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El patético caso de los hijos rehenes

*Por Ricardo Roa. Las parejas ya no son eternas. Los divorcios y las separaciones son moneda corriente. Está claro que no queda otro camino, a veces, que ese desgarro. Llevarse mal es el peor clima para continuar juntos.

Lo que no garantiza el divorcio es que las ex parejas se lleven mejor. Sería lo más razonable, sobre todo cuando hay hijos de por medio. Pero es algo bien difícil: la separación suele ser la consecuencia de una acumulación de crisis . Y deja heridas.

A veces, lo más grave empieza después. Hay padres que abandonan lisa y llanamente a sus hijos. Y, menos común, madres que también los dejan y se los endosan a los padres. Esta es la peor de las categorías: la de los borrados.

Más frecuente es que los chicos, que ya tienen bastante con la separación, queden presos de las viejas y nuevas disputas de las parejas. Y sean usados para castigar al otro . Padres impedidos de encontrarse con sus hijos o a la inversa. ¿Hay algo más doloroso que no poder ver a un hijo? Desde hace dos meses, un grupo de hombres, la mayoría, y mujeres camina cada jueves alrededor del Obelisco. Portan fotos de sus chicos y usan sombreros negros y pañuelos blancos, a semejanza del ritual de las Madres. Protestan porque sus ex no les dejan ver a sus hijos, pese a que una ley sanciona con prisión esa conducta (ver Llevan hasta 7 años sin ver a sus hijos y piden justicia).

Hay casos en los que es el juez quien pone esa traba: busca así resguardar a los chicos de agresiones. Pero otros, los más, donde simplemente son rehenes de un conflicto económico. Cuotas por alimentos que no se pagan, que se pagan tarde o que han quedado desactualizadas. Hay quienes pretenden el derecho pleno de ser padres sin cumplir con el deber de mantener a sus hijos.

Y también hay madres que buscan mil y una excusa para considerar siempre exigua la cuota. O impedir una buena relación de los hijos con su ex. Cualquiera de estas cosas deja huella en ellos. Los hijos son los que más pierden cuando el amor que necesitan se convierte en espanto.