El peligro sirio
Por Sami Nair. El presidente Bashar al Assad prefiere la guerra civil a la retirada del poder, el caos a la libertad de los ciudadanos sirios. Ha decidido desencadenar, tal y como lo hizo Muammar el Gaddafi en Libia, la violencia intertribal e interconfesional frente a las demandas democráticas de los insurgentes.
Siria es un país mayoritariamente de confesión sunnita, pero Al Assad pertenece a la tribu alauita, cuya confesión es una mezcla de sunnismo y chiismo. Los militares alauitas conquistaron el poder en 1970; dirigieron el país con mano de hierro en contra de la gran mayoría sunnita. Nunca hubo elecciones democráticas, tampoco una verdadera integración de las elites sunnitas en el poder ni un reparto equilibrado y equitativo del poder. Los alauitas se apoderaron de los recursos clave del país. A ello se suma que Siria fue el primer Estado árabe en instaurar la "república hereditaria", otorgando el poder en una línea de sucesión dictatorial de padre a hijo dentro del monopartidismo. Los dictadores de Egipto y Libia se inspiraban en este modelo sirio.
Desde el principio, los altos dirigentes militares, representados por la familia Al Assad, se comportaron como los dueños del país. Su excusa para justificar la dictadura es la ocupación israelí del Golán sirio, la larvada contienda con Israel. De hecho, el nacionalismo árabe del partido Baaz sirio es una máscara que oculta el tribalismo dirigente del clan alauita, lo cual –ya en la época del padre y mucho más hoy en día– se ha convertido en una rama mafiosa dedicada a los negocios sucios, al tráfico de influencias, al nepotismo, al clientelismo. La oposición democrática y los grupos religiosos sunnitas han sido ferozmente reprimidos desde hace más de 40 años.
El régimen chantajea a la comunidad internacional bajo pretexto de garantía de estabilidad regional –lo que es verdad–, pero en realidad se trata también de una dictadura tribal, en nombre de una minoría confesional, sobre la mayoría de la población siria. Lo grave es que antes del golpe de Estado del general Al Assad, en 1970, Siria era un país cuyo equilibrio interconfesional estaba preservado. Hoy en día se ha convertido en un Estado tribal. Bashar al Assad intenta el mismo juego que Gaddafi ayer: transformar una revolución democrática, pacífica, en guerra tribal. Está incentivando el odio, el temor y la violencia contra los sunnitas como grupo confesional para desviar el sentido democrático de la revolución.
Eso es precisamente lo que la Liga Árabe no puede aceptar: no quiere volver a vivir el escenario libio. Los dirigentes árabes, en general antidemocráticos, saben que lo que está ocurriendo en Siria también es una amenaza para ellos, porque todas sus naciones tienen más o menos los mismos problemas de homogeneidad tribal y confesional. Y no quieren que la ONU intervenga. Sufren además la presión de Turquía, que amenaza con actuar, pues no pueden dejar, por causa de la importante comunidad kurda en Siria, que el país se hunda en un baño de sangre. Estados tan conservadores como Arabia Saudita o Jordania han condenado la represión y piden el cese de Al Assad. La reunión de la Liga Árabe en Marruecos amenaza con adoptar sanciones económicas en contra del régimen sirio.
El Assad no puede asegurar la transición democrática y tampoco parar la revolución con la represión. Una solución de compromiso con los insurgentes se ha vuelto imposible. Más aún: estos no tienen verdaderamente una representación que pueda hablar en su nombre y la radicalización de la contestación es ahora incontrolable. La única solución para Al Assad es dejar el poder, pero no podrá evitar rendir cuentas. Su partido, el Baaz, está también en la tormenta; ¿y qué va a pasar con el Ejército?, ¿con los servicios de seguridad? Los más optimistas piensan en un golpe de Estado desde el Ejército, como en Egipto. Pero esta solución no podrá satisfacer las reivindicaciones democráticas de los insurgentes. Lo más probable es el inicio de un largo período de inestabilidad que puede extenderse a toda la región –que es el temor de los turcos– y provocar una reconfiguración del Estado nación sirio comparable a lo que vimos en Irak y lo que vemos en Libia. La onda democrática árabe no ha hecho nada más que empezar. Un nuevo mundo se está dibujando ante nuestros ojos.