El país de los senderos que se bifurcan
Por Claudio Fantini* El vicio y la virtud son las respectivas desembocaduras de los senderos que se abren en diagonal ante la Presidenta.
"La ambición es un vicio, pero puede ser madre de la virtud", escribió Quintiliano. Quizá un juego de palabras que el gran maestro de retórica en la antigua Roma usó en sus lecciones de oratoria. Pero también una verdad evidente.
La ambición es uno de los motores de la política, porque mueve a la clase dirigente. Se trata de un vicio cuando el político sólo se moviliza en pos de saciar su ego y sed de poder. Pasa a ser una virtud cuando lo ambicionado es un lugar en la historia a través de la conquista del bien común.
Nadie llega a la cumbre del liderazgo sin ambición, pero pocos pasan al bronce de la historia sin convertirla en virtud.
El vicio y la virtud son las respectivas desembocaduras de los senderos que se abren en diagonal ante la Presidenta. Su segundo mandato podría ser virtuoso, una gestión sin sombras o, mejor dicho, una gestión que se desprende de las sombras que empañaron sus evidentes claridades.
Hay señales de que ésa podría ser la opción de Cristina. Jamás lo admitirán las usinas oficialistas (hasta suena sacrílego y merecedor de oscuras maldiciones), pero está a la vista que tras la muerte de Néstor Kirchner surgió un gobierno mejor y un liderazgo más nítido, eficaz y cautivante de la Presidenta.
Desde entonces hasta la elección, se debilitaron los vínculos opacos y cimentados en dinero y ventajas políticas, como el que ligó al Gobierno con el turbio jerarca sindical Hugo Moyano. Se atenuó también la impresión de negociados y cartelización en la obra pública. Empezaron a escasear los vistos buenos de Olivos a los acuerdos oscuros y multimillonarios.
Tal vez a eso se refirió Sergio Schoklender al repetir como disco rayado que los problemas de financiación de obras comenzaron cuando murió Kirchner; ergo, según el ex apoderado de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, con Néstor estaban mejor que con Cristina.
En síntesis, se acumularon señales de acotamiento de la corrupción. Por eso el segundo mandato puede des-corromper muchas relaciones que se perciben corrompidas. Y no sólo eso. Es posible que la etapa de "Cristina por sí misma" también ponga fin al clientelismo en la ayuda social, para que las políticas asistencialistas dejen de servir como cantera de votos cautivos, como sirvieron al PRI durante largas décadas de hegemonía en las urnas mejicanas, para convertirse en lo que deben ser: instrumentos de movilidad y autosuficiencia social.
De elegir la Presidenta el camino virtuoso que le ofrece la bifurcación, en materia económica el acento pasará del crecimiento para el consumismo al crecimiento para el desarrollo. Y, por cierto, se mantendrán las buenas políticas que venían de la gestión culminante. Por caso, la positivísima inversión en las universidades públicas, en los salarios docentes y en la investigación científica y tecnológica. Algo que la oposición cometió la falta ética y el error político de no reconocer, apoyar y comprometerse a continuar.
La otra senda. Hubo otra buena señal muy significativa: la instancia máxima del liderazgo dejó de lado la descalificación y estigmatización de opositores y críticos. Sin embargo, Aníbal Fernández siguió insultando, mientras que el aparato propagandístico se mantuvo intacto, en su rol de linchador mediático de la imagen pública de quienes se oponen o cuestionan. Ergo, sigue actuando como instrumento de censura por amedrentamiento y de imposición de una mirada unívoca sobre pasado y presente.
Se trata de la señal preocupante entre señales alentadoras. Los custodios del relato dirán que lo hacen para proteger al "proyecto transformador" de sus abominables enemigos, pero si callan las denuncias contra la corrupción que debieran hacer, arremetiendo con saña contra quienes no las callan, lo que están protegiendo es la corrupción.
Ésa es la verdadera utilidad del relato. Si cuestionaran lo cuestionable, no debilitarían al modelo sino que, por el contrario, lo harían mejor.
En el país de los senderos que se bifurcan, la Presidenta puede seguir avanzando con la eficacia y lucidez demostrada en la antesala de la reelección, por el camino que "des-corrompe" y crea diálogo respetuoso donde antes hubo agresiva confrontación. Pero puede también, embriagada por un océano de votos, construir hegemonía totalizante con el instrumento sectario que creó su marido y ella aún sostiene.
Si finalmente escoge esa senda, se hará realidad el peor temor que describió el periodista de La Nación Carlos Reymundo Roberts: un poder que termina de colonizar "el Congreso, la Justicia, los órganos de control, la producción, los artistas, los intelectuales, los deportistas y la prensa".
El que viene será, entonces, un país donde de un lado está el gobierno y del otro lado no hay nadie, porque quien aún "está en la vereda de enfrente, en cualquier momento, muerto de frío, se cruza" a la vereda del sol.
La senda donde la ambición alumbra virtud desemboca en un brillante último mandato. La otra lleva a lo que el irónico Roberts describe como una realidad en la que "sos kirchnerista o no existís". O sea, uno de esos regímenes "donde el poder es cobijo y donde no hay cobijo si enfrentás al poder".