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El maltrato a los mayores, vía mail

*Por Sergio Danishewsky. Mi papá me recibe en su casa y casi no me da tiempo a saludarlo. Me ataca con un par de fotocopias y me aprieta el antebrazo, en una especie de conminación a que las lea.

Veo entonces un intercambio de mails a tres puntas en el que figuran horarios de vuelo, cotizaciones, tasas e impuestos incluidos.

Hasta que entiendo su urgencia. En uno de los correos, y a pedido del cliente, mi papá, el agente de viajes le consulta algo al operador mayorista y añade al final: es un viejo boludo .

No habrá sido la primera vez ni será la última, en estos tiempos de Internet y de vértigo que suelen ser casi lo mismo, que el diablo mete la cola . Alguien recibe una consulta, reenvía ese email con un comentario (es un viejo boludo) y retransmite la respuesta olvidando quitar el comentario pretendidamente ingenioso.

El asunto es que a mi papá, que dedicó los 76 años de su vida a ser buena gente y dedicó incluso algún tiempo, con suerte diversa, a entender las nuevas tecnologías, hay que convencerlo ahora de que no tome en serio el insulto. Y de que no valen la pena el enojo, la indignación ni las breves lágrimas que intenta disimular ante su hijo.
¿Qué nos pasa? ¿Qué sensación de invencibilidad nos impulsa a burlarnos del otro siendo el otro un cliente habitual, una persona mayor, un semejante? No es la picardía -o su ausencia- lo que inquieta, sino el prejuicio.

No es la manera que elige para comunicarlo -por mail-, sino el desprecio por el mayor . Como si hubiera una batalla entre piolas y zonzos, entre los cómplices y los que se quedan afuera, entre jóvenes y viejos, que se supone ganan siempre los primeros. Los estudiosos del viejismo , esa tendencia a considerar absurdamente la edad como un impedimento, encontrarán aquí un ejemplo contundente.

Por escéptico, imagino al muchacho encogiéndose de hombros al escuchar, en la voz un tanto entrecortada de mi papá, que acaba de perder un cliente. Y levemente más inquieto cuando un amigo del viejo, de esos que todavía quedan, se solidariza y le anuncia lo mismo. Eso por escéptico. Por iluso, porque de mi viejo aprendí lo que es el error y la tolerancia, imagino al empleado maldiciendo su ocurrencia y su impericia. Y pidiendo disculpas.