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El laberinto argentino

* Por Aleardo Laría. Argentina carece de unas reglas de juego institucional imparciales, estables y consensuadas entre todos los actores políticos.

Argentina carece de unas reglas de juego institucional imparciales, estables y consensuadas entre todos los actores políticos. Las normas se modifican de modo aleatorio según las necesidades coyunturales del poder y esto genera una incertidumbre que conspira contra la posibilidad de ganar previsibilidad en los comportamientos. No existe tampoco un marco político-institucional que garantice la imparcialidad del Estado en la contienda electoral. El terreno de juego democrático aparece completamente desnivelado a favor del partido que controla el uso de la "caja" del Estado.

A estas dificultades se añaden algunos elementos que agravan la situación. Como secuela de la crisis que estalló en el 2001, los partidos políticos están fragmentados y giran alrededor de liderazgos individuales no consolidados, sin programas ni estructuras sólidas de respaldo. El espacio natural donde debe tener lugar el debate interpartidario es el Parlamento, que se encuentra devaluado debido a la acción predatoria del Ejecutivo, que lo neutraliza mediante la captura de algunas piezas parlamentarias. La vía abierta por el uso irrestricto de los DNU le permite luego al Ejecutivo legislar sin el Congreso, de acuerdo a sus conveniencias coyunturales.

Por otra parte, las características de la competencia electoral en el marco de un sistema presidencialista, que estimula comportamientos no cooperativos, añade un punto de dificultad. La metáfora de la carrera de caballos es la más adecuada para describir una competencia en la que, con la mirada puesta en el "premio mayor", los jinetes observan con alegría mal disimulada la caída de sus rivales. Lo previsible es que, en ese contexto, el "caballo del comisario", que partió de la línea de largada mucho antes que el resto, gane la partida.

Los partidos de la oposición, que son los principales afectados por esta enorme ventaja del Ejecutivo, parecen estar encerrados en un laberinto, sin atinar a dar una respuesta a los grandes desafíos que enfrentan. La reciente propuesta de Mauricio Macri convocando a suscribir un documento que contenga coincidencias básicas en políticas de Estado, como punto de partida para un amplio acuerdo electoral, es insuficiente. Hacen falta propuestas más audaces e innovadoras. Cuando uno está encerrado en un laberinto, los expertos en conflictos aconsejan dar un salto por encima de los muros que marcan los caminos trazados.

Una posible salida a esta encrucijada podría ser la búsqueda de un acuerdo institucional en el que todos los actores políticos del arco de la oposición, renunciando a una visión centrada en la contienda electoral, diseñaran un nuevo escenario para el largo plazo institucional. Los objetivos de esta propuesta aspirarían a reconfigurar el régimen político para alcanzar un sistema político flexible, alrededor de un presidencialismo atenuado que acabe con el elevado personalismo de nuestras tradiciones políticas y garantice la imparcialidad del Estado en las futuras confrontaciones electorales.

El otro gran objetivo debería ser rediseñar el sistema de partidos políticos para conseguir dos macroformaciones o alianzas de centroizquierda y centroderecha fuertes y poderosas que compitan lealmente dentro de un marco institucional consensuado. La consecuencia de este rediseño institucional supone acelerar el fin de todas las formaciones políticas populistas tradicionales que se han convertido en un obstáculo para el desarrollo de partidos políticos modernos y democráticos.

Una coincidencia mínima alrededor de la reconstrucción de un nuevo marco institucional, que evite los excesos que permite el hiperpresidencialismo, debiera ser presentada como transversal a las diferencias programáticas e ideológicas de las distintas fuerzas políticas. Nada impide un acuerdo sobre el marco formal preservando al mismo tiempo las diferencias sobre los contenidos sustanciales que dotan de personalidad a cada fuerza.

Sin nivelar el terreno de juego de la lucha electoral –claramente desnivelado a favor del "partido del presidente"–, el triunfo electoral de la oposición es una misión imposible. Cabe añadir que, sin un compromiso institucional como el que aquí se sugiere, nada impediría que cualquier nuevo presidente, sea del partido que fuere, utilice los recursos y las prácticas que el actual sistema institucional pone a su disposición.

Si no se pone fin a este juego perverso estimulado por el hiperpresidencialismo, seguiremos siendo polarizados por las estrategias del populismo. Está en su naturaleza aprovechar todos los recursos del Estado para presentar escenarios maniqueos y jugar luego con la máxima antagonización de los conflictos para movilizar a sus partidarios. De este modo, lo insustancial sigue postergando la presencia de lo importante.