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El plan de Dios

*Por Ernesto Tenembaum. Nosotros como creyentes, siempre, creemos que Dios considera nuestro proyecto de vida. Somos instrumento de su voluntad divina. En consecuencia, nosotros tenemos que seguir, continuar y ejecutar el plan de Dios.

En este sentido, la protección de la vida desde la concepción en el seno materno es un principio esencial. Por eso nosotros estamos en contra de cualquier política abortista.

Defendemos precisamente la vida desde la concepción en el seno materno. Dios nos permite a través de la vida crecer conjuntamente con una comunidad que inexorablemente organizada en valores humanos esenciales, cristianos centralmente, es lo que nos permite trascender. El sentido de la vida es un sentido de trascendencia. Y el sentido de trascendencia, finalmente, es el camino de Dios.

¿Leyó usted ese párrafo? ¿Entendió cómo son las cosas? ¿Cuál es el plan de Dios, su camino, la vía hacia la trascendencia y, sobre todo, la posición del autor respecto de "cualquier política abortista"?

Imagino –es sólo un imaginar– que el lector de esta revista, o de este sitio de Internet, tiene una moderada o enfática simpatía con el oficialismo. Imagino que si este párrafo lo hubiera pronunciado Mauricio Macri, o Elisa Carrió, o Hugo Biolcati, pondría el grito en el cielo, levantaría el dedo contra ellos como ya lo hizo tantas otras veces y, si además estuviera inspirado, armaría editados donde el fulano terminaría al lado de monseñor Antonio Plaza, o algunas de las delicias tan típicas de todos estos años.

Pues no, esto no sucederá: quien pronunció un párrafo con semejante carga de sabiduría teologal fue uno de los hombres de confianza de la Presidenta de la Nación, el gobernador chaqueño Milton Capitanich. Lo hizo rodeado de imágenes religiosas y subió el video a su sitio personal de YouTube. Capitanich es la segunda máxima autoridad del partido oficialista. La primera es el gobernador bonaerense Daniel Scioli, quien durante la campaña electoral publicó un aviso cuyo título era "Yo creo en Dios", y en la foto se los veía al candidato y a su mujer arrodillados en misa.

Curiosamente, el párrafo de Capitanich casi no tuvo difusión en la docena de medios públicos o privados que hegemonizan la comunicación en la Argentina. Ni periodistas independientes ni periodistas militantes le dieron la más mínima importancia, pese a que fue el pronunciamiento más categórico de un dirigente oficialista acerca del proyecto de legalizar el aborto.

Es una curiosidad de estos tiempos: ¿por qué un Gobierno al que le dio tanto rédito el enfrentamiento con las convicciones más retrógradas de la Iglesia, que no le hizo ninguna reverencia a su autoridad en estos años, que la desafió una y otra vez, ahora se esfuerza en exhibir buenos vínculos con ella, y algunos de sus integrantes sobreactúan sus convicciones preconciliares?

Y no es la única curiosidad.

Esta semana la Presidenta de la Nación decidió reimplantar el control militar sobre la aviación civil, una medida tomada por Juan Carlos Onganía hace cuarenta años, reforzada por la dictadura militar del ’76 y desactivada por Néstor Kirchner. Es una decisión tan difícil de entender que hasta el diputado nacional Ariel Basteiro, el principal defensor de la postura oficial sobre el conflicto aeronáutico en los medios, dijo que no estaba de acuerdo, que esperaba que sólo fuese por un año, como lo especifica el decreto presidencial.

Pero, aun si fuera por un año, ¿alguien escuchó algún argumento inteligente para defender la medida? ¿Qué tienen los militares que no tienen los civiles? ¿Voz de mando? ¿Autoridad? ¿Obediencia debida? Si había funcionado todo tan mal con los militares hasta el 2007, ¿por qué ahora habría de funcionar todo tan bien? ¿No es un retroceso simbólico, una concesión del poder democrático admitir que un civil es ineficiente allí donde un militar puede poner orden? ¿Las Fuerzas Armadas han vuelto a ser las de San Martín? ¿Tenemos militares nacionales y populares que garantizan la liberación?

Realmente, no se entiende.

Y cuanto más lo explican, menos se entiende.

Y cada vez menos.

Por supuesto, ante el brete, los aplaudidores prefieren enojarse con Enrique Piñeyro quien, cansado de denunciar los desmanejos históricos en el sector aeronáutico, ha tenido una serie de intervenciones innecesariamente provocativas. Ahora: el atajo es muy berreta. Piñeyro, en todo caso, es sólo un crítico. No militarizó nada, no convivió con el grupo Marsans durante seis años, no se hizo cargo de su quiebra, no demoniza a los pilotos ni a los gremialistas, no reclama el cese de ninguna personería gremial, no decidió que no salgan los vuelos internacionales el fin de semana pasado, no utilizó argumentos proempresarios.

Y, dicho sea de paso, ¿no sería hora de discutir en serio si la conducción de Aerolíneas está haciendo las cosas bien o si trata a la empresa como el "kiosco de los pibes", según la definición del gremio de pilotos?

Encima, sobre el cierre de este texto, el Gobierno anunció la eliminación de los subsidios, con lo cual uno ya no sabe si alegrarse por la corrección de un error grave o agarrarse la cabeza ante la cantidad de dinero que se les regaló a los ricos en todos estos años, pese a las continuas advertencias de un sector del denostado periodismo profesional.

Como se ve: son tiempos complejos para entenderlos de una.

Bienaventurados los que la tienen clara, como Capitanich.

"El sentido de trascendencia, finalmente, es el camino de Dios. Dios nos permite a través de la vida crecer conjuntamente con una comunidad que inexorablemente organizada en valores humanos esenciales, cristianos centralmente."

Sí, eso dijo el tal Capitanich.

¿No da un poco de risa?