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El problema del dólar y los precios

*Por Marcelo Zlotogwiazda. La manera correcta de evaluar si hay o no atraso cambiario es a través de un indicador denominado tipo de cambio real multilateral (tcrm).

Es justo y razonable que el Gobierno obligue a las petroleras y mineras a ingresar al país todas las divisas que obtienen por sus exportaciones. Y no es nada descabellado que la AFIP sólo autorice a comprar dólares a aquellos que tengan disponibilidad de fondos legales. Incluso cabe preguntarse por qué demoraron tanto en anular el privilegio que gozaban las primeras para dejar afuera buena parte de los dólares que obtenían, y en poner en marcha un mecanismo de control básico para combatir la informalidad y el circuito negro de dinero. Más aún: si es por cuestiones de justicia y razonabilidad, en el caso de las mineras el Gobierno también debería aumentar lo que les cobra por retenciones y/o regalías.

Pero no hay que ser ingenuo. Si medidas tan básicas y sensatas son aplicadas recién, y justo, ahora, es por la sencilla razón de que el objetivo prioritario no es eliminar prebendas o inducir al blanqueo de las operaciones financieras, sino actuar de urgencia sobre un mercado de cambios que viene agitado, incrementando la oferta por un lado y reprimiendo la demanda por el otro.

¿Y cuál sería el problema de recurrir a medidas que van en sentido correcto aunque el fin inmediato no sea el oficialmente declamado, sino mitigar las turbulencias cambiarias? Hay varios que presagian que la movida va a resultar contraproducente: argumentan que abordar el problema cambiario estableciendo controles y obligaciones va a exacerbar aún más el apetito por el dólar. El correr de los días dirá si tienen razón, o si la advertencia es una equivocación más de los que suelen protestar cuando el Estado interviene.

Pero aunque las medidas resulten eficaces para calmar transitoriamente la situación, quedaría un problema sin resolver, que es ni más ni menos que el problema de fondo.

Es indiscutible que hay medios de comunicación que están exagerando la cuestión, ya sea para perjudicar al Gobierno o por algún otro motivo. Y no cabe duda de que hay sectores económicos interesados en una devaluación. Pero tan cierto como eso es que la evolución del tipo de cambio arrastra una prolongada tendencia a la apreciación, crecientemente preocupante e imposible de que se mantenga por mucho tiempo más sin dañar gravemente las cuentas externas y la actividad productiva. Reflejo de ello es la ascendente fuga de capitales que se registra desde hace por lo menos tres años, es decir, desde antes que entraran en acción malditas conspiraciones o maniobras desestabilizadoras.

Hay diversas maneras de mostrar qué viene sucediendo con el dólar. Un síntoma claro es el achicamiento del superávit comercial; otro posible es a partir de una nota que el principal diario de Brasil, la Folha de San Pablo, publicó días atrás señalando que Buenos Aires dejó de ser para ellos una ciudad barata para la adquisición de indumentaria y calzado.

Ambas cosas, el deterioro de la balanza comercial y el lamento de los paulistas, son consecuencia de la caída del tipo de cambio real, es decir de rezago del valor del dólar en relación a los precios: desde enero de 2007 hasta ahora la cotización del dólar pasó de 3,09 a 4,26 pesos, con un alza del 37,8 por ciento, mientras que la inflación acumulada en ese período fue de 166 por ciento si se toma como verdadera la inflación de siete provincias que se ha convertido en la utilizada entre las mediciones alternativas a las del Indec.

Pero la manera correcta de evaluar si hay o no atraso cambiario es a través de un indicador algo más complejo denominado tipo de cambio real multilateral (tcrm), que toma en cuenta no sólo el valor del dólar y los precios locales, sino también el tipo de cambio y la inflación de los países que comercian con la Argentina: si aquí el dólar no sube o sube muy poco pero las monedas de los países con los que hay intercambio se aprecian (como ocurrió en los últimos años con Brasil), o si la inflación local fuera menor a la de esos países, el tcrm aumenta, o sea se gana competitividad; al revés, si con el dólar quieto la inflación local es mayor a la de los demás o si las otras monedas se deprecian, el tcrm baja y se pierde competitividad. De acuerdo a la serie que elabora el blog "Cosas que  pasan " (www.elhombrecitodelsombrerogris.blogspot.com), si se toma como base un tcrm:100 para diciembre 2001 (fin de la Convertibilidad), esa variable tuvo un pico de 278 en junio de 2002, y desde entonces ese enorme colchón comenzó a achicarse sin interrupciones, a excepción del crítico año 2009.

Si se analiza lo que sucedió desde principios de 2007 hasta ahora (el período de alta inflación señalado más arriba), se observa que el tcrm bajó de 224 a 153.

Eso significa que el tcrm está un 53 por ciento por encima del momento en que estalló la Convertibilidad. Alguien podría sostener que no es un nivel inadecuado, pero el problema no es el nivel actual sino la tendencia. Si se toma desde comienzos de 2009, el tcrm registra una caída desde 191 hasta 153, lo que implica que en menos de dos años perdió casi 40 puntos.

En otras palabras, si el retraso cambiario mantiene el ritmo, a fines de 2013 la situación se parecerá, en este aspecto, a la de diciembre de 2001.

Si el Gobierno no comete errores groseros, las turbulencias de estos días son fácilmente controlables. Basta tener en cuenta que con algo más de 47.000 millones de dólares de reservas, el Banco Central tiene poder de fuego suficiente para sofocar una corrida.

Pero eso no invalida la idea tan elemental y generalizada de que el desfasaje que ha habido entre precios y dólar no puede sostenerse por mucho tiempo más.

La corrección es inevitable, aunque hay múltiples maneras de encararla. Hasta ahora el Gobierno no ha dado ni la más mínima señal de lo que va a hacer ni de quiénes van a ser los encargados de la tarea.