"El kirchnerismo es peronismo puro"
*Por Carlos Torrengo. De paso por Argentina, donde fue designado Doctor Honoris Causa de la UBA, tiempo en el que presentó su más flamante libro, Alain Rouquié sostiene que el sistema político argentino carece de partidos.
¿Sigue convencido de que la Argentina es un país que por su tendencia a los desencuentros, su pasado político impregnado de violencia y muchos etcéteras en esa dirección, sigue muy interesante para las ciencias políticas, sociales; la historia concretamente?
- Por supuesto. Yo diría que atrapante, con independencia claro está de que los argentinos seguramente hubiesen querido vivir más tranquilamente, pero la historia fue como fue. Y es interesante incluso desde cuestiones que hacen, por ejemplo, a cómo asumen el pasado o cómo asumen cada uno de los presentes que les ha tocado vivir y viven. Hablo desde el conocimiento que tengo de este país, al que he dedicado mucho de mi quehacer. Aquí, volviendo al ejemplo, se pone mucha pasión en el tratamiento de las cuestiones públicas, especialmente cuando ese tratamiento está instalado en el marco del conflicto social de cualquier orden, rango... pareciera que no se quiere aceptar que el conflicto es, digamos, consustancial a la vida y máxime a la política que encuentra su sentido, su posibilidad, en precisamente tratar el conflicto, superarlo. Entonces, ante el conflicto, los argentinos lo asumen dramatizando, colocándose en discursos, consideraciones muy extremas, muy tensionantes... nada se pone en posición de consensuar, de restarle tensión. Aquí todo se debate en forma muy dramatizada o con mucha crispación... Y la dirigencia política, o en realidad todo el plano dirigencial, no ayuda. Cuando no se encarga de colocar en situación de conflicto lo que en cualquier país es un problema a reflexionar serenamente, se encarga de reproducir el conflicto. No se esfuerza por sacarlo de esa condición.
- Usted plantea una cuestión que desde lejos en la historia es muy reflexionada. Ortega y Gasset, por caso, acreditó mucho de ese estilo al hecho de que -decía- los argentinos se desprenden muy fácil de sus responsabilidades individuales. En consecuencia, de cara al problema que los atañe, ponen la culpa en otro lado, reflexionan con furia. ¿Usted a qué lo acredita?
- Mire, puede haber muchas explicaciones y no necesariamente destinadas a excluirse entre sí, sino que convergen en una explicación amplia. Desde esta perspectiva, yo me inclino a pensar que una de las causas es la propia y turbulenta historia que signa a la Argentina desde su independencia de España. Aquí hay una cultura del conflicto que no se amasó hoy, sino en tiempos ya muy lejanos.
- Pero ahora la crispación está en manos de los civiles.
- No entiendo...
- Que hoy no hay poder militar tallando en las cuestiones públicas, que la Iglesia Católica ya no tiene el respaldo militar para conformar entre ambos un bloque de pensamiento y acción que, en situaciones de crisis, se sumaba al conflicto con poder y discurso amenazante y resolvía asumiéndose como la única verdad y moral válidas.
- Sí, es cierto. Pero persiste la cultura del conflicto por encima de esas ausencias fácticas, concretas, aunque esos actores no tengan la gravitación de antaño en la escena política. Cosa que es un dato por demás interesante porque, como lo señalo en mi reciente libro ("A la sombra de las dictaduras. La democracia en América Latina"), soy de la opinión de que en Latinoamérica el tránsito de las dictaduras a la democracia no se dio tan mecánicamente como se pensaba en algunos planos académicos de los Estados Unidos, por ejemplo. Es decir, que se pasaba de la dictadura a la democracia en un instante... en un prender la luz para dejar atrás lo oscuro. No, nada de eso. Menos en Argentina, los militares se retiraron del poder manteniendo mucho poder. Poder que se siguió, en algunos casos se sigue, expresando como sombra sobre la democracia. Se manifiesta vía legislación dictada por las dictaduras y que no ha podido ser removida, influencia vía manejo directo, sobre partes importantes de la economía en razón de cuestiones estratégicas...
- ¿Brasil concretamente?
- Sí... pero el caso de Chile es paradigmático: Pinochet dejó el poder pero siguió siendo jefe del Ejército y recién hace pocos años fue removida la cláusula que garantizaba una banca de senadores a los ex comandantes de las fuerzas armadas... las famosas senadurías vitalicias.
- ¿Democracias tuteladas?
- Yo hablo de sombras, porque no es menos cierto que estas democracias lentamente van tomando sus recaudos para que las sombras sean cada vez más tenues. Pero volviendo al caso argentino, es diferente. Aquí las sombras son imperceptibles.
- ¿No están en los resultados del terror que aplicó la dictadura?
- No. Está por supuesto la memoria, el dolor. Pero ese terror es precisamente uno de los factores que debilitaron al poder militar. Le sirvió para mantenerse en el poder y mantener un orden social mediante muerte, desaparición, miles de presos. Pero denunciado y enfrentado internacionalmente y en las mismas calles de Buenos Aires vía la lucha a favor de los derechos humanos, todo esto sumado a la derrota en la Guerra de Malvinas, maniataron a la dictadura en su posibilidad de condicionar la salida hacia la democracia. Fue toda esa dialéctica que le arrancó esa posibilidad. Y un hombre, Raúl Alfonsín, que generó una experiencia política formidable: a los tres días de asumir, mandó a los militares al banquillo.
- ¿A pesar de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final?
- Sí, aun con eso. Porque los militares resistieron de una manera u otra revisar el horror y ser juzgados. Y esas leyes se encuadraron en un marco de posibilidades objetivas, de necesidades concretas: un momento en que el poder democrático estaba compelido a aceptar que, o juzgaba a los mandos y no bajaba al resto, o ponía en peligro su propia existencia. La limitación del castigo sirvió a ese objetivo, que no era poco. Lo grave fue que los que estaban condenados hayan sido indultados.
- ¿Está de acuerdo con la reapertura de los juicios?
- Sí, claro. Hace a la naturaleza de lo cometido: genocidio.
- ¿Cómo ve la situación política de Argentina?
- Y... el gobierno tiene la iniciativa en términos muy decisivos. Tiene poder, manda.
- ¿Es peronismo? La pregunta parte de un interrogante que hay en medios académicos fundamentalmente, que son siempre más serenos a la hora de reflexionar que los medios. En ese espacio se habla y se publican -sustentadas en diversas pero fundadas argumentaciones- trabajos sobre los tres peronismos, los cuatro peronismos, y ahora se habla de que si Cristina es reelegida, se viene el quinto peronismo. Se periodiza desde distintas perspectivas.
- Creo que esto es peronismo, sí. Que en la cotidianeidad del ejercicio del poder no esté muy vigente el folclore, la mitología peronista, no quiere decir que esto no sea peronismo. Lo es en términos, por darle un sólo caso, de percepción del poder y de cómo ejercerlo. Sí, sí, el kirchnerismo es peronismo puro. Tanto que, tras fracasarle mucho de la transversalidad con que proyectó reemplazarlo, Kirchner se atrincheró en el peronismo.
- ¿En términos de un acto directo, de usarlo sin más?
- Exactamente.
- Hace ya 40 años, usted comenzó a interesarse por la UCR. Ha escrito mucho sobre ella. Tiene amigos entrañables en ese partido. ¿Cómo ve a la UCR?
- Hundida.
- ¿El sistema político argentino va hacia un sistema de partido único, que en todo caso no sería la negación de sistema político?
- Reflexiono la cuestión desde otro ángulo: veo un sistema político con líderes, pero no con partidos... Ni siquiera veo renovación en lo que podríamos definir como partidos.
CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com