probarse este año. Ausente Néstor Kirchner, las voluntades y expectativas, apuntaladas por una batería de encuestas, invocan la reelección de Cristina Fernández. Hasta el tropicalismo verborrágico de Hugo Chávez se sumó a ese reclamo.
El reeleccionismo ha invadido la Argentina política . Está en todas partes: en las gobernaciones, las intendencias y los sindicatos. Además, en el plano jurídico, cuenta con el auxilio de una ley no reglamentada de primarias abiertas y obligatorias para elegir candidatos el 14 de agosto.
Como ya hemos apuntado, este plan estratégico es un corsé fabricado para atenazar a los partidos de oposición con varios pretendientes (el caso más complicado es el de la UCR). El corsé ciñe a las oposiciones y posterga la oferta de candidatos mientras el electorado recibe a diario el impacto de la propaganda oficial. Dichas andanadas articulan la vanguardia táctica de la campaña.
Las relaciones entre dinamismo oficialista y letargo opositor explican los ataques con que el Gobierno y sus asociados responden a las críticas y denuncias que recogen, o expresan en su página editorial, los medios de comunicación no pertenecientes, por vía directa o indirecta, a la esfera del poder . Esos medios actúan cotidianamente, minuto tras minuto; a las oposiciones, en cambio, les cuesta entrar en la liza con liderazgos consolidados dentro de sus propias filas debido a un encuadre institucional que, para el oficialismo, tiene la virtud de postergar decisiones.
Es una carrera de liebres contra tortugas, lo cual no significa, como reza la fábula, que en las primeras recaigan necesariamente los laureles .
Si el reeleccionismo ocupa pues el centro del escenario, la compleja historia que recapitulamos de manera sucinta nos muestra que, cuando las pasiones tienden a concentrarse en esa operación, son muchos los pretendientes dispuestos a sumarse a ese aparente carro triunfal.
El peronismo es uno y múltiple : en su trayectoria ha buscado reducir la diversidad a la unidad encarnada en una persona sobresaliente, y no siempre lo ha logrado. Según las circunstancias, la lucha por conquistar espacios de poder , bajo una autoridad que en los discursos nadie discute, puede llegar a ser implacable.
En ese contexto, las cuatro alas del peronismo -la política, la sindical, la de los nuevos movimientos sociales y la de ideología setentista- recorren los tramos intermedios de esta campaña electoral.
Habrá jugadas con fuertes apuestas como las del ala sindical que comanda Hugo Moyano , o las que, desde un ambiente más acotado, disparan los consejeros de palacio.
No todo, sin embargo, está dicho en la medida en que las oposiciones levanten cuanto antes su perfil .
Entretanto, el reeleccionismo, entendido como algo intrínseco a nuestra naturaleza política, y la arremetida contra los medios seguirán este año marcando el paso.