El orador mentiroso
Por Raúl Acosta* Los cuentos, más allá que deben narrarse de un modo especial, tienen un condimento que los magnifica. El sitio. Fuera de lugar pueden ocasionar guerras y/o disgustos.
Los cuentos, más allá que deben narrarse de un modo especial, tienen un condimento que los magnifica. El sitio. Fuera de lugar pueden ocasionar guerras y/o disgustos. Otros se vuelven sosos, levemente edulcorados. Distintos.
En los años del camino de ida, en la segunda mitad de la década del 50, el colegio estatal brindaba los clubes estudiantiles (con dirigencia, propuestas y voto secreto), el mismísimo latín como materia obligatoria y, entre otras extensiones, el teatro como materia optativa.
En el teatro admirar a los profesores es un rito. Qué traspaso puede aparecer en la desconfianza. Ninguno.
El profesor de teatro contaba, bien que dramatizándolo, para que lo repitiésemos, un cuento que se entiende, aún hoy, si se considera que el protagonista era un miembro activo del PC, Partido Comunista. Siempre ha sido inmensa la imaginación del PC. Aún hoy el sueño de la dictadura del proletariado aparece apenas se rasca la primera cáscara. Excepto en funcionarios bancarios, del instituto, de la embajada y/o del gobierno. Y dos tres periodistas de la plantilla permanente. Ellos no sueñan. Cobran.
El profesor contaba del orador vehemente que iba de pueblo en pueblo, citado por los camaradas, para una arenga previa a las elecciones. Ahora que lo pienso, siempre me resulto entrañable la imagen de Marcelo Mastroianni, representando al militante en serio, en esa fenomenal tesis de partido que fue "Los Compañeros". Monicelli más Age y Scarpelli, obvio. Aun me emociona la escena del sángüiche familiar.
El orador era advertido por el amigo, su compañero de ruta. Te pondré un hilito en las partes pudendas (che, es un cuento, entiéndalo). Si advierto que exagerás mucho, si advierto que la mentira es muy grande, tiro del hilito que tengo atado aquí, a mi dedo índice, y corregís la mentira. El sentido del discurso es el correcto, aseguró el camarada del hilito de la censura. Andá y decí el discurso de nuestra propuesta.
En el pueblo, subido a la tarima, ante la veintena de escuchas el orador empezó: ..."venimos del pueblo cercano, allí más de 10.000 camaradas...". Ay. Dolor. "En realidad 7.500... ". El hilo director, censor, digamos, racional, disminuyó la cifra. El orador comenzó otra vez, la tercera, proponiendo 5.000 asistentes cuando, según el desarrollo del cuento, llegaron las patotas nacionalistas y comenzó la pelea, olvidándose, todos, del orador en el palco. Trompada va, trompada viene, el acto se malogró (cuando eran las trompadas la mayor violencia física. Un cachetazo real por las ideas) Después de la batahola renació la calma y el orador, doblado en dos por el dolor, decía: "Nadie, no había nadie"...
Cuando el amigo se acercó para enderezarlo el orador reclamó: "...HdeP...no podés ser tan necio: vos y yo estábamos..."
La pelea del militante, con el índice y el hilo anudado, terminó siendo alegoría del más formidable censor, actuando sobre el físico del orador. Dominándolo desde sus partes pudendas, que disminuían los presentes hasta eliminarlos, porque la censura tiene esas cosas, cambia definitivamente la realidad.
Múltiples enseñanzas. La primera la actuación. Se debía actuar el cuento. El narrador, el orador, la tercera persona. El texto. Una sumatoria que ayuda a desinhibir a los jóvenes actores. Y la militancia, que debía entender la participación política. Y el PC, además. La alegoría del hilito a las partes pudendas es tan clara en su dirección que no conviene mencionarla. Para qué.
Cada tanto aquellos fogones de muchachos queriendo ser actores (se preparaba "Nuestro pueblo", una obra de Thornton Wilder y las "Historias para ser contadas", de Dragún) aparecen en la memoria.
Toda vez que alguien niega su estadía en un lugar recuerdo el cuento: ..."HdeP, vos y yo estábamos..."
Retorcido por el dolor el aprendiz de orador había llegado a la máxima mentira: no había nadie. Pero en la interna de la política sostenía lo inclaudicable. Los dos habían estado.
Hay múltiples disparadores de la recriminación del orador torcido de dolor. Las peleas de periodistas buscando todos, de diferentes modos, lo mismo: un lugar bajo el sol.
Las diferencias de militantes, que niegan el ayer demasiado pronto.
La memoria que se anula y se niega la foto, la firma, la cicatriz.
El político argentino debe trabajar su culpa, porque todos han estado en lugares donde nunca deberían y allí, como sopapo destemplado la cicatriz, la firma, la foto. Tantos años de periodismo acercan la frase: vos y yo estábamos. Duerme conmigo en estos días.
Sin embargo aparece, en nuestro firmamento de la narrativa de alambique y el relato político sin asidero, una variante tan disparatada que resulta difícil encuadrarla.
Los que cuentan su estadía en el infierno que no padecieron, en la pobreza que no sufrieron, en el cautiverio o el destierro que no conocieron. En la censura y el atraso que jamás los enlistó. En la tortura y la picana que no los señaló. Pertenecen al cuento del orador.
Es tan rara Argentina que a Raúl Alfonsín no lo votó nadie, después todos. Mañana no se sabe. A Menem seguro, con total certeza; nadie lo votó e hizo todo mal. Cafiero no fue el de la "Cafieradora" y los que acompañan a Alfonsín (hijo) no son los de la Coordinadora. Nadie estuvo con De la Rúa. Chacho Álvarez no fue un traidor, como Cobos. Fue una mentira de los medios la mera Isabelita. La reelección indefinida es mala si la hacen ellos y buena si la hace MI marido. EL. Quiero diputados fieles a mi, no a la constitución, las leyes, el pueblo que les otorga mandato. Hay un modelo exitoso. Se hizo a un costo: la vida de NK. Su infarto es heroico. Cámpora es bueno. Creemos en la revolución del hijo de Hebe. Sostenemos que CFK es lo mejor que podría habernos pasado. Hoy, mañana y siempre. Viva el piquete.
Los K vienen del pueblo anterior, de un acto con 10.000 militantes. Ellos y las distintas oposiciones están armando sus listados. Candidatos y fórmulas son lo urgente. Ante tanto candidato y fórmula y sueños de diputaciones nacionales oferto un texto para los juramentos de práctica.
"Yo, Galileo Galilei, hijo del difunto Vincenzo Galilei, de Florencia, de setenta años de edad, siendo citado personalmente a juicio y arrodillado ante vosotros, los eminentes y reverendos cardenales, inquisidores generales de la República universal cristiana contra la depravación herética, teniendo ante mí los Sagrados Evangelios, que toco con mis propias manos/... /Por haber recibido orden de este Santo Oficio de abandonar para siempre la opinión falsa que sostiene que el Sol es el centro e inmóvil/.../ y que la Tierra no es el centro y es móvil/.../ yo, el antes nombrado Galileo Galilei, he abjurado, prometido y me he ligado a lo antes dicho; y en testimonio de ello, con mi propia mano he suscrito este presente escrito de mi abjuración, que he recitado palabra por palabra. En Roma, en el convento de la Minera, 22 de junio de 1633; yo, Galileo Galilei, he abjurado conforme se ha dicho antes con mi propia mano". Ni se necesita la memoria. Puede leerse, papel en mano, como hizo Galileo, autor del primer cuento.