El papel más difícil: Rodrigo de la Serna es San Martín
*Por Natalia Moret . El actor interpreta al prócer en "Revolución, el cruce de los Andes", que se estrena mañana. Aquí, habla de su fascinación por el personaje y cómo fue hacer la película.
Después de muchos años de investigación, casi dos meses de rodaje durante el invierno pasado y otros tantos meses de trabajo de posproducción, mañana se estrena "Revolución, el cruce de los Andes", la opera prima de Leandro Ipiña protagonizada por Rodrigo de la Serna en el papel San Martín. Filmada en San Juan y en Buenos Aires, con un despliegue técnico pocas veces visto en el cine nacional, "Revolución..." relata el cruce de la cordillera de los Andes que el prócer llevó adelante junto a su ejército en 1817.
-Antes de la película, ¿San Martín era un personaje que te interesara especialmente?
-La figura de San Martín me atrajo desde chico, pero incluso de chico uno llegaba a intuir que había algo más atrás de esas figuritas de las revistas escolares, ¿no? Uno de los desafíos era resignificar al prócer: pasar de esa figurita escolar a esa otra figura, muchísimo más grande, que es tan valiosa y que tanto significa hoy en el contexto de unión latinoamericana que estamos atravesando. Creo que San Martín fue muy manipulado por la historiografía oficial.
Empezando por Mitre, que hizo un monumento literario alrededor suyo; de un valor notable, pero muy tergiversado. San Martín peleaba por una nación mucho más grande y mucho menos mezquina que la que postula Mitre después.
-¿Y qué sentiste cuando te dijeron que podías llegar a interpretarlo?
-Primero pegué un grito de alegría (se ríe). Después me agarró una gran preocupación, porque prepararse para hacer este personaje iba a ser muy difícil. Así que me puse a estudiar ávidamente sobre el contexto social de la época.
Era un momento que San Martín supo leer mejor que nadie. Vio la coyuntura de gestación de un nuevo Estado sudamericano grande y detectó oportunidades propicias que otros no. Y operó de una manera brillante. Por ejemplo, él pide la gobernación de Cuyo. Pedir Cuyo era como pedir el último municipio de gobernación del mundo, un municipio chico, aparentemente lejos de todo... Pero él lo pide porque sabe que desde ahí puede llegar a Chile, y después a Perú, donde estaba el último baluarte español.
Así que tuve que interiorizarme muchísimo con toda esa coyuntura, social, geopolítica... Y también tuve que prepararme en equitación, en esgrima, practicar el acento español...
-Lo del acento, los primeros minutos de la película resulta un poco chocante, pero es lógico. San Martín vivió casi toda su vida en España.
-Choca porque decís: "San Martín, argentino". Pero en esa época todavía se hablaba así. Por ahí la gente más humilde no, pero muchas familias, sobre todo las más acomodadas, seguían hablando ese español. Y San Martín vivió 30 años en España. Es un dato histórico innegable.
-Hablando de datos históricos innegables, ¿se tomaron alguna licencia para "inventar" algo?
-En el cruce de los Andes hay como seis columnas, lideradas por Soler, O’Higgins, Las Heras, y otros. Van aproximadamente desde el sur de La Rioja hasta el norte de Neuquén. San Martín sale último, para controlar que todo esté en orden, pero llega primero.
-¿Cómo se explica esto?
-Porque toma un atajo. Que San Martín se abre y se separa de las columnas: eso es real. Lo que no sabemos es qué pasó en esos ocho días que él estuvo solo cruzando la montaña. Y en la película está contado. Ahí sí hay algunas libertades, como los tiroteos con los realistas o la tormenta de nieve que hace que se refugien en una cueva en medio de la montaña. Pero, a ciencia cierta, esos ocho días son un misterio.
-¿Sentís que fue un papel más difícil que otros?
-Fue una responsabilidad inmensa por todo lo que representa San Martín. Por lo que la sociedad en su conjunto ve y proyecta en él. Y el contexto actual de integración latinoamericana hace que interpretar a San Martín, hoy, acarree una responsabilidad extra. Así que no sé si más difícil, pero sin dudas fue la responsabilidad más grande que me tocó hasta hoy.
-¿Fue muy duro filmar los exteriores en la montaña, en invierno?
-Fue maravilloso. Era un placer levantarse a las cinco de la mañana, muerto de frío, subir a la montaña y ponerte ese traje... Más allá del Zonda, de la presión, de la altura, de lo seco, del calor al mediodía, del frío a la mañana o a la noche... Más allá de todo eso estábamos felices de estar ahí, orgullosísimos, porque sabíamos que estábamos formando parte de algo muy relevante y espiritualmente muy fuerte para todos.
-A pesar de tener varios problemas de salud, San Martín aparece como un héroe muy fuerte.
-Yo creo que es un tipo que en ese momento estaba fuerte, a pesar de su enfermedad. Es que tiene que estar fuerte. Tiene en su espalda una responsabilidad gigantesca. Sabía que si cometía un error o daba un paso en falso no sólo el cruce de los Andes se venía abajo, ¡toda la corriente libertadora se venía abajo! Tal vez por eso estaba un poco irascible... (se ríe) Sí, eso está en la película, muestra un costado más "humano" del prócer.
Pensá que tenía problemas biliares, úlceras, de todo... Creo que toda esa ira contenida por algún lado explotó. En un momento, a quince días de cruzar, sus oficiales le preguntan: "¿Por dónde cruzaremos?". Y él responde: "Si mi almohada lo supiera, ya la habría fusilado".
Imaginate, ese gran secreto, toda esa responsabilidad contenida en un solo hombre... Por eso me parece que él, fuera como fuese, tenía que mostrarse fuerte ante sus subalternos. En la locura de la guerra, claro, que es un absurdo; eso también está. Y la fragilidad de él también, o por lo menos eso intentamos. Mostrar que era un ser humano que sufría bastante. Por todos sus problemas de salud. Y por la soledad infinita que lo aquejaba. (Piensa) Bueno... Qué bueno igual que se lo vea con carácter (se ríe).
-Sí, se lo ve... con determinación. Que es lo que había que tener.
-Y sí, si no... No creo que estuviésemos acá hablando de él. Y un dato de color: San Martín termina liberando Perú; ése era su objetivo último. El virrey contra el que iba se llamaba José de la Serna. Es gracioso, ¿no? ¡Viste cómo aparece ese apellido! José de la Serna era un militar que vino al final al Alto Perú y que termina siendo el último virrey. Cosa que me enorgullece ahora... ¡Estar del otro lado! (Se ríe) Después el Che vino a reivindicar un poco ese apellido, igual. Por suerte.