El método presidencial
Los empresarios no son los únicos que, como lamentó hace más de veinte años el entonces ministro de Economía, el radical Juan Carlos Pugliese, contestan con el bolsillo a quienes les hablan con el corazón.
Aunque procuran disimularlo, sindicalistas, políticos y muchos otros tampoco suelen dejarse conmover por la presunta sinceridad ajena cuando sus propios intereses están en juego.
Sorprendería, pues, que tuviera el efecto buscado el intento de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de poner fin a las luchas gremiales que a menudo paralizan la empresa estatizada Aerolíneas Argentinas recordándoles, entre otras cosas, que "a mí se me murió el compañero de toda la vida" pero así y todo "salí a trabajar todos los días" aunque "muchas veces no me da el cuerpo". Puede que la emotividad que a menudo caracteriza los discursos de la presidenta y sus alusiones frecuentes a su drama personal contribuyeran a su reciente triunfo electoral, pero es poco probable que la ayuden a solucionar problemas puntuales como los que tantos estragos están provocando a Aerolíneas.
Al fin y al cabo, los representados por los sindicalistas "cínicos" cuya conducta ha enojado tanto a Cristina pueden decirle que ellos también saben de tragedias familiares y que, para más señas, tienen que enfrentarlas con recursos que son llamativamente inferiores a los de la presidenta. Por cierto, si sólo fuera cuestión de quiénes han sufrido más, los empleados de la alicaída aerolínea de bandera nacional –lo mismo que millones de afiliados sindicales, para no hablar de los trabajadores que dependen de la economía negra– podrían contestarle a la presidenta con una lista igualmente impresionante de desgracias personales.
Que Cristina se haya sentido dolorida por el desastre que se ha visto protagonizado por Aerolíneas a partir de su "recuperación" por el Estado puede comprenderse. Como señaló al reabrir, el jueves pasado, un hangar recién refaccionado en Aeroparque, al hombre a cargo de la empresa y por lo tanto el responsable principal de su estado actual, Mariano Recalde, "no lo puso el Espíritu Santo; lo puso esta presidenta que gobierna por mandato popular", motivo por el que toma las críticas que han llovido sobre la cabeza del joven militante de La Cámpora por ataques contra su propia persona.
Asimismo, le disgusta sumamente la idea de que en algún momento pueda llegar al poder alguien que "piense que el Estado es muy mal gestionador" y que por tal motivo promueva la reprivatización de Aerolíneas. Según parece, considera que fue muy positiva la campaña de los sindicalistas para ahuyentar a los dueños anteriores de la compañía por tratarse de empresarios españoles, afirmando que "con Marsans se entendía" pero que no es positivo en absoluto "hacer lo mismo ahora con un gobierno votado de manera democrática que recuperó la línea de bandera".
Puesto que todo hace prever que en los meses próximos se multipliquen los conflictos laborales ya que el poder adquisitivo de los salarios está reduciéndose al subir el costo de vida, a Cristina no le faltarán oportunidades para hablarles a los sindicalistas "con el corazón", pero acaso le convendría más tratar de conseguir su colaboración subrayando la gravedad de los problemas económicos, atribuyéndolos a la crisis que está agitando a los países desarrollados, para advertirles que a menos que actúen con moderación todos sufrirían las consecuencias. No le sería fácil, ya que hasta ahora se ha dedicado a dar a entender que, gracias al "modelo", la Argentina será inmune a los males económicos que tanta angustia están causando en otras latitudes, pero sería con toda seguridad más eficaz que seguir tratando todo cuanto ocurra como episodios de su "relato" particular.
En política, las emociones importan mucho, de esto no cabe duda, pero movilizarlas a favor de una estrategia socioeconómica determinada no suele ser tan sencillo como parece suponer, sobre todo en una etapa como la que está iniciándose en que ser informado de que muchas veces a la presidenta no le da el cuerpo sólo servirá para brindar una impresión de debilidad, cuando lo que más se necesita en las circunstancias actuales es que dé una de fortaleza anímica y confianza plena en su propia capacidad para superar las dificultades que le esperan al país.