El mal menor
*Por Raúl Acosta. Otra vez apareció, en Argentina, la aplicación de una peligrosa resolución de los conflictos. Aceptemos el mal menor. Las organizaciones de DD.HH. tienen una función. Fuera de la misma están invalidadas, son disfuncionales.
Otra vez apareció, en Argentina, la aplicación de una peligrosa resolución de los conflictos. Aceptemos el mal menor.
Las organizaciones de DD.HH. tienen una función. Fuera de la misma están invalidadas, son disfuncionales.
Cómo pedir templanza, juicio calmo a quienes tienen el mismo y más alto objetivo. Recuperar datos de un hijo secuestrado, torturado y asesinado. El interés es tan especial que es difícil subordinar a las razones de un todo que, por lo demás, busca lo mismo. Averigüemos, recuperemos, enjuiciemos.
Distinta es la cuestión si se encaran tareas no enunciadas en el origen, si se resuelve una actividad por fuera del destino. Schoklender, Bonafini, De Vido y Kirchner comparten un ejemplo. Metieron la pata. Cambiaron el destino de las Madres. Se equivocaron.
A esto, que resultó desacertado, interesadamente equívoco, las distintas organizaciones y los diferentes estratos del gobierno avalan, disculpan, perdonan. No juzgan un yerro que Madres se dedicase a construir barrios. Tampoco una falla que las incitasen y avalasen. Enjuician, en cambio, a quienes las denuncian por chapuceras, inoperantes, acaso inescrupulosas, tal vez complicadas con chorros y parricidas. Con toda seguridad ignorantes de la empresa que acometieron. El prejuicio proporciona condicionantes. Quien acusa es un gorila antimodelo. El que avala viene en un corcel blanco, nunca se equivoca. Así ha sido con la repartija de subsidios, con la resolución ante el FMI. Ha sido así con todo el gobierno K. Su justificación extrema es la doctrina en uso: el mal menor.
La doctrina del mal menor aparece, cada día, en el horizonte; llegan y plantan la bandera. Bueno, que querés, por lo menos hicieron algo.
El fin de semana Oscar "Cacho" F. se enfervorizaba. Ex juez, hombre de alta calificación intelectual, decía: "Soy de la Cámpora Senior, esto es lo mejor, a mi vejez otra vez la militancia...". Mario Ch, hombre frisando los 50 años confesaba: "Esto es lo más cercano a lo que soñé". Silvio V, vendedor de pólizas, con sus 75 años de escondida revolución menchevique sostenía: "A la burguesía rural esto le duele, pero hacía falta". Una justificación superior permite, en el juicio benévolo, acaso chanta, aceptar los frutos del árbol venenoso.
El formato se amplió. Es el eje de todos los armados políticos. La pregunta básica a conocidos militantes del peronismo consigue respuestas alucinadas: ¿por qué acompañar un Midachi, que dice abominar de la política y los políticos? "Junta muchedumbres en cada acontecimiento al que cae de sorpresa". Tenés que ver cómo lo recibieron en el pueblo anterior, en Cholulandia. Creéme: se cansó de firmar autógrafos."
Inútil preguntar sobre planes de gobierno, enfoques sobre lo bueno y lo malo de los que están administrando la ciudad, la provincia, el país. Que dejará, que cambiará si, Jesús, María y José, llegase el Midachi a la gobernación. Misterio. Avanzan junto al Midachi porque enfervoriza multitudes. Es esa la sinrazón o es la razón del mal menor para seguir en política. De eso se trata.
Alfonsín justifica la alianza con De Narváez en que se debe sacar este gobierno y para eso se precisan votos. Cierto, pero es de un cinismo intelectual explícito (cambiaría cinismo por pragmatismo a sólo título de concesión diplomática). Votos de la provincia de Buenos Aires, ese es el dilema. De Narváez suma a la práctica del mal menor con el 50%, acaso más, de los votos que precisa Alfonsín y apoya, vehementemente, la argumentación para la unión de los opuestos. Un gobierno radical peronista, como salvataje de los buenos ante un gobierno peronista, no es fácil de aceptar sin sentarse en la doctrina más cómoda. Es el mal menor.
Elisa Carrió dice que Alfonsín es malo, Stolbizer más mala, Binner malísimo, Duhalde pésimo, Macri peor, CFK & Co la banda de Belcebú pero, ay, salvemos el género, Cristina no es eso. Para Elisa Carrió todas las uvas están verdes. Las encuestas avisan que no sirve pegarle a Cristina, la viuda, y la Carrió obedece a sus sugerencias. La Carrió tiene un profundo convencimiento de la importancia de su palabra. De ese convencimiento vive. Y de los dos dígitos en las encuestas. Debe mantenerlos a como de lugar. Es una variante arriesgada. Vótenme, se desprende de sus dichos, yo soy el verdadero mal menor. Sus seguidores insisten: Lilita es sana.
Binner y Morandini confiesan, en cada entrevista, que salen a juntar sus votos en la Región Centro (Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba) más Ciudad Autónoma y provincia de Buenos Aires (si pueden, hay oscuros nubarrones). Puntualizan: lo que importa es la calidad del voto. ¿En serio? Cuando Binner dice, como el martes 14/06/11 a la noche: "El armado en Rosario y Santa Fe nos costó 20 años, no fue/es de un día para otro"... ya se sabe qué dice. Dice hoy tal vez no, mañana tal vez si. Ni siquiera se califica de mal menor. Se disfraza de futuro.
Los kirchneristas se han vuelto religiosos. Rezan la oración de cabecera de esta decadencia: es lo que hay, señor. El nuevo rezo laico.
Los filósofos, artistas, cantores con alto cachet, locutores de voz grave y persuasiva, relatores de fútbol que sueñan dirigir el Colón, gobernadores que estuvieron en un palco en los 80, en otro en los 90, en otro en este siglo y ahora acceden a un cuarto palco se tornaron, sumisamente, monosilábicos. Los dirigentes empresarios que odiaban el modelo (¿qué modelo?) también tornaron monosilábicos. Con el grupo K aparecieron cuatro palabras de invocación: es lo que hay. Los burocráticos líderes gremiales, los jueces, miembros de tribunales superiores, diplomáticos, sonríen de soslayo, musitan, apenas, estas palabras fáciles: es lo que hay.
Dice Alain Badiou (capítulo: El emblema democrático, Editorial Prometeo, título del libro: "Democracia, ¿en qué Estado?", enero, 2011) "A pesar de la marcada desvalorización que sufre la autoridad a diario, es cierto que la palabra democracia sigue siendo el emblema dominante de la sociedad política contemporánea. Un emblema es lo intocable de un sistema simbólico".
Después aclara que la ferocidad, lo horrible de cualquier crítica, de cualquier acto, se esconde si se dice: lo hago en nombre de la democracia. La caquistocracia se esconde detrás del emblema. Lo humilla, lo violenta. Ya nadie sabe de qué se habla cuando mencionan al símbolo mayor. De hecho no es Bonafini ni su familia los que tienen un concepto de democracia igual al de Argibay Molina, Julio Grondona, Luis D’Elía, Mariano Grondona, Carlos Kunkel, Aníbal y/o Alberto Fernández. Usted, yo y la señora. Cambiamos los paradigmas, se fue al diablo lo sagrado, lo simbólico. Viva Discépolo, aguante Cambalache.
En Argentina, en nombre del emblema común (la democracia) puede esconderse la cara más cruel del despotismo y la crueldad. Cualquiera es un señor. Si al menos dijesen, como discurso electoral, vótenos, vinimos a quedarnos con todo, hasta con los símbolos, sabríamos que esto no es el mal menor. Que no se trata de lo que hay, sino de lo que hay que cambiar, que no es lo mismo.