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El problema de Atenas es Bruselas

* Por Ricardo Lagos, ex presidente de Chile. Del centro de la vida política de la UE y no de los mercados ni de las calificadoras de riesgos debe salir la solución a la crisis.

Muchos hablan de que un euro en crisis sería igual o peor que Lehman Brothers, cuya quiebra precipitó el colapso del sistema financiero en septiembre de 2008. Su efecto puede volver a arrastrarnos a una nueva caída. Y por eso, hasta ahora, todas las miradas han estado sobre Atenas y las decisiones del primer ministro Papandreu, llamando a apretarse aún más el cinturón, con una política de austeridad cada vez más difícil de ejecutar cuando las protestas de la ciudadanía se expanden.

De entrada digamos que en esto hay un grave Talón de Aquiles.

¿Es posible tener un Banco Central Europeo con una sola política monetaria y 16 políticas fiscales distintas , correspondiente a tantos miembros como países forman parte del euro? Esta pregunta la hicimos casi al comenzar el nacimiento del euro. Ahora aparece como indispensable tener una cierta coordinación de políticas y por eso algunos ya reclaman la existencia de una suerte de ministro de Hacienda a nivel europeo, para buscar dar un orden al caos financiero.

La realidad surgió con crudeza: ha habido una crisis ligada a la forma como los países hicieron su contabilidad cuando se estableció que ninguno podía tener un déficit fiscal superior al 3% del producto. Lo que se buscaba era una forma básica de dar credibilidad al euro . Las cifras que hoy conocemos sobrepasan ese 3%, no solamente en Grecia, sino en muchos países de la Unión Europea.

Y allí es cuando el problema es político y no financiero.

Cuando la crisis financiera derivó en una crisis económica encadenada y con efectos en varios países, fue la política la llamada a resolver los problemas. Fue necesario convocar al G-20, esa veintena de países económicamente más importantes en el mundo, ya que el llamado G-7 no era suficiente para la dimensión de la tarea.

Al comienzo, entre finales del 2008 e inicios del 2009, hubo unanimidad en la necesidad de tomar medidas drásticas. Fue en marzo del 2009 cuando en menos de 24 horas se resolvió aumentar el capital del Fondo Monetario Internacional de 250 mil a 750 mil millones y de paso señalar que el Banco Central Europeo podía facilitar hasta 60 mil millones como respaldo a sus distintos países miembros.

Respuestas políticas inmediatas para una situación que la requería.

Durante años se pidió aumentar el capital del FMI y esto no se logró nunca: la urgencia generó la multiplicación por tres.

Esas respuestas inmediatas permitieron que los distintos bancos ordenaran sus finanzas .

Estados Unidos hizo un esfuerzo gigantesco a partir del llamado del secretario de Finanzas Henry Paulson a los bancos para ordenar sus cuentas. Y todos firmaron un documento por el cual transferían determinadas cantidades de sus activos al Tesoro de los Estados Unidos a cambio del rescate financiero para evitar la quiebra.

Hasta ahí hubo una respuesta común y coordinada de los distintos gobiernos para enfrentar la crisis : el timón en medio de la tempestad lo llevaba la política.

Sin embargo, a poco andar, hubo una divergencia. El presidente Barack Obama llamó a mantener los estímulos fiscales porque aún no se salía de la crisis. Algunos países en Europa, encabezados por Alemania, dijeron otra cosa: el tema era el déficit y era necesario tener políticas monetarias restrictivas para ordenar las economías de los países del euro.

Fue aquí cuando primero Irlanda y luego Grecia y Portugal empezaron a sufrir los problemas: al sacar los estímulos fiscales cayó el crecimiento y se acrecentó el déficit.

Europa tomó un camino distinto al de Estados Unidos. Y regresaron las recetas que alguna vez el FMI impuso en América latina: privatizar empresas, reducir salarios y apretarse el cinturón . Hoy, con este criterio y con este recetario, todos miran hacia Atenas preguntándose hasta dónde llega "la tragedia griega".

Me temo que el problema no está en Atenas, sino en Bruselas.

Allí es donde debe determinarse la salida de la crisis, porque la lógica política indica la urgencia de dar prórrogas a los pagos en lugar de estar siguiendo las direcciones de la banca internacional que exige el pago pronto.

Se dice que los bancos privados europeos están muy comprometidos con la deuda griega y en consecuencia Grecia debe hacer máximos esfuerzos para pagar a los bancos. ¿No es posible pensar en que el Banco Europeo de Inversiones o el propio Banco Central Europeo se hagan cargo de ello y otorguen plazos mayores para la deuda griega? Esta, por supuesto, es una respuesta política y no financiera y ese fue el criterio dominante al inicio de la crisis en el 2008 . La solución, entonces, está en Bruselas, tal como en su momento la solución se afinó en el G-20.

Pero ahora se vuelve a la ortodoxia, sabiendo que ésta no va a sacar de la recesión . La política ha vuelto a ser dirigida por agencias clasificadoras de riesgo que llegan, incluso, a amenazar con degradar los bonos del Tesoro de los Estados Unidos.

Los dirigentes políticos, especialmente en Europa, deben entender que son ellos y sus políticas quienes deben abordar esta crisis y no los bancos a los cuales se sacó del atolladero donde estaban entrampados . Ahora se dice que el mercado "sigue con preocupación", lo que ocurre.

Digámoslo claramente: el mercado no puede ser el amo cuando hay una crisis de esta magnitud . La política debe cumplir su papel mayor, conjugando todos los elementos involucrados pero, especialmente, mirando un poco lo que ocurre en la calle.

En caso contrario Europa tendrá una grave responsabilidad si deja caer a Grecia porque con ello cae también el euro.

Fue desde una construcción política como se llegó a la moneda única, con una perspectiva histórica .

Eso es lo que hoy debe estar de vuelta. Por ello, el problema – y en consecuencia la solución- está en Bruselas y no en Atenas.