El maltrato a los ancianos
En la edición de ayer, El Ancasti publicó la carta de una lectora indignada por el trato que con frecuencia reciben los abuelos de parte de la sociedad.
Maltrato, propiamente, pues alude a la injusticia y a la falta de ética y la indiferencia ante el incumplimiento de leyes -no sólo la Constitución- producidas para garantizar el más alto nivel de bienestar posible para unos miembros de la comunidad que es ya poco lo que pueden hacer por sí mismos.
En verdad, tal vez sean los ancianos el sector sobre el que menos se habla cuando se alude a los más necesitados del socorro estatal y particular. Las menciones a ellos son por lo general breves y como pinceladas que no pudiesen faltar en el cuadro total de la carencia humana. Podría pensarse que ello se debiera a que los viejos ya no son inversión que pudiese erogar lucro presente o futuro. Las acciones dirigidas a ellos comportan mera generosidad que el sistema deshumanizado en que se vive poco aprecia.
La literatura no le ha dedicado parecida atención a la demostrada en el caso de otros grupos marginados.
Y las ondas del mundo están lejos de otorgarle a los ancianos otras significación que la de espejos odiosos de lo que aguarde a los "beneficiados" con una larga vida. Y esa decadencia implica deber de solidaridad, superación del egoísmo, tolerancia, virtudes todas que agonizan en estos tiempos en que más que nunca se idolatra la juventud y sus atributos de belleza, energía y poder.
Le imaginación colectiva parece agotar su capacidad de representación de los congéneres de la tercera edad en la figura de los jubilados, último estatus social de los viejos. Como si se creyese que las personas sólo pudiesen reconocerse en relación con sus bienes materiales. Como si estos incluidos en los listados menos interesantes -los de las oficinas previsionales- no tuvieran ya otra peripecia que la del cobro mensual de sus retribuciones.
Pero la carta publicada ayer no se va en especulaciones sobre la ancianidad y sobre la injusticia de que es objeto. Apunta a la urgencia de que se reaccione, y se interrumpa definitivamente la desconsideración con respecto a los viejos. No se reduce a responsabilizar a los gobiernos, pues no ignora que se trata de un asunto -la justicia- que es deber, según afirma, de todos los integrantes de la sociedad.
En esta línea de realismo, no hace referencia al hecho de que los principales agravios los reciben dentro de su propia familia -ayer se difundió también un informe sobre tan cruda realidad- y concentra su atención en los geriátricos, esos establecimientos consagrados a la internación y atención integral de los ancianos. Sin especificar las falencias, la carta da a entender que la atención en tales centros no es la mejor, pese a que sería fácil hacer que sean óptimos, pues -así dice- "sólo son cinco o seis" que en conjunto albergan a unos 300 ó 400 abuelos y que funcionan bajo la responsabilidad de OSEP y PAMI, organismos que deben supervisados tomando "la bandera de los abuelos" y no limitándose "a salir un día de recorrida". "Es inexplicable" -dice además-, e inaceptable la falta de gestión y compromiso en este tema".
Según la carta de una lectora, las supervisiones que deben hacer el PAMI y la OSEP en los geriátricos de la ciudad son deficientes.