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El populismo nunca es progresista

*Por Víctor Beker. Desde el punto de vista económico, el progreso se asocia con el desarrollo de las fuerzas productivas, la mayor equidad distributiva y la sustentabilidad ambiental.

Es progresista todo programa o plan de gobierno que promueve tal tipo de desarrollo.

El crecimiento de las fuerzas de producción hizo posible el paulatino dominio del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza. La clave ha sido el progreso tecnológico y la acumulación de capital.

Ello ha posibilitado, por ejemplo, que mientras hace 200 años el 90% de la fuerza laboral mundial estaba dedicada a la producción agropecuaria, esto es a la provisión de alimentos y vestimenta a la humanidad, hoy ese porcentaje se ha reducido al 43%, mientras el resto de la fuerza de trabajo puede dedicarse a la producción de otros bienes y servicios , una buena parte de ellos inexistentes hace 50 años atrás.

La base de este proceso ha sido el enorme incremento verificado en la productividad por trabajador ocupado, hecho posible por el avance de la tecnología y el incremento de la densidad de capital por persona ocupada. Por tanto, es progresista aquel programa económico que promueve la acumulación de capital y el avance de la tecnología a la vez que asegura una distribución equitativa de los frutos de la mayor productividad y que la misma no se logre en desmedro del medio ambiente y la salud de la población.

El programa populista no lo es. Se limita al mejoramiento de la distribución de lo existente a expensas de la acumulación. Y se agota más tarde o más temprano cuando se hacen evidentes los estrangulamientos en la oferta de bienes y servicios por la falta de inversiones y la crisis en la infraestructura que no acompaña al crecimiento del consumo. A ello se suma el uso de la inflación como mecanismo de financiamiento fiscal.

La inflación se retroalimenta hasta culminar en muchos casos en hiperinflación, que licúa en días las mejoras logradas en años y retorna a los sectores más vulnerables al punto de partida o incluso a situaciones de ingreso real aún inferiores a ella.

El populismo es la imagen especular del neoliberalismo : mientras éste sacrifica la distribución en aras de la acumulación, el populismo distribuye a costa de la inversión. El neoliberalismo da primacía a la acumulación de capital; el populismo a la acumulación de poder político.

Su inevitable fracaso abre las puertas a la restauración neoliberal y así se reinicia el fatídico ciclo.

Sin embargo, hay países que han logrado superar esta funesta alternancia: Brasil y Uruguay son ejemplos cercanos de políticas económicas progresistas sostenidas en el tiempo.

La mayor virtud del populismo consiste en su habilidad para hacer creer a sus seguidores que sus fracasos son debidos exclusivamente a la conspiración de sus enemigos, disimulando así el papel determinante de sus intrínsecas inconsistencias .

Una alternativa es progresista si permite dar respuesta al problema que está en la base del populismo -la marcada desigualdad en el ingreso- sin sacrificar el crecimiento económico, de modo que la mejora distributiva sea sostenible a largo plazo. Sólo así podrá superarse la antinomia neoliberalismo-populismo en que se ha debatido la mayoría de las economías latinoamericanas del siglo XX.