El lado b de la violencia de género: el patriarcado
Por Omar Ledesma. La convención sexista al servicio del poder. La política en el sexo y el sexo como política.
Desde tiempos inmemoriales, y desde que el Hombre como especie evolucionada se hizo sedentario y por lo tanto comenzó a vivir de su producción y enterrar a sus muertos, empezó en silencio a gestarse una rivalidad entre ambos géneros de esta novel especie sobre la Tierra, y la cual partía desde lo más básico que disponían, que lejos de ser igualdad (la que se proclamaría mucho más tarde y de la cual todavía se espera el cumplimiento), era la complementariedad de los géneros, basados en la diferenciación sexual. Instintivamente, desde la óptica evolutivista, el disponer de pares complementarios que pudieran en un acto sexual dar origen a una nueva vida, era en sí mismo fundante para la preservación de la especie. Con la conformación de grupos de humanos que compartían un espacio común, usos y costumbres, así como características genéticas, comenzó la interacción con otros similares grupos, sea para mancomunar fuerzas y facilitar la preservación, sea para extender dominios, o para lograr personas nacidas más sanas (resultando la endogamia una variable de repeticiones cromosómicas que podían dar lugar a patologías genéticas).
Estas interacciones fueron de la más diversa índole, desde la convivencia plena hasta la eliminación de grupos humanos por la supremacía de sus vencedores. Ahora bien, la adopción de la tan poco feliz expresión “el sexo fuerte” hacía clara referencia al sexo masculino, que era el encargado de las tareas más pesadas, la de armarse y luchar, y eventualmente la de morir en defensa de su grupo, en tanto la mujer, con todas sus capacidades biológicas resultaba en tales casos “carne de violencia” para los vencedores, poco más que un objeto de valor material que hasta podía ser utilizado como material de intercambio o de variación genética como se explicaba previamente. Aún en la muerte del Hombre, siempre ganaba el Hombre, referido en este caso como género masculino. Y, desde la oscuridad de los tiempos, el que ganaba, gobernaba: había nacido como institución de facto el Patriarcado. La definición en si misma resulta difícil, e incluso dispar para diferentes corrientes, por lo cual, la más asimilable a la comprensión general es la de un artículo de Marta Fontenla, que integra pensamientos de diferentes vertientes del feminismo: “El patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo- políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia”. Como puede observarse, hay una multiplicidad de factores que intentaremos simplificar a fines comprensivos:
- Sistema de relaciones sexo- políticas: establece la relación sexual como un modo de ejercicio político donde se ejerce la supremacía del hombre por sobre la mujer.
- Instituciones públicas y privadas: se refiere en las privadas principalmente a la familia (primer núcleo formal del ser humano), donde se depositan en el hombre las capacidades de mando sobre la mujer e hijos, a través de una institución pública, el Estado, que hace depósito formal de tales atributos en el varón por sobre la mujer y la descendencia, impidiéndoles de tal modo su constitución como sujetos políticos. 3. Solidaridad interclases e intragénero: en este punto, se hace alusión a la unión en hermandad de los varones para ejercer el poder sobre las mujeres, este vínculo particular de unión genera interdependencia y solidaridad entre sus integrantes para sostener el dominio masculino. Resulta destacable que en todo lo narrado hasta ahora, la violencia aparezca como común denominador en todos los casos, y esto tiene un origen lingüístico: en griego, los prefijos vis o vir hacen alusión común tanto a virilidad (condición del sexo masculino) como a violencia. Los filósofos y la mujer. Antigüedad europea. Según Platón, el varón posee un alma racional, ubicada en la cabeza, que es inmortal. Las otras dos partes del alma son mortales: una ubicada en el pecho, el alma irascible, la del coraje militar; y otra alojada en el vientre, la del deseo, el alma concupiscente. Para Platón la mujer no posee alma racional y puesto que su esencia es el útero, queda ubicada en la mera concupiscencia. Según este filósofo, la mujer es un hombre castigado, incompleta, y la biología es un destino divino e inevitable. Aristóteles plantea la teoría del sexo único, según la cual la mujer era un varón disminuido, imperfecta. En relación al cuerpo femenino, lo menciona como dependiente del hombre para su salud y maltratado por su matriz, algo inacabado, débil, frío, todo producto de un defecto natural. Decía al respecto: es como “el defecto, la imperfección sistemática respecto a un modelo”, el masculino, al cual consagra como el “apto para la administración doméstica, debiendo mandar sobre los esclavos, la mujer y su descendencia, dada su natural superioridad para ejercer el mando”. Edad Media europea Tomás de Aquino afirmaba que la condición humana está íntegramente desarrollada en el varón, y es algo incompleta en la mujer. Basaba sus ideas en la leyenda bíblica según la cual la mujer fue creada de la costilla del varón, símbolo de su dependencia y menor dignidad. Para Aquino, la mujer solo estaba para asistir al varón en la reproducción y su lugar era lo individual, lo privado, lo doméstico. La mujer existía en la vida social y política a través del padre, del marido o del hijo. La mujer soltera no era ciudadana. Sus únicas posibilidades de ubicarse plenamente en la sociedad eran casarse para ser madre, o ser religiosa. Este último punto nos introduce en el Patriarcado de la religión, donde se observa el precepto tomasino, dado que en caso de la mujer ser religiosa, es para ser “sierva del Señor”, en una religión novedosa en sus planteos que había nacido en Israel en el siglo I. El Augusto Constantino I reconoce una problemática político- religiosa creciente en su imperio desde el siglo II en Roma, y asume tal conflictiva en el año 312, cuando se consagra Augusto en Roma y migra al Oriente para gobernar desde Constantinopla. El “problema” de los judíos acuciaba a una Roma decadente, fragmentada en dos imperios, y en la cual se habían asentado gran cantidad de judíos, que fueron sistemáticamente perseguidos en todo el Imperio. Constantino I les permitió el ejercicio de su religión y creencias, por demás dispares pero en todos los casos, monoteísta y mesiánica, por cuanto para poder establecer un dominio, apela a la tolerancia de Roma a la libertad de cultos y convoca el Concilio de Nicea, en el año 325, donde los Patriarcas de las diferentes iglesias deciden la conformación del cristianismo apostólico, y en palabras del Augusto, el Mesías esperado había fallecido sin liberar al pueblo de Israel, por lo tanto, había fallado en su misión mesiánica, no así él, que por permitirles el culto libre se constituía en el Primer Apóstol de Cristo (Pontifex Maximus, título aún perteneciente al Papado), y su poder terrenal ahora era conferido por mandato divino, dando lugar a las monarquías por mandato divino, que duraron en toda Europa hasta la Revolución Francesa. Una vez más, tanto en Nicea como en la Revolución Francesa, el varón se había impuesto sobre la mujer, en el último caso con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, y en el cual la mujer no gozaba de igualdad en tales derechos. Solamente con el auxilio de la Historia, se puede complementar y contemplar en la práctica la definición de Patriarcado, desde el período Neolítico hasta el día de hoy.
¿Dónde estamos? ¿Hacia dónde vamos? Una explicación racional a tales preguntas se puede dar citando un principio de la Física enunciado por Isaac Newton: “toda fuerza genera otra fuerza de igual magnitud en sentido opuesto”, para describir al feminismo en forma genérica. Desde mediados- fines del siglo XIX hasta la actualidad, con diferentes corrientes, referentes, ideales políticos y el ejercicio político en sí mismo si lo tomamos de la lógica aristotélica, esta fuerza de igual magnitud en sentido opuesto estuvo y está siendo sostenida en todo el mundo por mujeres que luchan, piensan y sienten la igualdad de derechos ya no solo como algo a conquistar, sino como algo que les perteneciente por derecho propio. Ahora bien, la fuerza primera generada no se sentó pasivamente a ver su retroceso y necesidad de cambio, por el contrario, el Patriarcado, y empezando por la familia, continúa sosteniendo su lucha, que se torna cada vez más virulenta en cuanto el feminismo adquiere derechos propios para la mujer. Las formas expresivas del patriarcado van en un aumento de la violencia psicológica, física, económica, moral, laboral, es decir, en cada ámbito que la mujer ha ganado o, aún mejor, recuperado su propiedad. En condiciones de Libertad e Igualdad. El género masculino necesitó nuclearse y generar interdependencias para sostener su lucha, el feminismo, como fuerza opuesta, también. No obstante, el camino es largo y muy sinuoso, cada consigna a nivel mundial de “Ni una Menos” es seguida por una escalada en la violencia que llega eventualmente a la muerte de la demandante. Es una historia de final abierto, todavía lejana a su final, donde los mecanismos evolutivos con los cuales nos ha dotado la Biología a ambos géneros para la mantención y evolución de la especie parecen ir en sentido contrario, casi a la búsqueda de su extinción. Al decir de Chesterton, dramaturgo inglés, “el sentido común es el menos común de todos los sentidos”.
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