El muñeco maldito
Durante décadas mantuvo atónito al mundo por su prodigioso "cerebro" y misteriosos movimientos.
Digno de una obra de Narciso Ibáñez Menta, "El Turco" (tal su denominación por el turbante y atuendo que lucía) fue un aparente autómata mecánico que jugaba al ajedrez con magistral destreza que asombró a más de un notable. Era tal la intriga que despertaba su funcionamiento, que algunos llegaron a pensar que estaba implicado un espíritu maligno.
Llevó décadas intentar descubrir el secreto que escondía este legendario muñeco que imitaba la figura y los movimientos humanos con la particularidad de poder mover piezas jugando al ajedrez.
El hombre mecánico fue construido en 1769 por el inventor húngaro Wolfgang von Kempelen (1734-1804). La circunstancial "musa inspiradora" de este gran creativo fue la Emperatriz María Teresa de Austria (1717-1780). En dicho año fue requerido por la dama para que asistiera al Palacio Schönbrunn donde haría su presentación el ilusionista francés François Pelletier. La intención era que Kempelen acompañara a la emperatriz durante la función para que luego le explicara como realizaba los trucos el ilusionista. Al concluir el show, Kempelen le dijo que era capaz de construir un dispositivo mucho más sorprendente que cualquier cosa que ella haya visto. Seis meses después "El Turco" era una realidad y hacía su debut.
El gran invento consistió en un gabinete de madera montado sobre ruedas, cuyas medidas aproximadas eran 122 cm de largo por 76 cm de alto y 61 cm de profundidad. Detrás se veía sentado al "jugador de ajedrez", un maniquí tallado en madera y del tamaño natural de un hombre, cuya vestimenta y turbante enriquecían su mirada profunda y largos bigotes que imponían respeto a los lentos movimientos de su mano izquierda sobre el tablero de ajedrez que tenía frente a él.
Antes de cada partida y para demostrar la soledad del muñeco pensante, se abrían las tres puertas frontales y los dos cajones de la parte inferior que tenía el gabinete. Los espectadores podían ver una especie de complejo mecanismo de relojería formado por aceitados engranajes y poleas que, supuestamente, eran los encargados de darle vida al autómata.
borradaLa primera persona que jugó una partida de ajedrez contra "El Turco" fue el conde Ludwig von Cobenzl (1753-1809), un cortesano del palacio en Austria. El mismo día y al igual que el conde, fueron vencidos otros oponentes antes de los 30 minutos de iniciado el juego.
"El Turco" también tenía la capacidad de comunicarse con los espectadores a través de un tablero con letras, e incluso en varios idiomas. O sea, sólo le faltaba hablar.
Rumbo a la fama
El éxito obtenido indujo a Kempelen y su inseparable amigo a emprender giras por diferentes países dejando boquiabierta a multitudes que disfrutaban de los triunfos del gran ajedrecista de madera. A cada lugar que iba avergonzaba con sus triunfos a rivales de gran categoría.
Durante el siglo XVIII y XIX, el sabio ajedrecista fue centro de atracción en Europa y EE.UU., incluso llegando a vencer en partidas de ajedrez a Benjamín Franklin y a Napoleón, entre otros.
Al morir Kempelen, "El Turco" tuvo un largo peregrinaje. El comprador inmediato fue Johann Maelzel (1772-1838), inventor alemán conocido por fabricar y patentar el metrónomo en 1815. Le pagó al hijo de Kempelen la mitad de la suma que había ofrecido años antes a su padre.
La audacia y ambición de Maelzel volvieron a poner al falso autómata en la palestra. Reanudó los tours por Europa hasta que, en 1811, se lo vendió al príncipe Eugène de Beauharnais , quien estaba sumamente intrigado sobre el funcionamiento del famoso ajedrecista. Cuatro años después, Maelzel lo recuperaba pagando la misma suma y retomando las exhibiciones.
El éxito era tan abrumador que el pícaro Maelzel decidió incorporar cambios en las partidas para que sean aún más atractivas. En Reino Unido, por ejemplo, se jactó de hacer jugar al turco con una pieza menos y permitir al oponente hacer la primera movida. Aún así, obtuvo 45 triunfos, sólo 3 derrotas y tablas en 2 oportunidades [Levitt, Gerald M., The Turk, Chess Automaton. Jefferson, N.C.: McFarland, 2000].
Con algunos altibajos, hasta 1838 continuaron las presentaciones por diferentes ciudades de Estados Unidos, Canadá y Cuba. Maelzel muere ese año y el Turco queda en manos de su amigo John Ohl, quien fracasó en su primer intento por subastarlo.
Finalmente lo adquirió el Dr. John Kearsley Mitchell (1798-1858), médico personal de Edgar Alan Poe (1809-1849), famoso escritor con quien compartía una gran obsesión por el misterioso ajedrecista.
El Dr. Mitchell fue su último dueño y terminó donándolo a un museo de Filadelfia (EE.UU.) que se incendió el 5 de julio de 1854. Las llamas alcanzaron al maravilloso Turco que yacía arrumbado con pena y mucha gloria.
Sospechas e incertidumbre
A Kempelen se lo reconocía como un ingenioso inventor y un caballero que "nunca pretendía que el autómata jugaba realmente por sí mismo al ajedrez. Por el contrario, él claramente declaraba, «que la máquina era una bagatella, que si bien no dejaba de tener mérito su mecanismo, los efectos que parecían tan maravillosos sólo lo eran por la audacia de la concepción, y la elección afortunada de los métodos adoptados para promover la ilusión.»" [Sir David Brewster, Letters on natural magic addressed to Sir Walter Scott. Harper & Brothers Publishers, 1870].
Aún así, desde la aparición del legendario Turco se generaron dudas acerca de su real funcionamiento. Téngase en cuenta que ya se habían inventado y expuesto notables maravillas mecánicas que no hacían impensable la posibilidad de un autómata con las características del invento de Kempelen.
Quien haya indagado en los extraordinarios inventos mecánicos de Herón de Alejandría, los proyectos de las artificiosas máquinas de Agostino Ramelli, los mecanismos "perpetuos" de Isaac de Caus, o los primeros autómatas (El Flautista, El Tamborilero y El Pato que comía y hacía caca) de Jacques Vaucanson, bien podía mantenerse optimista sobre este nuevo aporte. Pero no, "El Turco" era demasiado perfecto y era lo más parecido a un ser humano que se había creado hasta el momento.
Pues bien, las sospechas no eran infundadas y comenzaron las especulaciones sobre qué se escondía detrás de ese jugador de ajedrez. Pero no era tan simple, y por tal motivo no en vano prevalecieron más las dudas que las certezas.
La hipótesis del enano ganaba adeptos
Fue una de las tantas posibilidades que se barajó. Quizás el primero en ponerla sobre el tapete fue Henri Decremps (1746-1826), un jurista y matemático francés que tenía por hobby exponer a los charlatanes y los trucos de algunos magos de la época [Decremps, Henry. La magie blanche dévoilée, ou explication des Tours surprenans qui sont depuis peu l'admiration de la capitale & de la province. París, Cailleau Imprimeur-Libraire, 1783]. Dos años después de esta publicación, se insistía con esta idea y se publicaba un panfleto en París donde se detallaba la ubicación de "un jugador de ajedrez enano, cuyas piernas y muslos están ocultos en dos cilindros huecos, mientras que el resto de su cuerpo estaba fuera de la caja, y encubierto por la vestimenta de la figura."
Por su parte Joseph Friedrich Freiherr zu Racknitz afirmó que había construido una réplica del Turco con el objeto de desentrañar sus secretos. Publicó sus hallazgos en 1789 en un libro titulado: Über den Schachspieler des Herrn von Kempelen und dessen Nachbildung. Si bien esbozaba una explicación convincente sobre como funcionaría mecánicamente, no pudo determinar la forma en que el operador debía ocultarse para realizar su tarea, salvo que fuera un enano.
Transcurrieron décadas, pero para algunos el enano seguía con las fichas puestas: "...El mismo artista alemán que inventó el famoso jugador de ajedrez con el que recorrió a fines del siglo pasado casi toda Europa, y cuyo principal móvil era un enano diestro jugador, escondido artificiosamente en el interior del autómata..." [Anónimo. Noticias curiosas sobre el espectáculo de Mr. Robertson, los juegos de los indios, las máquinas parlantes, la fantasmagoría y otras brugerías [sic] de esta naturaleza, por un aficionado a la magia blanca. Imprenta del Censor, Madrid, 1821. p.33]
Pero también estaban aquellos que se jugaban por un niño pequeño o un amputado. Hasta el mismísimo Robert-Houdin (1805-1871) suscribió esta última hipótesis sosteniendo que un oficial polaco, de nombre Worousky, era el operador del prodigio [Robert-Houdin, J. E. Confidences d'un prestidigitateur. París, Librairie Nouvelle, 1859]. Todos parcialmente equivocados hasta que otros se acercaron a la verdad.
Avezados ajedrecistas
No hubo niños, enanos ni amputados. Sí existieron verdaderos ajedrecistas que operaron la gran ilusión de Kampelen durante décadas. Al menos 15 maestros de ajedrez participaron de este engaño, entre ellos: Jacques Francois Mouret (1780-1837), William Lewis (1787-1870), William Schlumberger (1800-1838), Hyacinthe Henri Boucort (1765-1840), Aaron Alexandre (1765/68-1850), Peter Unger Williams, W. J. Hunneman, Johann Baptist Allgaier (1763-1823) y William F. Kummer.
Se escribieron decenas de libros y artículos tratando de descifrar y reproducir los detalles del mecanismo, pero nadie pudo lograrlo con exactitud puesto que el fuego se llevó al Turco con su secreto.
Lo más parecido a lo que se supone fue esa maravilla, es la obra del fabricante de ilusiones John Gaughan, de California (EE.UU.). Invirtió US$120.000 para construir una réplica del Turco que hoy podemos disfrutar.
Fuente de inspiración
Si bien el Turco fue una atractiva y maravillosa ilusión y no un auténtico autómata, posteriormente sí hubo intentos reales de crear jugadores autómatas, como "El Ajedrecista" construido en 1912 por el ingeniero y matemático español Leonardo Torres Quevedo (1852-1936). Luego, en 1922, su hijo Gonzalo (bajo la dirección de su padre) construyó un mecanismo mejorado que fue presentado en el Congreso de Cibernética de París en 1951.
Y lo más importante como final de esta curiosidad ilusoria que generó imitaciones como los pseudo-autómatas Ajeeb y Mephisto, es que a Charles Babbage (1791-1871), quien fue vencido por el Turco en 1820, su enfrentamiento le sirvió como fuente de inspiración para concebir la idea de lo que hoy llamamos una computadora.